CXV

Cuenta ahora la historia que Margondre cabalgó hasta llegar a la corte del rey, y eso fue a hora de prima. Cuando Margondre entró en el salón parecía hombre que saliera de un mal lugar, pues su escudo estaba cortado por arriba, por abajo y por los lados; tenía tales agujeros que se podía pasar el puño por varios sitios; su cota estaba rota, tanto por encima de los brazos, como sobre los hombros y las caderas; su cuerpo y su armadura estaban completamente ensangrentados.

Entra en el patio y todos van a su encuentro para oír lo que desea decir; desmonta del caballo y pregunta dónde puede encontrar a la reina, rogándoles a los que hay delante de él que la hagan venir, y así lo hacen. Al llegar la reina, el caballero la lleva a un lado, le cae a los pies y le pide piedad con mucha dulzura:

—Señora —le dice—, me envía vuestro caballero, al menos eso dice, que me ha vencido y derrotado en combate.

Luego le cuenta cómo comenzó la batalla y por qué.

—Señora, no quiso decirme su nombre, sino que me ordenó que os lo preguntara a vos.

—¿Qué armas llevaba?

El caballero se las describe y la reina reconoce inmediatamente a Lanzarote.

—Loco —le responde la reina—, ¿con quién pensáis haber combatido?

—Señora, no sé, más que con un caballero muy bueno.

—Por Dios, es caballero tan bueno que no hay en el mundo uno que se le pueda comparar; no fuisteis prudente al hablar mal de mí delante de él: me admiro cómo tuvo compasión de vos.

—Señora, ¿quién es?

—Es Lanzarote del Lago.

—Por mi cabeza, ahora me importa poco si he sido vencido, pues frente a él no podía resistir: es para mí un gran honor el haber sido derrotado por la mano de un hombre tan valiente; que Dios no me vuelva a ayudar si sabiendo que era él le hubiera golpeado, pero me dijo que Lanzarote había muerto.

Al oír estas palabras, la reina se rio abiertamente y le contestó:

—Ciertamente, por amor a él tendréis tan buena prisión que, en el momento en que estéis curado de vuestras heridas os podréis ir en libertad.

El caballero se lo agradece mucho.

De este modo se quedó allí Margondre; permaneció hasta sanar, pero antes de irse llegó a la corte Meliaduc y se rindió a la reina de parte de su caballero, contándole cómo había combatido con él y las maravillas que había realizado con las armas delante de la Empalizada. La reina se pone muy contenta y lo retiene consigo porque era buen caballero. Después hizo grandes proezas por las que fue bastante alabado.

Cuando el rey regresó por la tarde de cazar y le dijeron las noticias de Lanzarote se alegró mucho y le mostró al caballero una gran alegría, reteniendo a Meliaduc en su mesnada porque había oído hablar de él en muchas ocasiones.

Antes de que acabara la semana llegaron Héctor y Lionel y contaron sus nuevas acerca del torneo, con gran agrado para el rey y la reina. Héctor dijo, oyéndolo todos, que nunca había nacido tan buen caballero como Lanzarote.

—Tened por seguro, señor —le dijo al rey—, que nunca pensaba que podía haber en el mundo un caballero tan bueno como él.

—A fe mía —responde el rey—, sé que no tiene semejante en el mundo, y nunca lo tuvo; pero siento que siempre esté fuera, pues temo que alguien le cause daño por envidia.

Cuando Lionel llegó a la corte no estaba Boores, pero fueron a buscarlo de inmediato; los dos hermanos se mostraron una gran alegría al verse. Lionel le dijo entonces a Boores lo que Lanzarote le había encargado; al oírlo contestó apesadumbrado, pues tenía gran vergüenza:

—Ciertamente, es verdad lo que dice, señores, pues quedándome mucho tiempo aquí no podré conquistar fama ni mérito.

