CXII
Cuenta la historia que Lanzarote está prisionero del senescal de Gorre, que lo tiene en gran estima, y le da todo lo que desea menos el que pueda marcharse. La noticia de la reunión de Pomeglai se extiende tanto que Lanzarote la conoce y lamenta no poder asistir. El senescal no estaba mucho en el castillo, pero su mujer estaba siempre y era dama hermosa y cortés. La prisión de Lanzarote era suave, pues todos los días salía de la torrecilla y comía con la dama; ésta lo quería por encima de todos los hombres por las maravillas que había oído contar de él. Cuando ya estaba cerca el día de la reunión, Lanzarote estaba más triste y pensativo que de costumbre. La dama lo veía beber y comer de mala gana y su belleza empeoraba; le pregunta qué le ocurre, pero él no quiere decírselo; ella le conjura por lo que más quiera.
—Señora, me lo habéis pedido con tanta insistencia, que os lo voy a decir: sabed que no comeré nunca, ni beberé nada que me siente bien, si no estoy en esa reunión; por eso no me encuentro a gusto. Ya habéis oído la causa de mi pesar, y lo siento, pero lo he tenido que decir a la fuerza.
—Lanzarote, ¿le daríais una gran recompensa al que os permitiera ir?
—Sí, señora, todo lo que pudiera.
—Si me dais un don que os voy a pedir, os dejaré que vayáis, y os entregaré armas y un buen caballo.
Lanzarote se pone muy contento y acepta.
—¿Sabéis lo que me habéis concedido? Vuestro amor.
No sabe qué decir, pues si se niega, teme no poder asistir a la reunión que tanto desea; si le otorga su amor, la engañará, pues la dama querrá más, ya que ha pensado en ello durante mucho tiempo.
—¿Qué me decís? —le pregunta la dama.
—Señora, no os negaré nada de lo que tenga, pues lo habéis merecido.
—¿Me otorgáis vuestro amor?
—Señora, os concedo lo que pueda hacer sin oposición.
La dama lo ve avergonzado y piensa que por la vergüenza no se atreve a decir nada más; y se esfuerza en servirle para que sea suyo al regresar. Luego, le prepara caballo y armas. Cuando ya es momento de que se ponga en marcha, se lo dice y Lanzarote se alegra mucho. La mañana siguiente, apenas amanece, hace que se marche, armándolo ella misma con sus propias manos; él le jura por la cosa que más ama que regresará de la asamblea en cuanto pueda y que no podrá retenerlo nada sino la muerte; y así se lo promete.
Luego, se marcha y va a la asamblea, llevando las armas del senescal y su buen caballo; se aloja muy lejos del lugar, a unas siete leguas, en el sitio más escondido que puede, de forma que nadie lo reconoce. Por la mañana va a la asamblea; la reina había subido a una fortificación que había fuera de Pomeglai, acompañada de numerosas damas y doncellas. Empiezan las justas muy vistosas en muchos sitios, y grandes peleas, y entre todos destacan Beduier, Dodinel el Salvaje, Guerrehet, Gueheriet, Agravaín su hermano, Yvaín el Bastardo y Boores el Desterrado. Lanzarote se detiene bajo la fortificación y mira con gran dulzura; con él iba un criado del lugar en el que había dormido, que le lleva la lanza. La reina contempla a todos los que combaten bien, pero no reconoce a su amigo. Entonces Lanzarote se mete en la fila, con un escudo rojo con tres bandas de plata; galopa a lo largo de la fila y va contra él un caballero llamado Herlión el rey, era hermano del rey de Northumberland y bastante valiente; se golpean con gran fuerza. Herlión rompe la lanza y Lanzarote lo alcanza con tal fuerza que lo derriba al suelo. Entonces se eleva el ruido y el murmullo, pues Herlión había realizado grandes proezas ese día: están muy contentos los de Logres y los otros están tristes.
Lanzarote empieza entonces a derribar caballeros y a romper lanzas; le ataca un caballero que golpeaba con gran fuerza, llamado Godez de Más Allá de las Marcas. Lanzarote se enfrenta con él lo golpea y los derriba en un montón a él y a su caballo; realiza tales hazañas que todos se quedan sorprendidos y ha combatido tanto que ya sólo le queda una lanza; la toma y ve que viene hacia él un caballero que era senescal del rey Claudás de la Tierra Desierta, y se golpean. El senescal hace volar su lanza en pedazos y Lanzarote lo alcanza bajo la garganta de forma que la punta se le cuela por el cuello y lo lleva al suelo a la distancia de la lanza: se desmaya y toda la tierra se cubre de sangre; todos gritan «¡Ha muerto! ¡Ha muerto!». Cuando Lanzarote lo oye, le pesa mucho, arroja la lanza y dice que se marcha; le pregunta a su escudero que quién es el herido y si morirá, a lo que le responde que es el senescal del rey Claudás y que ya está muerto, pues tiene la garganta cortada. Lanzarote responde entonces que Dios le ha vengado sin que él lo supiera; saca la espada, como quien sabe utilizarla con habilidad y da grandes golpes a diestro y siniestro, derribando caballos y caballeros con los tajos de la espada y con los puños, cortando cofias y trozos de escudo, arrancando yelmos de las cabezas, hiriendo, tirando, empujando y golpeando con los miembros y con el caballo como quien está dispuesto a hacer todo cuanto cualquier buen caballero debe emprender. Los que participan en la asamblea están sorprendidos y realmente piensan que no puede ser más que Lanzarote; mi señor Galván se admira y va a decírselo a la reina. Pero ésta ya lo sabía, pues muchas veces lo había visto hacer cosas semejantes: está muy contenta, pero piensa engañar a mi señor Galván y a todos los demás. Llama a una doncella suya, pues no se atrevía a confiar en nadie, ni a descubrir su pensamiento: la dama de Malohaut estaba enferma en su tierra con el mal de la muerte y la reina no tenía a quién decirle su pensamiento; se dirige a la doncella:
—Id a aquel caballero de allí y decidle que a partir de ahora lo haga lo peor que pueda, igual que hasta ahora lo ha hecho lo mejor posible; como prueba de lo que le digo debe mostrar gran dolor donde hasta ahora tuvo su gran alegría.
