CXXXIII

Cuenta ahora la historia que cuando Aglován se separó de sus compañeros, cabalgó durante todo el día sin encontrar ninguna aventura que merezca recordar. Pasó la noche en casa de un ermitaño, hombre de santa vida, que se esforzó para que estuviera a gusto. La mañana siguiente, se levantó temprano y cabalgó de nuevo; buscó el bosque por todas partes, y el quinto día llegó, un poco antes de vísperas, a un estrecho sendero. Allí se encontró con un caballero que trotaba montado en su caballo, armado con todas las armas, pero con el escudo destrozado, la cota rota y con las mallas abiertas, el yelmo despedazado y partido; la sangre le caía de la cabeza y de los brazos, de modo que la cota estaba completamente enrojecida. Al ver a Aglován se dirigió hacia él lo más rápidamente que pudo, diciéndole:

—Noble caballero, tened compasión de mí, no dejéis que me maten delante de vos.

—Señor, no veo a nadie que os quiera hacer daño.

—Buen señor, dentro de poco lo veréis, pues me persigue no sé qué caballero que quiere matarme, sin motivo, y ya me ha herido tal como podéis ver.

—No os preocupéis, dejad que venga y esperadle, y yo os prometo lealmente que no recibiréis ningún daño mientras os pueda defender.

Mientras hablaban así, ven venir a un caballero tan rápido como su caballo puede llevarle.

—Señor —le dice el caballero a Aglován—, ése es.

Entonces pica espuelas hacia él y galopa lo más rápido que puede; Aglován vuelve la cabeza de su caballo hacia el que llega, pues ve que va a su encuentro; se golpean con tanta fuerza que los escudos no pueden impedir el ser atravesados por las puntas de las lanzas. El caballero quiebra su lanza y Aglován lo golpea con tanto vigor que lo derriba al suelo junto con su caballo. Pero el otro era valiente y se pone en pie con rapidez; desenvaina la espada y se coloca el escudo delante de la cabeza, dispuesto a defenderse. Aglován le ataca tal como iba armado y le golpea con el pecho del caballo, volviendo a tirarlo al suelo. Luego, descabalga, porque no quiere seguir acosándolo a caballo, ya que el otro iba a pie; ata el caballo a un árbol, saca la espada y se dirige al caballero; pero lo encuentra en tal estado que no puede levantarse del sitio en el que ha caído: le arranca el yelmo de la cabeza, le baja la ventana y le amenaza con cortarle la cabeza si no se da por vencido. El otro abre los ojos, aunque se encuentra muy mal; al ver la espada con la que le quiere cortar la cabeza, teme morir y pide piedad:

—Noble caballero, no me mates, pues me doy por vencido; tomad mi espada, os la rindo.

Aglován la recibe y luego le pregunta por qué quería matar al caballero.

—Por mi fe, porque anteayer mató a uno de mis escuderos y no sé por qué lo hizo: por eso le hubiera dado la muerte, si hubiera conseguido alcanzarlo. Y lo hubiera alcanzado en poco tiempo si no os hubiera encontrado a vos.

—Cometíais una gran desmesura al intentar matar a un caballero por un escudero; por esa ofensa quiero que os pongáis a su merced y os dejo libre en cuanto a mí se refiere.

El caballero le contesta que así lo hará, ya que no puede ser de otro modo; se dirige ante el otro y se arrodilla, pidiéndole merced por el daño que le había causado; el otro caballero se lo perdona. Vuelve a montar el vencido y le dice a Aglován:

—Señor, ya es hora y momento de tomar albergue, porque la noche se acerca con rapidez; cerca de aquí tengo un refugio muy bien abastecido: os ruego que vengáis a alojaros conmigo esta noche y os sentiréis más a gusto que en cualquier lugar de los que podríais encontrar hoy.

Aglován lo acepta y luego le pregunta al caballero al que había socorrido que de dónde es; éste le contesta que es del castillo de Roguedón, que está a una legua galesa de allí.

—Si quisierais venir, haría que os honraran por encima de todos los hombres, y con motivo, pues me habéis salvado de la muerte.

