CXXII

Cuenta ahora la historia que cuando Boores se marchó del Castillo de Glocedún, la tarde que oyó las noticias de la doncella de Honguefort, tal como la historia os ha contado, y llegó a la casa del ermitaño en el bosque, se quedó allí durante toda la noche a descansar, hasta que amaneció el día claro, teniéndose por mejor pagado por haberse quedado allí que si lo hubiera hecho en el castillo del que se había ido. Por la mañana, tan pronto como el ermitaño cantó misa, se alejó de aquel lugar y cabalgó durante todo el día sin encontrar ninguna aventura que merezca ser contada. Aquella noche la pasó en casa de una viuda que le hizo grandes honores porque le parecía hombre noble. Por la mañana, antes de que se levantara el sol, entró en un bosque que le duró hasta mediodía; pero la historia no dice nada de aventura que le pudiera llegar, sino que cuenta que el día que la doncella le había indicado llegó al bosque de Roevent por la parte de Lanvenic, a la hora en punto que le dijeron. Al llegar a aquel sitio, vio delante de él, a menos de dos tiros de arco, una capilla muy hermosa. Se dirigió allí a rezar, ató el caballo fuera del edificio y colgó el escudo de un árbol; luego, entra. Al cabo de un rato, oye las mayores lamentaciones que había oído en su vida. Mira y ve llegar hasta veinte caballeros que llevaban una litera sobre dos palafrenes; en ella yacía muerto otro caballero con el rostro descubierto; tras él, entre los otros, iba un caballero anciano que lloraba profundamente y se lamentaba, de forma que nadie lo vería sin sentir compasión.

Boores se pone en pie y espera a que los que llevan el ataúd entren en la capilla y coloquen el cuerpo en el suelo. Empieza entonces el mayor duelo que se ha hecho por un caballero; el mismo Boores tenía gran lástima, pues veía que el anciano se tiraba de los cabellos, se arañaba la cara y la frente y se hacía brotar sangre: todos muestran tan gran dolor que sería imposible superarlo; el anciano grita y dice:

—Buen hijo, bueno y valioso con todos los valores, ¿cómo fue la muerte tan atrevida como para tomaros a vos y dejarme a mí, que a partir de ahora estoy como muerto?

Luego, se desmaya y durante un gran rato permanece en el suelo; cuando recupera la palabra, dice:

—Id rápidos, marchaos de aquí y traed al traidor, al desleal que ha matado a mi hijo.

Una parte de los que estaban con él se marchan y no tardan en regresar trayendo a un caballero desnudo, en calzas y camisa. Boores que los ve venir, mira al caballero que traen: reconoce que es Lambegue, su maestro. Siente entonces tal cólera que no puede esperar a que entren en la iglesia, sino que les ataca con la espada desenvainada y tomando el escudo que colgaba del árbol; les grita:

—¡Huid, buenos señores, dejad a ese caballero, pues no os lo llevaréis!

Le contestan que no lo abandonarán por él.

—Entonces, poneos en guardia frente a mí, pues os daré la muerte a todos o lo dejaréis.

A continuación, los ataca, golpea al primero que alcanza, partiéndolo hasta la barbilla, pues estaba desarmado; lo derriba muerto. Luego, se lanza contra los dos que tenían a su maestro, mata a uno y deja malherido del brazo izquierdo al otro. Se meten en la iglesia por el miedo que tienen de él, que ya ha derribado a tres. Boores habla con su maestro y le dice:

—Maestro, subíos a mi caballo, que yo montaré en ese que ha traído la litera; vayámonos de aquí, pues vos estáis desarmado y os podrían herir rápidamente por ventura.

Tal como le ha dicho, lo hacen: Lambegue monta el caballo de Boores y éste se sube al que había dicho, que era más negro que una mora, fuerte y rápido; se marchan de este modo y dejan las lamentaciones que están haciendo los otros en la capilla. Lambegue no había olvidado que Boores lo había llamado maestro; cuando han entrado bien cuatro tiros de arco en el bosque, Lambegue le dice:

—Por mi fe, señor, me debo alegrar porque os habéis arriesgado a morir por salvarme, y no creo haberlo merecido. Me gustaría haceros un favor semejante, si se presenta la ocasión; por eso, os ruego que os quitéis el yelmo, para que os pueda reconocer mejor en dondequiera que os vea.

Boores se quita el yelmo y cuando Lambegue lo ve, corre a él con los brazos tendidos y le dice:

—Mi dulce señor, ¡sed muy bienvenido!, ¿cómo os ha ido desde que os fuisteis de casa de mi señora del Lago?

Boores le contesta que muy bien.

—¿Qué aventura os ha traído tan a punto por esta parte?

