CII

Lanzarote permaneció prisionero tanto tiempo —cuenta la historia— que estaba desmejorado con respecto a como era, y nada de lo que veía le daba alegría. Un día Morgana hizo que lo sacaran de la prisión. Lanzarote le preguntó si pensaba tenerlo de aquel modo para siempre, a lo que ella le contestó que si no le decía lo que le había preguntado en la otra ocasión, lo tendría así durante mucho tiempo.

—Entonces —contestó Lanzarote—, me tendréis el resto de vuestra vida y de la mía; si me tenéis durante mucho tiempo, me daréis la muerte, porque no podré resistir mucho en esta angustia.

—¿Cómo diablos? ¿No os tuvo la Dama de Malohaut prisionero un año y medio?

—Sí, señora, sin duda: entonces mi cuerpo era distinto que ahora, pues ahora no podría soportar tanto tiempo en prisión como estuve entonces, aunque me dieran todo el mundo. Aunque tengáis el cuerpo prisionero, no podéis apresar el corazón. Os ruego por Dios que me dejéis ir, como a quien no ha cometido ninguna falta; si no queréis ponerme en libertad, pedidme un rescate, que por grande que sea no dejaré de pagarlo, si lo llega a saber un hombre al que conozco.

—Por Dios, no saldréis antes de que vuestra prisión haya entristecido a muchas gentes.

—Señora, no puedo más.

Con esto, dejan de hablar. Vuelven a meterlo en la celda, que era una de las habitaciones más hermosas del mundo, y de las más agradables. A partir de ese día no quiso comer nada en los tres días siguientes, hasta que no podía mantenerse en pie. Cuando Morgana vio que sería necesaria la fuerza, le dijo:

—Lanzarote, ¿es cierto que os dejaríais morir aquí?

—Señora, es la cosa que más deseo ahora.

—¿Querríais que os pusiera en libertad?

—Señora, en otros momentos lo deseaba más que ahora, pero entonces vos no quisisteis hacerlo; ahora que estoy muerto queréis ponerme en libertad. Estoy dispuesto a pagar mi rescate, si así lo deseáis: decidme cómo.

—Os lo diré, y si no queréis hacerlo, no volveréis a salir de la prisión, a no ser que me juréis sobre sagrado que no entraréis en la casa del rey Arturo antes de un año; y que no tendréis compañía de hombre ni de mujer de su casa durante una sola hora.

—Señora, lo mismo me daría que me matarais. Si queréis podéis hacerlo, según me parece; que Dios no os vuelva a ayudar, si no me cortáis la cabeza como la mujer más traidora y desleal que sois de cuantas ha habido.

—¿Cómo, Lanzarote —le dijo Morgana al ver que estaba tan enfadado—, no soportaríais ningún sacrificio para salir de mi prisión? Por la cosa que más amo, si no aceptáis el primer rescate que os voy a proponer, no podréis iros de aquí hasta que os haya retenido tanto como la dama de Malohaut. ¿Sabéis qué es lo que tenéis que jurarme? Que no entraréis desde ahora hasta Navidad en ningún lugar en el que esté la reina.

Tuvo entonces tal dolor, que poco faltó para que el corazón no se le partiera en el vientre, y maldijo la hora en que nació. Luego, le dice a Morgana que haga con él como prisionero, pues en la vida jurará tal cosa. Ésta le promete que se pudrirá en prisión. Vuelven a encerrarlo, y pasó toda la noche sin comer, mientras que Morgana no hace más que pensar en cómo engañarle; pero como no puede hacerle comer, le prepara un bebedizo hecho con conjuros y sortilegios: le perturbó el cerebro tanto, que le pareció por la noche entre sueños que se encontraba con la reina, que estaba acostada con un caballero. Lanzarote corría a su espada y quería matarlo, pero la reina se ponía en pie y le decía:

—Lanzarote, ¿por qué queréis matar a este caballero? No seáis tan osado como para tocarlo, pues yo soy suya. Procurad, si en algo estimáis vuestro cuerpo, no ir nunca a un lugar en el que yo esté.

Eso fue lo que Morgana le hizo soñar para que odiara a la reina y para que pensara el día siguiente que su visión había sido cierta, hizo que lo llevaran a medianoche fuera de la habitación y que lo colocaran en una litera, como cuando lo trajo del Valle Sin Retorno, e hizo que lo llevaran completamente dormido a una de las landas más hermosas del mundo, que estaba a unas tres leguas de allí; ella misma acudió y ordenó que sus gentes lo vigilaran de cerca. Por la mañana, le pareció a Lanzarote que se encontraba en uno de los pabellones más hermosos del mundo, y vio delante de él una alfombra igual que la que había visto por la noche, con la reina y el caballero; aún tenía la espada con la que quería matarlo. Entonces, siente tal dolor que falta poco para que pierda el juicio, pues pensaba que había sido cierto todo lo que había soñado, pero siente más todavía la prohibición que le había hecho la reina, más que por el caballero, porque ignora cómo hacer para no atreverse a poner el pie donde esté. Al ver a las gentes de Morgana sintió vergüenza y tristeza; la misma dama se le acercó y le dijo:

—¿Cómo, Lanzarote? ¿Sois tan poco leal que os hubierais ido sin mi permiso?

Al oír estas palabras, Lanzarote piensa que lo acusa de deslealtad, y siente un profundo dolor; toma la espada, que pensaba que aún tenía, e intenta metérsela por medio de su propio cuerpo, pero Morgana lo sujeta, le da consejos y le dice que muchas gentes cometen deslealtades, pero después viven de forma leal el resto de la vida.

—Yo no podría resistir mucho tiempo de tal modo, y más me convendría abandonar el mundo y dejarlo todo, muriendo. Ayer por la tarde me dijisteis que me dejaríais ir si os juraba que no entraría en ningún lugar en el que estuviera mi señora la reina, desde ahora hasta Navidad: estoy dispuesto a cumplir el juramento.

—Os lo acepto, pero procurad no faltar a vuestra promesa, pues os deshonraría en la casa del rey Arturo, mi hermano.

Lanzarote le contesta que preferiría morir.

—Os voy a decir —responde Morgana— lo que haréis, pues estáis tan delgado y tan débil, que de nada serviría que cabalgarais. Permaneced conmigo hasta que hayáis recobrado vuestra fuerza, entonces, me lo juraréis y después os podréis marchar a vuestros asuntos.

Lanzarote lo otorga; entonces, Morgana se lo lleva y hace que coma todo tipo de comida que piensa que le puede agradar, y que es buena; lo retuvo hasta que había recuperado en parte su belleza y su fuerza. Luego se despide de ella tras hacer el juramento que le pidió. Se marcha triste y pensativo, como quien no sabe a dónde dirigirse, y no hay nada que le sirva de consuelo sino el llorar y meditar durante noche y día. De este modo cabalga armado con armas muy ricas y buenas que Morgana le había entregado.

Pero la historia aquí deja de hablar de él y vuelve con Lionel, que cabalga tan a disgusto como quien piensa que su primo ha muerto, según las noticias que ha oído.

Historia de Lanzarote del Lago
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