Regresó a su alojamiento y tomó las armas; después de armarse completamente, menos la cabeza y las manos, fue al rey y a la reina a pedirles licencia. El rey lo encomienda con dulzura a Dios; la reina hace lo mismo y él se marcha. Lionel se quedó allí, pues necesitaba curar de la herida que Lanzarote le había causado.

De este modo se marcha Boores de la corte y sigue el camino más derecho hacia la tierra de Gorre, pues piensa encontrar a Lanzarote; cabalga el primer día sin encontrar ninguna aventura que merezca ser contada. Por la noche durmió en casa de un vasallo que le dio un rico albergue cuando supo que era de la casa del rey. El día siguiente por la mañana se marchó lo más temprano que pudo y entró en un bosque muy hermoso que se llamaba Landone, y cabalgó por él hasta la hora de tercia, sin encontrar a ningún hombre ni a ninguna mujer. El sol calentaba, como corresponde a las fechas en torno a la fiesta de San Juan; resultaba muy cansado cabalgar. Por el gran calor que hacía, Boores se quitó el yelmo de la cabeza y lo entregó a un escudero suyo que iba con él. Entonces se encontró una doncella de gran hermosura, la saluda y ella lo mira y le parece que es el caballero más hermoso de cuantos ha visto, y hombre muy joven; le dice que Dios lo bendiga:

—Por Dios —añade la doncella—, no sé quién sois, pero si tenéis en vos tanta bondad como belleza, seréis muy digno de apreciar y de alabar.

Y es cierto que era, sin lugar a dudas, uno de los caballeros más hermosos del mundo, de los de su edad.

—Doncella —le contesta—, no soy tan bueno como hermoso tal como me decís, y no sé si me estáis tomando el pelo; mi belleza es mal utilizada.

—Por Dios, si os atrevéis a seguirme, os diré en breve de qué andáis mejor abastecido, de belleza o de bondad.

—Ciertamente, si tuviera bastante bondad en mí, no me gustaría saberlo, pues posiblemente me mostraría más orgulloso, y un caballero no debe tener orgullo por ninguna virtud que Dios le haya dado. Os seguiré a donde queráis, estoy dispuesto.

—Venid.

—Marchad, os seguiré.

La doncella se vuelve y regresa por el camino por el que había llegado. Cabalgan de este modo hasta después de la hora de vísperas; salen entonces del bosque que había durado todo el día y llegan ante uno de los castillos más hermosos y mejor asentados de los que había en el país. La doncella habla con Boores:

—Señor, ¿no es muy hermoso ese castillo?

—Doncella, sí. Es hermoso y agradable.

—Señor, ¿no debe estar muy afligida la que ha sido privada de él, debiendo ser señora y dueña del mismo, que ahora ha sido desposeída del castillo de forma injusta?

—Señora, sería una pérdida irreparable, como si fuera la de un amigo carnal, y ciertamente debería estar muy triste. Pero como ella sabe que Dios es todopoderoso para devolvérselo, en el momento en que ésa sea su voluntad, por eso no debe tener un duelo mayor; me gustaría saber por qué lo habéis dicho.

—Señor, lo he dicho por mí misma, pues debería ser señora y tenerlo en mi poder: he sido expulsada y privada junto con una hermana mía, que es mucho más valiosa y más bella que yo.

—¿Quién os ha hecho tal cosa, doncella? Decídmelo, por favor.

—Os lo diré con gusto, pues así deseáis saberlo. El conde Alouz, que fue señor de toda esta tierra, llamada Tierra de Bruyeres, no tenía más hijos que a mí y a mi hermana. Cuando abandonó este mundo nos entregó la tierra a mi hermana y a mí. Ese mismo año, como medio año después de la muerte de mi madre, Gallidés, el señor del Castillo Blanco, que está a la entrada de Gorre, vino a vernos y nosotras le mostramos una gran alegría, pues era tío nuestro. Nos llamó aparte a mi hermana y a mí y le dijo a mi hermana:

—Hermosa sobrina, os he buscado marido.

—Buen tío, ¿quién es?