—Por mi fe, mi dama del Lago me hizo saber anteayer que debía estar hoy a la hora de mediodía para ver la aventura que iba a ocurrirme. Y lo que ha ocurrido es que habéis sido rescatado de la muerte. ¿Cómo os habían apresado?

—Os lo diré. No hace aún tres días que yo y un caballero del reino de Logres habíamos estado juntos durante todo el día sin beber ni comer, y salimos al lindero de este bosque, donde descabalgamos para descansar bajo un pino: nos quitamos los yelmos y bajamos las ventanas, nos tumbamos a la sombra, sobre la verde hierba, y, cuando íbamos a dormirnos, vimos venir un jabalí perseguido por cuatro lebreles; tras él venía también un arquero que llevaba un arco en la mano y la saeta empulgada para disparar. Cuando el jabalí estaba cerca de nosotros, el arquero dejó volar la flecha e hirió en el cuerpo al caballero que estaba conmigo; éste, al sentirse herido, se dio cuenta de que la herida mortal; se incorporó y apuntó con la lanza al que le había herido, dándole tal golpe que le metió en el cuerpo la punta y el asta y lo derribó al suelo. Acudió corriendo un caballero que era su señor; preguntó quién le había dado muerte a su arquero y mi compañero dijo que había sido él; el otro desenvainó la espada de inmediato y le cortó la cabeza por la muerte de su servidor. Sentí esta aventura, pues la vergüenza que había recibido yo era grande: fui a atacar al otro caballero, que se marchó tan rápidamente como pudo su caballo. Al ver esto, tomé mis armas y monté, después de haber colocado sobre el cuello de mi caballo al caballero muerto, al que llevé a una casa de religión para enterrarlo. Luego, me marché y juré que no dejaría de cabalgar hasta haber encontrado al caballero que me había causado tal vergüenza, matando a mi compañero delante de mí. Esta misma mañana lo encontré delante de una fortificación, armado con todas las armas salvo el yelmo. Como estaba desarmado, lo desafié y le ataqué de inmediato; combatimos hasta que lo vencí y le di muerte con mis manos: él era el caballero al que habéis visto muerto en la iglesia. Cuando el anciano, que era su padre, vio que le había dado muerte a su hijo, envió tras mí a diez caballeros armados, que me apresaron y me traían tal como visteis, y me hubieran dado la muerte si vos no hubierais estado allí; pero gracias a Dios y a vos, no han podido hacerlo. Ya os he contado mi aventura tal como ocurrió. Ahora querría saber, si no os molesta, por qué motivo habéis venido aquí.

A continuación Boores le cuenta cómo va en busca de su señor Lanzarote:

—Y no regresaré —añade— a la corte del rey Arturo hasta que lo haya encontrado, a no ser que se me presente él mismo.

—¿En dónde pensáis que podéis encontrarlo?

—En la corte del rey Bandemagus tendremos noticias, según creo.

De este modo se cuentan sus aventuras y se preguntan el uno al otro por su situación. Cabalgaron hasta la hora de vísperas, en que salieron del bosque y se encontraron delante de ellos una fortaleza situada sobre una colina, de roca viva; se dirigen hacia ella para albergarse.

Cuando llegaron, se encontraron dentro a un caballero viejo que los recibió con gran alegría y les hizo el mayor honor que pudo: les hizo desmontar y él mismo ayudó a desarmar a Boores; luego, ordenó que le dieran a Lambegue ropa nueva de gran calidad; después, los llevó a los dos al salón de arriba, y les preguntó de dónde eran y ellos se lo dijeron. Cuando supo quién era Lambegue, le mostró la mayor alegría del mundo por amor a su tío Farién, que había sido compañero de armas suyo durante mucho tiempo.

Los tres caballeros hablaron juntos durante mucho tiempo, hasta que fue la hora de cenar; ya se disponían a sentarse, cuando entró la doncella que era criada de la dama del Lago, la que le llevaba a Boores la espada de Galahot de parte de Lanzarote. Al ver a Boores, le mostró una gran alegría y le dijo:

—Señor, tomad esta espada que os envía mi señor Lanzarote, vuestro primo; os pide que a partir de ahora la llevéis siempre por amor a él y a Galahot, de quien fue. Sabed que es una de las mejores espadas del mundo.

Boores toma la espada y le contesta que está muy contento con este regalo; la desenvaina y ve que es tan hermosa y tan clara que no duda de su gran virtud.

Mientras tanto, se sientan para cenar; se entretienen y se divierten a su gusto. Después del primer plato, entró un criado, se arrodilló ante el señor del lugar y le dijo:

—Señor, dos de vuestras sobrinas están en el patio, y desean albergarse esta noche en vuestra casa, según me parece.

—¿Quiénes son?

