LXII
Aquí cuenta la historia que Lanzarote está tan enfermo que ni bebe, ni come, a no ser muy poco, y no duerme. Galahot se encuentra a disgusto porque lo ve tan mal, le pregunta qué le ocurre y él le responde que está seguro de que va a morir.
—Mi buen compañero —le pregunta Galahot—, si pudierais ver a mi señora, ¿os encontraríais más a gusto?
—Señor, pienso que sí.
—Por Dios, procuraré que la veáis.
—Señor, ¿cómo será eso?
—Os lo voy a decir. Haremos saber a mi señora que nos tiene demasiado olvidados, pues no la hemos visto desde la entrada del mes de mayo y estamos en enero; que haga algo para que podamos verla.
—Señor, gracias. Pienso que mi señora es tan leal y tan valiosa, que si pudiera ser, nos vería con mucho gusto, pero no puede hacerlo. Temo que le resulte difícil y preferiría estar muerto antes que causarle dificultades; y prefiero soportar mi dolor mientras viva, pues sólo vivo por ella, y muriendo, yo no perdería tanto como ella. A pesar de todo, lo haremos tal como habéis propuesto.
—No os preocupéis ahora, que os garantizo que no pasará dificultades.
—Señor, ¿cómo lo sabrá ella?
—Enviaremos a vuestro primo Lionel, a quien le encargaré debidamente vuestro mensaje.
Llama entonces a Lionel y le dice:
—Lionel, irás a mi señora y tendrás que hablar con ella en secreto, sin que nadie te oiga. ¿Sabes qué tienes que hacer? Te enterarás dónde está el rey Arturo; después preguntarás por mi señora de Malohaut, a la que le dirás que te lleve a hablar con la flor de todas las damas que hay, y ella lo hará con mucho gusto. Ten cuidado de ser prudente y discreto y de comportarte bien, pues irás a ver la rosa de todas las damas del mundo. Si te pregunta quién eres, le dirás que eres hijo del rey Boores de Gaunes y primo hermano de Lanzarote. Si te pregunta qué hace su amigo, dile que no puede hacer nada bueno, puesto que no la ve. Dile que nos ha olvidado más de lo que nos merecíamos y que ponga rápido remedio para que la podamos ver, si es que quiere tener compasión de los dos caballeros más desgraciados que existen.
Galahot encargó a Lionel de las mejores palabras que se le pudieron ocurrir, y éste le dijo que las llevaría sin olvidar nada de lo que le había confiado. Luego, se despidió.
—Vete —le dijo Galahot—, y procura por tus ojos no decir a nadie de quién eres, ni a dónde vas, pues nos darías la muerte y para ti sería una afrenta.
Le responde que en mala hora se preocupaba, pues antes se dejaría sacar los ojos. Lionel se va, tomando el camino directo a la corte del rey Arturo.
Pero la historia deja ahora de hablar de Galahot y de Lanzarote y del muchacho y vuelve a hablar de mi señor Galván.