—Mi senescal, que es muy buen caballero, y seréis bien casada y viviréis con riqueza.

Cuando mi hermana lo oyó dijo que preferiría arder a casarse con él, pues era el caballero más traidor del mundo y el más felón. Cuando mi tío lo oyó, lo tuvo como un gran desdén por haber rechazado su orden y dijo que a pesar suyo se casaría. Mi hermana, que estaba muy triste por estas palabras, respondió encolerizada:

—Por más fuerza que tengáis, no me casaré con él en toda mi vida.

Entonces mi tío juró que le quitaría toda su tierra: se fue con su mesnada y no pasó ni un mes que regresó a esta tierra con un gran ejército; no nos quedó más que un solo castillo, que es el que todavía tenemos. Cuando mi hermana se vio desheredada sin razón lo sintió mucho, pues era muy rica: convocó a caballeros y servidores para saber si podía recuperar su tierra mediante la fuerza. Pero no pudo ser: tuvimos que conformarnos durante mucho tiempo, hasta que nuestras gentes apresaron por casualidad al hijo de mi tío Gallidés y se lo entregaron a mi hermana. Cuando ésta lo tuvo en su poder dijo que nunca lo dejaría libre, por nada que ocurriera, hasta que le devolviera su tío toda la tierra. Al saber mi tío que su hijo estaba preso, convocó a toda la gente que pudo reunir mediante la fuerza o por afecto y vino a asediarnos al castillo que nos había quedado, jurando que no levantaría el asedio antes de recuperar por la fuerza o por las buenas a su hijo: desde entonces mantuvo el cerco casi medio año, y hemos perdido más de cien caballeros de nuestra parte, que han muerto; si el castillo no fuera tan fuerte como es, hace tiempo que hubiéramos perdido nuestros cuerpos y nuestras vidas.

Después de hablar así, la doncella se calló y Boores le contesta:

—Doncella, vuestro tío ha sido cruel y traidor con vosotras; que Dios no me ayude si no me gustaría estar ahora con vos en el castillo y con veinte caballeros armados, pues no dormiría a gusto antes de saber cómo llevan las armas los de fuera.

—Por Dios, señor caballero, si vuestra franqueza y vuestra bondad así os lo aconsejan, en breve haré que os encontréis a gusto.

—Ya me tarda el estarlo.

Entonces, la doncella gira a la izquierda para buscar alojamiento en casa de un vasallo suyo. Éste, al verla, hizo que desmontara y lo mismo hizo con el caballero: aquella noche fueron bien albergados por amor a la doncella. El día siguiente, al punto del alba, se levantó Boores y vistió sus armas; cuando ya estaba dispuesto, montó acompañado por la doncella y el escudero. Boores le pregunta cuánto hay hasta el castillo de su hermana.

—Señor —le contesta la doncella—, diez leguas inglesas. Estaremos fácilmente antes de mediodía si queréis, pero no podremos entrar hasta la noche, según pienso, pues el castillo está rodeado por todas partes salvo por un postigo que guardan por el día.

No han cabalgado durante mucho rato, cuando encuentran a cuatro caballeros armados con todas las armas, que montaban buenos caballos resistentes. Al reconocerlos la doncella le dice a Boores:

—Señor, estoy muerta y deshonrada.

—¿Por qué, doncella?

—¿Acaso no veis al primer caballero armado que viene?

—Sí.

—Sabed que es el senescal, por el que empezó esta guerra, tal como os conté y, sin duda me matará si no soy defendida por vos.

—Así me ayude Dios, no pasaréis ningún mal sin mi ayuda, no os preocupéis. Así me dé honra Dios, me agrada mucho que haya ocurrido en este momento, pues antes de que se separe de mí, si no muero, estará en tal situación que no volverá a desheredar a ninguna doncella injustamente.

Toma la lanza que el escudero le lleva, se coloca el escudo al cuello y se dispone a combatir. El senescal, que era el primero que venía, grita tan pronto como ve a la doncella:

—Amide, Amide, por mi cabeza, haced que la guerra termine. Venid a la prisión de mi señor.