—Son la doncella de Honguefort y la de Glocedún.

Se levanta de la mesa de inmediato para ir a recibirlas y le dice a Boores que le perdone, pero volverá pronto. Mientras hablaba así, las dos doncellas entran en la sala y el anciano corre a ellas con los brazos tendidos para mostrarles su alegría. Pero tan pronto como la de Honguefort ve a Boores, lo reconoce y corre hacia allí echándose de rodillas ante él y diciéndole:

—Noble caballero, por Dios, perdonadme el daño que os he causado, pues estoy dispuesta a pagároslo como queráis.

Boores se sorprende tanto al verla arrodillada ante él, que no se atreve a discutirle, sino que la perdona de inmediato.

Empieza entonces una alegría tan grande allí, que nadie vio una mayor; las dos doncellas cuentan cómo Boores les había ayudado. La de Honguefort se engalana más que antes, vistiendo ropa nueva. Después de contarle a Boores, ante todos los presentes, las penas que había sufrido por él, todos cuantos la oyen se quedan admirados y Boores más todavía.

—Sabed, señor —le dice la doncella—, que nunca cesaría de cabalgar hasta encontraros.

—Doncella, ya que habéis puesto fin a vuestra búsqueda, os ruego que nunca más hagáis matar a ningún caballero, si no tenéis una gran razón.

Ella se lo promete lealmente. Entonces, toma la palabra la doncella de Glocedún y le pregunta por qué abandonó su casa en tal hora, y él se lo cuenta: todos se echan a reír al oírlo. Aquella noche Boores recibió un alojamiento tan bueno como quiso y le hicieron tan grandes honores, que se sentía apesadumbrado, pues le parecía que no los merecía.

Por la mañana, tan pronto como pudo ver el día, se levantó y se armó después de oír misa. El señor del lugar le ofreció a Lambegue unas armas buenas y hermosas, y se las dio; éste se preparó lo más rápidamente que pudo. Los dos compañeros se pusieron en marcha encomendando a Dios a las doncellas; reemprendieron el camino llevándose a la doncella del Lago y cabalgaron juntos hasta después de mediodía. Se encontraron a un caballero desarmado, que montaba un gran caballo; llevaba puesto un vestido de cendal ligero por el calor que hacía. Saluda a los caballeros tan pronto como se le acercan y ellos le devuelven el saludo.

—Buenos señores, me parecéis caballeros andantes.

Le contestan que lo son.

—¿Qué buscáis por aquí?

—Señor —contesta Boores—, buscamos a un caballero al que ya querría haber encontrado.

—¿Quién es?

—Señor, mi señor Lanzarote del Lago.

—Por Dios, os puedo dar noticias ciertas de él, si quiero.

—Buen señor, decídnoslas, por favor.

—Por mi fe, no lo haré antes de saber por qué lo vais buscando, pues si es por su mal, no os diré nada; si lo buscáis para su bien, os diré todo lo que sé.

Boores le promete que no lo busca más que para su bien.

—Sabed, entonces, que mi señor Lanzarote ha estado en la corte del rey Bandemagus y le ha dado muerte al caballero que lo había acusado de traidor; ayer se alojó en mi casa y esta mañana, al marcharse, le pregunté que a dónde iría y él me contestó «a la Dolorosa Guardia». Si queréis dirigiros hada allí y os apresuráis un poco, creo que podréis darle alcance.

Boores se puso muy contento con esta noticia y se la agradece profundamente. Luego, se encomiendan a Dios y se separan. Boores se dirige, con la doncella y Lambegue, a la Dolorosa Guardia aunque no conocen el camino más directo: pierden dos jornadas y cuando llegaron allí, les dijeron que Lanzarote se había ido hacía ya más de tres días.

Mucho lamentó Boores su fortuna; aquella noche la pasó en el castillo y se marchó por la mañana. Cuando llegaron al cruce de caminos, les dijo la doncella:

—Boores, os encomiendo a Dios.

—Doncella, ¿qué ocurre, os vais a marchar?

—Señor, voy con mi señora del Lago, pues ya he hecho todo lo que me ordenó y he estado demasiado tiempo en esta tierra.

Boores la encomienda a Dios y le ruega que le salude a su dama.

La doncella se separa de ellos. Boores le dice a Lambegue que la acompañe hasta el mar y le ruega tanto que finalmente así se lo otorga; de este modo, Lambegue se marcha con la doncella, mientras que Boores emprende el camino completamente solo, pensando que no regresará a la corte en un año, sino que irá en busca de aventuras.

La historia se calla ahora y deja de hablar de él durante algún tiempo y habla de Paridés del Cerco de Oro, que va a la corte del rey Bandemagus.

Historia de Lanzarote del Lago
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