LXXXII
Cuenta ahora la historia que el duque cabalgó hasta el anochecer, cuando la luna empezó a brillar con claridad. Entonces escuchó con atención y oyó sonar un cuerno cerca de allí, hacia la derecha; avanzó un poco y encontró un sendero que iba hacia aquella parte; cabalgó por él hasta salir del bosque. Mira entonces delante, a la luz de la luna, y ve una gran llanura muy hermosa. Avanza sin detenerse hasta llegar a una barbacana, que está abierta; entra en ella y ve, a derecha y a izquierda, grandes fosos llenos de agua; continúa y llega a una puerta alta y grande, a la entrada de una torre cuadrada; la puerta está cerrada y llama en ella tres veces. Entonces, le sale un criado, que va a la puerta y le pregunta quién es; el duque responde que es un caballero extranjero, que necesita albergue.
—Por Dios —le dice el criado—, sed muy bienvenido, pues tendréis alojamiento bueno y hermoso.
Le abre la puerta y cuando el duque entra, la vuelve a cerrar. Después lo lleva a una rica torre que se levantaba en medio del patio; era alta, fuerte, y estaba rodeada por una fortificación grande y alta. El duque descabalga y otros criados le toman el caballo y se lo llevan a la cuadra. Mientras tanto, el criado que le había abierto la puerta, lo acompaña hacia la parte alta de la torre, le quita el escudo y lo desarma; a continuación hace que se siente en una alfombra.
Al momento sale una doncella de una habitación, con un manto escarlata al cuello; el duque la ve venir sin dificultad, pues había allí abundantes velas de forma que se podía ver tan claro como si fuera de día. El duque se pone en pie, se levanta hacia la doncella y la ve de tan gran hermosura que le parece que debe ser la señora de aquel lugar; le da la bienvenida y ella responde que Dios lo bendiga.
A continuación, la doncella le pone el manto al cuello al duque, y vuelve a la habitación de la que había salido; éste se queda sorprendido por la gran riqueza que ve en la torre y quiere preguntarle algunas cosas al criado. Cuando mira hacia la habitación de la que había salido la doncella, ve venir a una dama de extraordinaria belleza, acompañada por caballeros y servidores, hasta cuarenta. Al ver a la dama, el duque va hacia ella y ésta le toma por la mano, le dice que sea bienvenido y le devuelve con buen gesto el saludo. Luego, se sientan los dos sobre una alfombra y la dama le pregunta con discreción acerca de su persona, en qué tierra nació y a quién pertenece, y él le responde que es de la casa del rey Arturo.
—Señor —le dice ella—, ¿cómo os llamáis?
—Señora, me llaman Galescalaín.
—Buen señor, ¿en qué lugar del reino de Logres nacisteis?
Él le contesta que nació en Escavalón, y que fue hijo del rey Arguel, «y ahora soy duque de Clarence».
Al oír estas palabras, la dama se pone en pie por la alegría que tiene, le echa los brazos al cuello y lo besa muchas veces y con frecuencia, de forma que él mismo se sorprende, pero la dama le dice:
—Dios, sed adorado, y bendecido sea vuestro santo nombre, pues me habéis enviado al hombre del mundo que más deseaba ver y al que más quería —y a continuación añade—: Mi dulce amigo, debo mostraros alegría, pues sois primo hermano mío, hijo de mi tío; juntos fuimos criados en Escavalón; yo soy hija de vuestra tía, la dama de Corbalaín, a la que vuestro padre tanto quiso.
Cuando el duque lo oye, se sorprende y se da cuenta de que dice la verdad con respecto a que habían sido criados juntos; pero no había tenido noticias de ella desde que se casó, y pensaba que había muerto.
—Bella prima —le dice—, si estáis contenta por haberme encontrado, mucho más lo estoy yo: tened por seguro que pensaba que ya os había perdido; de no haber sido por eso, hace tiempo que os habría intentado ver, si hubierais estado en alguna tierra en la que se os pudiera encontrar.
La dama le pregunta entonces que a dónde va y por qué cabalga armado en una fiesta tan importante como es la víspera de Pentecostés; él le cuenta cómo un gran caballero se había llevado a mi señor Galván y cómo él y otros dos caballeros se habían puesto en marcha para socorrerlo, sin que lo supieran ni el rey ni la corte. A continuación, le describe las armas del caballero, le dice cómo era de grande y de corpulento, hasta que ella se da cuenta de quién es; y así, le dice al duque que reconoce al caballero, «y pienso que hoy mismo ha pasado por aquí delante; es el más cruel y el más desleal de cuantos han llevado armas. ¿Sabéis cómo se llama y de dónde es? Es Caradós el Grande, el traidor, de la Torre Dolorosa, el que nunca tuvo compasión de ningún caballero al que hubiera vencido. Y ya que es más fuerte que nadie, no os aconsejo que prosigáis, pues no lograréis nada, ya que aún no ha nacido el caballero que pueda vencerlo con las armas, pues es hombre de gran valor y de extraordinaria fuerza».
—Ya sé —le contesta el duque— que tiene una enorme fuerza, pero el valor y la bondad no están en la fuerza y ojalá quisiera Dios, pasara lo que pasara, que nos encontráramos en un campo de combate él y yo, armados con todas las armas, y que a quien Dios le diera la victoria y la alegría, pudiera quedarse con ella.