—Por Dios, señor caballero, no lo hará, pues hay quien os lo va a impedir.

—¿La vais a defender vos?

—Así lo haré, mientras pueda.

—A fe mía, entonces os desafío.

—Lo mismo os digo.

Al punto dejan correr los caballos, se dan grandes golpes en los escudos, rompiéndolos y agujereándolos. El senescal rompe la lanza al alcanzar a Boores y éste le golpea con gran fuerza, que a pesar del escudo y de la cota le mete la lanza en el hombro izquierdo, la punta y el asta; le hace caer al suelo tan herido que no puede levantarse. Luego, le ataca uno de los otros tres y Boores recupera la lanza que aún no se había quebrado; se dirige al caballero, que rompe su lanza en medio del pecho de Boores. Éste le golpea con toda su fuerza, de modo que la malla de la cota no es tan dura como para no abrirse y le mete en el cuerpo la cortante punta, derribándolo muerto al suelo; al caer se rompe la lanza. Boores saca entonces la buena espada cortante y ataca a los otros dos, que le rompen las lanzas en el cuerpo. A uno lo alcanza con la espada en el yelmo y le da tal tajo que hace que le salten chispas de los ojos en la cabeza. Queda tan aturdido por el golpe que cae de los arzones. Boores le pasa por encima del cuerpo con el caballo rompiéndole los huesos y haciendo que se desmaye por el dolor que siente. Cuando el cuarto se ve solo con aquél, que había derrotado a sus compañeros, le parece que no podría resistir mucho tiempo sin morir; por eso se vuelve huyendo tan rápido como su caballo puede ir.

Cuando Boores ve que no lo alcanzará tan rápidamente, regresa al senescal, al que había derribado el primero, y desmonta entregándole el caballo al escudero para que se lo guarde; luego se acerca a donde estaba y éste ya se había sentado. Boores lo sujeta por el yelmo, se lo arranca de la cabeza y le dice que se rinda o que lo matará. El senescal siente tan gran angustia que no puede contestar, y al ver Boores que no dice nada, le baja la ventana y la cofia de hierro. Al verse tan desprotegido, el senescal abre los ojos y ve a Boores que tiene levantada la espada; siente gran miedo a la muerte y pide piedad:

—Noble caballero, ¡no me mates! Que yo sepa no te hice ningún daño que merezca la muerte.

—No puedo dejar de matarte, si no me prometes que irás prisionero a donde yo te envíe.

—Estoy dispuesto a ir a cualquier lugar que digáis, salvo al castillo de Honguefort.

—¿Es ése el castillo asediado?

—Sí. Iré a cualquier lugar menos a ése.

—No irás a ningún otro sitio, irás allí; te entregarás a la doncella del castillo y si te pregunta que quién te envía, dile que un caballero que le ayudaría con gusto, si pudiera.

—Buen señor, prefiero que me matéis a ir, pues sé que allí me darán la muerte; que Dios me ayude, prefiero morir por vos a que sean ellos los que me maten.

—Escucha pues, te doy a escoger: o vas, o te mato.

Boores levanta la espada y hace como si fuera a cortarle la cabeza. Al ver venir la espada, el senescal piensa que va a morir sin remedio, y grita:

—Señor, iré antes de que me matéis; pero si me hacen algún daño o villanía, la afrenta será para vos y el daño será mío.

—No te preocupes, prométeme que irás.

El senescal así lo promete, con gran dolor por la herida que tiene. Luego, Boores se levanta de encima de él y corre al otro que había herido con la espada; en poco rato lo deja en tal estado que tiene miedo de morir y le promete ir prisionero igual que el senescal. Montan al senescal en su caballo, después de vendarle la herida para que no sangrara demasiado y el otro montó en el suyo; emprenden el camino hacia Honguefort. Boores se encamina tras ellos muy despacio. La doncella le dice entonces:

—Señor, nunca vi a ningún caballero del mundo que tuviera más fortuna que la que vos habéis tenido: debéis darle gracias a Dios porque os ha ayudado mucho. Si en todo lo hacéis tan bien como lo habéis hecho aquí, ciertamente con la ayuda de Dios y con la vuestra mi hermana quedará libre, si vos queréis esforzaros en ello.

