LXXXI
La corte se ha marchado; los nobles fueron a Londres el día que el rey les había indicado, y acudieron con tantas fuerzas como les había suplicado y dicho; con ellos regresaron también los nobles de Galahot. La corte fue muy rica el día de Pentecostés, pues había nobles, caballeros y gentes de toda clase, que nunca había habido una corte que hubiera tenido mayor número de personas. El rey reunió aquella corte primero por la alegría de la reina, a la que había vuelto a tomar como esposa, y por otra parte por la reconciliación con Lanzarote, según ha contado la historia: habían acudido a aquella corte desde todas las tierras que hay en los dominios del rey Arturo, e incluso muchos caballeros y nobles de otras regiones; nunca fue vista una corte tan grande como aquella, ni tan apreciada, de no haber sido por un hecho extraordinario que ocurrió, y que voy a contar.
La víspera de Pentecostés, después de cenar, sucedió que mi señor Galván se marchó del pabellón del rey; éste había hecho plantar tiendas y pabellones a orillas del río Támesis, pues quería mostrar su gran riqueza. Cuando mi señor Galván se marchó del pabellón del rey, se fueron con él mi señor Yvaín, el hijo del rey Urián, Lanzarote del Lago y Galescalaín, que era duque de Clarence y primo hermano de mi señor Galván por parte del rey Loth su padre. Este Galescalaín era un caballero pequeño, fuerte y bien proporcionado en el cuerpo y en sus miembros; era bastante valiente, lleno de extraordinaria habilidad, era hermano de Dodinel el Salvaje. Estos cuatro salieron de los pabellones para ir a pasear por los prados; Galahot se quedó hablando con el rey de sus grandes asuntos. Mientras tanto, los cuatro sin más compañía, se fueron a pie hasta el bosque que estaba próximo a las tiendas; era el bosque llamado Vreguegne, que era un bosque muy espeso, extraordinario y muy famoso en todas las tierras por las cosas maravillosas que en él sucedían. Los cuatro caballeros caminaron hasta llegar al bosque, bajo una encina alta, redonda, y de abundante follaje, como ocurre a final de mayo. Cuando vieron el lugar tan hermoso, tan agradable y tan acogedor, se sentaron y empezaron a hablar de las aventuras y de las maravillas que ocurrían en el bosque. Mi señor Galván dijo que con gusto pasaría dos o tres días en el bosque para saber si realmente era tan extraordinario como las gentes decían, y añadió que se pondría en marcha apenas pasara Pentecostés. Lanzarote le promete que se pondrá en marcha el lunes tan pronto como amanezca, y mi señor Yvaín dice que no se irá sin él, pues piensa que desea más que nadie ir en busca de esos hechos admirables, y lo mismo dice el duque de Clarence. De este modo se prometen ponerse en marcha el lunes los cuatro, sin que nadie sepa a dónde irán. Mientras que hablaban así, pasó un escudero por delante de ellos, montando en un rocín que iba empapado de sudor; se detiene y empieza a mirarlos desde el caballo, y mi señor Galván le pregunta quién es, pero no le responde, sino que pica al rocín con las espuelas y se vuelve muy deprisa. Admirados, se preguntan quién será y lo consideran un estúpido.
No había pasado mucho tiempo después de esto, cuando oyeron un gran ruido de cascos de caballos, y pensaron que eran muchos; se pusieron en pie los cuatro y vieron venir a un caballero armado con todas las armas y montado sobre uno de los caballos más grandes del mundo. El mismo caballero era el mayor y el más corpulento de cuantos habían visto, y a su lado venía el escudero que no había querido contestar a mi señor Galván. El caballero se acercó y dijo:
—¿Quién de vosotros es Galván?
—Yo, señor caballero. ¿Para qué me queréis?
—Lo sabréis en breve.
Entonces se coloca la lanza bajo la axila y pica espuelas al caballo, con la intención de golpear a Galván en medio del cuerpo, pero falla. Cuando pasaba a su lado el caballero, mi señor Galván le sujeta el freno, y tira de lo de delante hacia atrás; luego, echa la mano por encima del caballo a la espada que el caballero llevaba ceñida, pensando desenvainarla, pues ya no sentía ningún miedo; pero el caballero se le adelantó, pues lo cogió por los dos brazos y —era el mayor y más fuerte del mundo— lo levantó sobre el cuello del caballo con tanta facilidad como otro caballero sube a un niño. Los otros tres corren a sujetarlo, pero era fuerte y su caballo rápido y veloz; corrió con tal ímpetu con las cuatro patas, que derriba a mi señor Yvaín al suelo, y los otros dos fallan en su intento. El caballero se marcha tan rápido como le puede llevar el caballo, llevándose consigo a mi señor Galván abrazado, sin que se pueda defender. Los otros corren tras él hasta que ven que el caballero se ha reunido con otros, hasta un total de unos veinte completamente armados. Mi señor Yvaín sujeta a Lanzarote que quería atacarlos; lo agarra por los puños, diciéndole:
—Señor, por la Santa Cruz, no iréis en este momento, ni debéis comportaros con tanto ímpetu para demostrar vuestro valor, pues sería cosa perdida. Os voy a decir, mi dulce amigo, lo que haremos: iremos a nuestros alojamientos, nos armaremos sin que el rey, ni mi señora, se enteren y saldremos tras ellos. Entonces haremos lo posible para socorrerle, o moriremos, pues no sólo se debe ayudar a los amigos en asuntos que no valgan nada, o que nada puedan valer, sino cuando es necesario el valor, entonces hay que demostrarlo.
Todos están de acuerdo con esta decisión, y se marchan tan rápidamente como pueden, corriendo y lamentándose por la gran pérdida que han tenido. Cuando llegan a sus alojamientos, hacen que les lleven inmediatamente las armas lo más en secreto que pueden; después de armarse, montan y van tras las huellas de los que se han llevado a mi señor Galván; y siguen las marcas hasta llegar a un gran camino, en el que hay abundantes huellas de caballos; lo siguen hasta dar con senderos que se bifurcan, y que también están muy pisados por los caballos. Lanzarote se detiene y les dice a los otros dos:
—Señores, me parece que tendría sentido el que nos separáramos en estos caminos que aquí se dividen y que cada uno de nosotros tome uno, pues de otra manera no podremos saber hacia dónde ha ido el que nos ha causado tan gran daño.
Todos aceptan esta decisión; Lanzarote es el primero en tomar el camino que hay en el centro, mientras que mi señor Yvaín entra por el camino de la derecha y el duque de Clarence por el de la izquierda. Así se separan los tres.
Ahora la historia deja de hablar de mi señor Yvaín y de Lanzarote y continúa hablando del duque de Clarence.