—Ciertamente —le contesta la dama—, no me gustaría veros juntos, por toda la riqueza del mundo, pues sé que si él os venciera, nada podría impedir que perdierais la cabeza, ya que a otros muchos caballeros les ha quitado la vida; no seré, yo quien os aconseje que continuéis. Si tenéis decidida alguna locura, abandonadla, pues vuestra esperanza carece de sentido, si es que pensáis dar término a lo que nadie ha conseguido poner fin.
—Mi dulce prima, no sigáis aconsejándome, pues de nada me servirán vuestros consejos; tened por seguro que siempre estaría triste si mi señor Yvaín o Lanzarote lo pudieran rescatar sin mi ayuda; os suplico que me recomendéis lo mejor que podáis, pues bien sabéis que lo voy a necesitar.
Cuando la dama ve que de nada valen sus súplicas, empieza a llorar con tristeza y deja de hablar. Las camas ya han sido preparadas; traen vino. Después de beber, el duque fue a acostarse, pero no pudo dormir durante gran parte de la noche, y estuvo pensando en mi señor Galván; finalmente, los esfuerzos de las armas y el haber cabalgando muy deprisa lo han cansado tanto que se queda dormido. No fue mucho lo que durmió, pues se levantó muy temprano.
Su prima fue a buscarlo antes de que estuviera preparado; le ruega con insistencia, llorando, que se quede, «pues nunca estaré a gusto si os marcháis». Durante largo rato le suplica, sin conseguir nada, a pesar de su llanto:
—Mi dulce amigo, de ninguna manera permitiría que os fuerais sin recibir consejo en algo que os pueda aconsejar, y soy una de las mujeres del mundo que más os pueden ayudar, y por eso lo voy a hacer con todas mis fuerzas. Os diré qué vais a hacer: os acompañarán de aquí a un camino ancho; cuando lleguéis a él, si así lo deseáis, mi mensajero os guiará hasta el castillo, pues los caminos son intrincados y difíciles de seguir si no se conocen muy bien por el uso. Os aconsejo que no rechacéis la compañía de mi mensajero, pues seríais incapaz de mantener el camino sin errar. ¿Sabéis qué debéis hacer al llegar al castillo de Caradós? Veréis que este castillo es más fuerte y alto que ninguno de cuantos habéis visto en tierra llana, pero no es fácil entrar en él por la primera puerta, pues está muy bien guardada y defendida frente a quienes quieren pasarla, ya que permanentemente hay en ella diez caballeros armados con todas las armas. Si llega algún caballero de otra tierra que desee pasar, no puede pagar más peaje que su propia cabeza, y no tienen compasión alguna. Tal es la costumbre de la primera puerta del lugar donde vive Caradós, según me han contado mis mensajeros, a quienes he enviado varias veces hasta allí; sabed que nunca entró ningún caballero que después pudiera salir: le cortaron la cabeza nada más entrar.
Pero no debéis ir a la puerta en la que están los diez caballeros, sino que debéis ir por detrás, entre el foso y la empalizada: allí encontraréis un postigo bajo y estrecho; delante, sobre el foso, hay un tablón largo y estrecho, peligroso de atravesar para cualquier caballero que vaya armado. Cuando lo hayáis pasado, entraréis en el primer recinto por el postigo que os he dicho. Después, os encontraréis otros dos recintos amurallados más.
Aun siendo el mejor caballero del mundo, tendríais allí bastante resistencia; si conseguís atravesar los tres recintos, ya no tendréis que preocuparos más que de un solo caballero; luego, hallaréis uno de los jardines más hermosos de cuantos habéis visto con vuestros ojos. En medio del jardín hay una torre y, al pie de la misma, mana una fuente: podréis entrar en la torre sin dificultades; en ella os encontraréis a una doncella que no os parecerá fea ni villana, pues es una de las más hermosas y corteses, a pesar de su bajo linaje. Saludadla de parte de su señora de la Blanca Torre, y decidle —por el gran amor y por la lealtad que me ha tenido desde la primera vez que la vi— que os ayude para que podáis llevar a cabo vuestro asunto. Para que os crea más en lo que le vais a decir, entregadle este anillo: lo reconocerá de inmediato, pues me lo dio con su propia mano el último día que la vi. Estuvo aquí de doncella conmigo durante mucho tiempo; hasta que mi señor murió estuvo a mi lado, y siguió aquí bastante tiempo más. No olvidéis decirle que sois primo hermano mío, el hombre al que más quiero del mundo; así se lo tenéis que decir. Tened por seguro que si conseguís llegar hasta allí, no moriréis si os reconoce.
Entonces, la dama le entrega el anillo y él lo toma; le pide permiso para marcharse de inmediato y su prima monta a su lado para acompañarle, y así lo hace hasta la entrada del bosque. Cuando llegaron a él, el duque hace que regrese a la fuerza y la dama le entrega a su escudero, que debe conducirle hasta la casa del caballero que tiene a mi señor Galván en la prisión; pero antes de irse, la dama le ruega por Dios, si en algo la estima, que no deje en modo alguno de volver por allí, si Dios le permite librarse sano y salvo. Luego, se marcha la dama llorando con amargura por el miedo que siente por el duque, y éste toma el camino acompañado por el escudero.
Aquí deja la historia de hablar de él y de su prima y vuelve a mi señor Yvaín, cuando se separó del duque, y de Lanzarote.