Se marchan hablando de este modo y a la hora de tercia llegan a una abadía para comer. Cuando los frailes vieron a la doncella, le mostraron muy buena cara, porque sus antepasados habían fundado aquel lugar y lo habían dotado. El senescal, por su parte, cabalga con su compañero hasta llegar al castillo llamado Honguefort; cuando pasó por donde estaba su gente, fueron detenidos, ya que todos querían saber cómo les había ido; contaron, oyéndolos su señor mismo, cómo un caballero los había vencido y los enviaba al castillo prisioneros de su parte, y que el caballero iba en ayuda de la doncella. Cuando Gallidés lo oye, dice que no llegarán al castillo.

—Señor —le contesta el senescal—, entonces faltaríamos a nuestras promesas, cosa que vos no permitiríais, bien lo sé.

—Senescal, preferiría que faltarais a vuestras promesas, porque estoy seguro de que os matarán en el castillo, pues la doncella no odia nada tanto como a vos.

—No puedo hacer otra cosa y tengo que ir.

Luego, se marcha con su compañero y entran en el castillo, pues les habían abierto la puerta; descabalgan delante del palacio principal. Le llegan a la doncella las noticias de que se habían presentado dos caballeros y que parecen ser prisioneros; ella va hacia allí para saber qué desean.

Cuando el senescal la ve, se quita el yelmo de la cabeza y lo arroja a los pies y lo mismo hace con la espada; después, le dice:

—Doncella, me envía a vos un caballero al que encontré hoy acompañando a vuestra hermana; nos ha vencido a mí y a este caballero que estaba conmigo; me hubiera dado la muerte, pero le prometimos que vendríamos a rendirnos a vos en este castillo y que nos entregaríamos como prisioneros vuestros: hemos cumplido nuestra promesa, pues nos tenéis aquí en vuestra presencia. Podéis hacer con nosotros lo que deseéis.

Al ver delante de sí al senescal, que era el hombre del mundo al que más odiaba a muerte, se le encendió a la doncella el corazón y se lo enrojeció el rostro; al momento le contesta con gran cólera, como mujer enfadada, y bien se vio que lo estaba por la rabia que tenía contra él, que le hizo llevar a cabo una acción de la que se arrepentiría después profundamente:

—Senescal, desde que tengo uso de razón no he visto nada que me causara mayor alegría que el teneros, pues pienso vengarme por haber sido desheredada y privada de mis posesiones.

A continuación, hace que le aten los pies y los puños, y también a su compañero, aunque sus hombres no sabían aún qué era lo que quería hacerles. Ordena que coloquen la catapulta frente al pabellón de su tío, «pues quiero que mi tío vea cómo hago que sus caballeros aprendan a volar».

Los del castillo lo hicieron tal como la doncella lo había ordenado y pusieron a los dos caballeros en la catapulta, lanzándolos al ejército contrario por encima de la muralla del castillo. El senescal cayó delante del pabellón de su señor y al caer se rompió los huesos y se estrelló de forma que murió en el acto. Cuando Gallidés vio aquello, lo sintió tanto que preferiría haber perdido la mitad de su tierra, y juró ante todos sus hombres que si podía prender a su sobrina, con la ayuda de Dios y de los santos, le haría tales cosas que nunca volvería a hacerle nada semejante a nadie a quien tuviera en su poder para darle la muerte de esa forma.

En el ejército hacen gran duelo por la muerte del senescal y lloran con amargura hasta los que no tenían ningún vínculo con él. Mientras, en el castillo están muy contentos y dicen que ya se han vengado bien de aquel que les hacía más daño que todos los demás. Hasta la hora de nona resisten los ataques de los de fuera. Entonces entró Boores en el castillo con la doncella.