—Os diré lo que podemos hacer —le contesta el caballero vencido—, venid a albergaros esta noche con nosotros dos. Así nuestra alegría será mayor que si fuéramos separados y tuviéramos que irnos cada uno a un lugar diferente.

Aglován también se lo ruega, y al final el otro caballero así lo acepta.

De este modo regresan los tres y cabalgan hasta llegar a unos prados que había en medio del bosque; en medio de esos prados había una torre fuerte y resistente rodeada de muralla y fosos; se dirigen a la torre y entran en ella.

Los de dentro les corren a los estribos y les ayudan a desmontar; luego, los desarman porque tenían gran necesidad de descanso. Cuando ya estaban aliviados de las armas, el señor del lugar los lleva a la sala principal. Aglován le pregunta cómo se llama y éste le contesta que tiene como nombre Grifón del Mal Paso.

—Y vos, buen señor, ¿de dónde sois?

Le contesta que pertenece a la casa del rey Arturo.

—¿Qué vais buscando?

Aglován le cuenta toda la aventura de la reina y de Lanzarote y cómo ésta vio que un caballero llevaba la cabeza de Lanzarote.

—Hemos jurado que si conseguimos encontrar y reconocer al caballero, le llevaremos la cabeza al rey; por eso nos hemos puesto en marcha, saliendo de la corte hasta diez caballeros.

Cuando Grifón oye las palabras de Aglován, se queda pensando qué puede hacer, pues sabe que si Aglován lo reconoce, no se creerá que no ha matado a Lanzarote; si se entera, lo matará. Le dice entonces que sería una gran desgracia que Lanzarote hubiera muerto.

—Buen señor, ¿perdisteis a alguien más, además de Lanzarote?

—Sí, por Dios; perdimos a Keu el senescal, a Saigremor el Desmesurado y a Dodinel el Salvaje; pero la pérdida de todos ellos no nos resulta tan grave como la de Lanzarote.

—Buen señor, ¿se lo agradeceríais a quien os devolviera a Keu el senescal?

—Así me ayude Dios, sí y tendría una gran alegría.

—Sabed, pues, que si mañana estáis en la Ermita del Seto, lo encontraréis allí sin duda.

—Por Dios, señor, muchas gracias.

Aquella noche la pasó Aglován allí y se levantó la mañana siguiente tan pronto como vio luz, y tomó las armas; cabalga derecho hacia la ermita que le habían dicho. Cuando se marchó de la casa en la que había pasado la noche, Grifón fue a Keu el senescal, al que tenía prisionero y le dijo:

—Señor Keu, quedáis libre de la prisión.

Y le cuenta cómo ha sido todo.

—Quiero que os vayáis de aquí a la Ermita del Seto y os entreguéis a Aglován. Si os pregunta quién os envía, decidle que no lo sabéis; y porque no quiero que nadie tenga noticias mías, os pido que me prometáis que no diréis en ningún sitio a donde vayáis que habéis estado aquí, y que no se lo diréis a nadie.

Keu se lo promete, muy contento con su liberación; Grifón hace que le den de comer y luego ordena que le lleven las armas, y así lo hacen. El senescal se marcha y llega a la hora de tercia al lugar indicado; encontró a Aglován que se alegró mucho al verlo y le preguntó que de dónde venía. Pero Keu no le dijo nada que pudiera faltar a la promesa que había hecho.

Aglován le cuenta después cómo se habían puesto en marcha los diez caballeros para ir a buscar a Lanzarote y que nunca dejarán de cabalgar hasta que hayan oído noticias verdaderas sobre él.

—Y vos, ¿qué vais a hacer? ¿Queréis emprender esta búsqueda por amor a Lanzarote? Ciertamente él lo hubiera hecho por vos con mucho gusto.

Keu le contesta que emprenderá la búsqueda; jura sobre una cruz de madera que había delante de él y pronuncia el mismo juramento que habían hecho los demás. Luego, toman el camino los dos juntos.

Pero la historia deja ahora de hablar de ellos dos y vuelve a mi señor Galván, cuando se separó de sus compañeros.

Historia de Lanzarote del Lago
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