La doncella va al caballero y se lo dice; él toma una lanza que sujetaba su escudero, y se pone en marcha para justar contra un caballero, pero falla y el caballero lo golpea y lo tira por encima de la grupa del caballo, de modo que se levanta con gran esfuerzo. Vuelve al combate y cuando va a dar grandes golpes, se tiene que sujetar a la crin de su caballo, haciendo como si fuera a caerse, y a partir de ese momento no espera los golpes de ningún caballero, sino que baja la cabeza y huye cuando los ve venir dispuestos a golpearle; lo hace de tal modo que todo el mundo le grita y maldice. El criado que había venido con él está más sorprendido que nadie.
Lanzarote se comportó durante todo el día de ese modo, hasta que se marcharon: todos están avergonzados por haberlo tenido por valiente. Él va a su alojamiento y nadie se atreve a hablarle por lo mal que lo ha hecho. Por la mañana se levantó y acudió a la asamblea sin yelmo; una doncella lo alcanzó y lo reconoció; era la doncella que lo había llevado al monasterio en donde levantó la losa de Galaad; lo siguió hasta la asamblea. Cuando se puso el yelmo, empieza a gritar tras él por las filas: «¡Acaba de llegar la maravilla!». Cuando los habladores y maldicientes en cuanto a las armas lo ven, comienzan a abuchearle con fuerza. Lanzarote empieza a derribar caballeros, de forma que todos los que lo ven se admiran. Durante mucho rato duró la actitud de Lanzarote, hasta que la reina le vuelve a pedir que lo haga lo peor posible y se lo ordena a través de su doncella. Empieza a hacer lo peor que sabe y la doncella que había gritado entre las filas se queda tan sorprendida que no se atreve a hablar más. Lanzarote lo hace de mala forma hasta que fue mediodía; entonces la reina le vuelve a pedir que lo haga lo mejor posible, para que venza: a partir de ese momento no se habló más que de él. Al atardecer, arrojó su escudo en el combate y se fue a su alojamiento. Por la noche todos supieron que el que había estado en la asamblea era Lanzarote y también supieron que lo había hecho tan mal para burlarse de ellos.
Lanzarote cabalga las jornadas necesarias hasta que llega a la prisión; allí se encontró al senescal que le esperaba, temiendo que no regresara nunca; si hubiera sabido que se había marchado por su mujer, la hubiera matado. Al verlo, le dice que era el caballero más leal del mundo. Cuando Meleagant el traidor supo que había estado en la asamblea, lo sintió mucho y juró que lo encerraría en tal lugar del que no podría salir sin su permiso. Ordena construir una torre en la parte de la Marca de Gales, con el permiso de su padre y dice que aquella torre serviría de protección para todas las marcas de Gorre. La torre estaba construida en un pantano, de forma que no debía preocuparse ni de catapulta ni de ningún otro ingenio, y nadie se atrevería a meterse en el pantano sin perderse como en un abismo. Custodiaba la torre un siervo de Meleagant y Lanzarote fue metido dentro; por la casa del siervo corría un riachuelo que llegaba a la torre; le llevaban la comida en una barca pequeña y Lanzarote la recogía con una cuerda, pues en la torre no había puerta ni ventana, más que una pequeña por la que le hacían llegar el pan y el agua, aunque no en cantidad suficiente como para que estuviera alimentado. De tal forma está Lanzarote en la torre y nadie más que Meleagant y el siervo lo saben.
Cuando Meleagant ve que está como él desea, se marcha de Gorre y va a la corte del rey Arturo; se encontró al rey en Londres, se presentó a él y le dijo:
—Rey Arturo, antaño conquisté a la reina frente a Keu el senescal, y Lanzarote vino a rescatarla, y hubo batalla entre nosotros dos; fue tal que al final dejé que se llevara a la reina y él me juró sobre sagrado que combatiría conmigo delante de ella, cuando yo viniera a pedírselo, y la reina me juró que vendría conmigo si él no la defendía; he venido a pedírselo, pero no lo veo aquí dentro; si está, que avance, pues un caballero como él no debe retroceder.
Cuando el rey reconoció a Meleagant, le hizo todo tipo de honores por el amor que le tenía a su padre, y le dijo:
—Meleagant, Lanzarote no está aquí, y hace tiempo que no lo veo, desde que fue en busca de la reina, hace casi un año; vos sois suficientemente sabio como para saber qué debéis hacer.
—¿Qué?
—Esperadlo aquí durante cuarenta días y si no viene entretanto, volved a vuestra tierra y regresad un año más tarde, y si no combate contra vos, o algún otro por él, tendréis a la reina.
Meleagant responde que así lo hará y permanece en la corte.
Pero la historia no habla más de él por ahora, ni del rey, ni de su compañía, sino que vuelve a una hermana de Meleagant.