Cuando la del castillo supo que su hermana había llegado con un caballero, salió a su encuentro, dándole la bienvenida a Boores; lo recibe lo más atentamente que puede y lo lleva a la sala de arriba, donde lo hace desarmar, le entrega un vestido de escarlata forrado de armiño, y ordena que se lo ponga. La doncella que había llegado con él le sirve lo mejor que puede, lo mejor que sabe y aplicándose con gran esmero; luego le dice a su hermana:

—Bella hermana, dadle las gracias a este noble caballero, que por su franqueza y por su bondad ha venido a ayudaros en vuestra guerra; por su valor, me ha defendido hoy frente a cuatro caballeros armados que me hubieran matado, de no haber estado él: es él el que os ha enviado como prisioneros al senescal y a su compañero.

Al oírlo la doncella, intenta echarse a sus pies, pero Boores no lo permite y la levanta rápidamente. Ella le ofrece hacer todo lo que él desee:

—Sabed, señor, que este castillo es vuestro, y está dispuesto a hacer lo que ordenéis.

Boores le da las gracias. La otra doncella lo lleva por las habitaciones y por los reductos de allí, hasta que llega a la torre del homenaje; desde ella ve con toda facilidad el ejército contrario. Entre el ejército y el castillo había una colina a la derecha en la que crecía uno de los pinos más hermosos y grandes del mundo; la colina no era muy grande, pero era extraordinariamente alta. Boores le pregunta a la doncella qué era aquello y ésta le contesta que es una atalaya.

—¿Sabéis para qué se utiliza? No hay día que Gallidés no envíe allí a alguno de sus caballeros a justar contra los de dentro: son derrotados frecuentemente y a menudo, y los nuestros vencen.

—Doncella, si yo o algún otro fuera de vuestra parte mañana, armado con todas las armas, ¿los del otro ejército enviarían a alguien a justar contra el que fuera?

—Sí, el que quisiera hacerlo.

—Por Dios, eso me agrada.

Desciende de la torre y va al salón donde encuentra preparadas las mesas y la comida dispuesta; se sienta, después de lavarse, con diez caballeros que había allí; son servidos con mayor riqueza que nadie. Después de levantar la mesa, las dos doncellas llevan a su huésped a una torre que había en un prado muy agradable; la hermana mayor contempla con gusto a Boores, y viéndolo se reconforta por su gran hermosura; le parece que Dios ha sido muy generoso al enviarle tanta bondad y belleza y se dice a sí misma que debería estar muy contenta la doncella que tuviera el dominio de tal caballero: no piensa más que en esto y cómo atraerlo hacia ella. Permanecen allí hasta que llega la noche; luego, regresan al palacio, donde ya estaban las camas dispuestas. Acostaron a Boores en una habitación muy hermosa, en una de las camas más ricas de cuantas había visto en mucho tiempo y las dos doncellas permanecen a su lado hasta que se duerme; después, van a acostarse.

Historia de Lanzarote del Lago
cubierta.xhtml
sinopsis.xhtml
titulo.xhtml
info.xhtml
Section0001.xhtml
Section0002.xhtml
Section0003.xhtml
Section0004.xhtml
Section0005.xhtml
Section0006.xhtml
Section0007.xhtml
Section0008.xhtml
Section0009.xhtml
Section0010.xhtml
Section0011.xhtml
Section0012.xhtml
Section0013.xhtml
Section0014.xhtml
Section0015.xhtml
Section0016.xhtml
Section0017.xhtml
Section0018.xhtml
Section0019.xhtml
Section0020.xhtml
Section0021.xhtml
Section0022.xhtml
Section0023.xhtml
Section0024.xhtml
Section0025.xhtml
Section0026.xhtml
Section0027.xhtml
Section0028.xhtml
Section0029.xhtml
Section0030.xhtml
Section0031.xhtml
Section0032.xhtml
Section0033.xhtml
Section0034.xhtml
Section0035.xhtml
Section0036.xhtml
Section0037.xhtml
Section0038.xhtml
Section0039.xhtml
Section0040.xhtml
Section0041.xhtml
Section0042.xhtml
Section0043.xhtml
Section0044.xhtml
Section0045.xhtml
Section0046.xhtml
Section0047.xhtml
Section0048.xhtml
Section0049.xhtml
Section0050.xhtml
Section0051.xhtml
Section0052.xhtml
Section0053.xhtml
Section0054.xhtml
Section0055.xhtml
Section0056.xhtml
Section0057.xhtml
Section0058.xhtml
Section0059.xhtml
Section0060.xhtml
Section0061.xhtml
Section0062.xhtml
Section0063.xhtml
Section0064.xhtml
Section0065.xhtml
Section0066.xhtml
Section0067.xhtml
Section0068.xhtml
Section0069.xhtml
Section0070.xhtml
Section0071.xhtml
Section0072.xhtml
Section0073.xhtml
Section0074.xhtml
Section0075.xhtml
Section0076.xhtml
Section0077.xhtml
Section0078.xhtml
Section0079.xhtml
Section0080.xhtml
Section0081.xhtml
Section0082.xhtml
Section0083.xhtml
Section0084.xhtml
Section0085.xhtml
Section0086.xhtml
Section0087.xhtml
Section0088.xhtml
Section0089.xhtml
Section0090.xhtml
Section0091.xhtml
Section0092.xhtml
Section0093.xhtml
Section0094.xhtml
Section0095.xhtml
Section0096.xhtml
Section0097.xhtml
Section0098.xhtml
Section0099.xhtml
Section0100.xhtml
Section0101.xhtml
Section0102.xhtml
Section0103.xhtml
Section0104.xhtml
Section0105.xhtml
Section0106.xhtml
Section0107.xhtml
Section0108.xhtml
Section0109.xhtml
Section0110.xhtml
Section0111.xhtml
Section0112.xhtml
Section0113.xhtml
Section0114.xhtml
Section0115.xhtml
Section0116.xhtml
Section0117.xhtml
Section0118.xhtml
Section0119.xhtml
Section0120.xhtml
Section0121.xhtml
Section0122.xhtml
Section0123.xhtml
Section0124.xhtml
Section0125.xhtml
Section0126.xhtml
Section0127.xhtml
Section0128.xhtml
Section0129.xhtml
Section0130.xhtml
Section0131.xhtml
Section0132.xhtml
Section0133.xhtml
Section0134.xhtml
Section0135.xhtml
Section0136.xhtml
Section0137.xhtml
Section0138.xhtml
Section0139.xhtml
Section0140.xhtml
Section0141.xhtml
Section0142.xhtml
Section0143.xhtml
Section0144.xhtml
Section0145.xhtml
Section0146.xhtml
Section0147.xhtml
Section0148.xhtml
Section0149.xhtml
Section0150.xhtml
Section0151.xhtml
Section0152.xhtml
Section0153.xhtml
Section0154.xhtml
Section0155.xhtml
Section0156.xhtml
Section0157.xhtml
Section0158.xhtml
Section0159.xhtml
Section0160.xhtml
Section0161.xhtml
Section0162.xhtml
Section0163.xhtml
Section0164.xhtml
Section0165.xhtml
Section0166.xhtml
Section0167.xhtml
Section0168.xhtml
Section0169.xhtml
Section0170.xhtml
Section0171.xhtml
Section0172.xhtml
Section0173.xhtml
Section0174.xhtml
Section0175.xhtml
Section0176.xhtml
Section0177.xhtml
Section0178.xhtml
Section0179.xhtml
Section0180.xhtml
Section0181.xhtml
Section0182.xhtml
Section0183.xhtml
Section0184.xhtml
Section0185.xhtml
Section0186.xhtml
Section0187.xhtml
Section0188.xhtml
Section0189.xhtml