CLVIII
Cuenta ahora la historia que cuando mi señor Galván se curó de la herida que le había causado Lanzarote en el torneo, se marchó de la corte, despidiéndose del rey, de la reina y de todos los del lugar, y emprendió la búsqueda igual que había hecho en la otra ocasión. Cabalga por muchas tierras preguntando por Lanzarote y por sus compañeros hasta que llega al Bosque Perdedor, donde se alojó en la torre que había sido de Teriquám, el caballero grande. Allí tuvo noticias de Lanzarote y de sus compañeros, pues el conde del Parque le contó cómo Lanzarote había derrotado a Teriquám, que era el hombre más temible del mundo, y lo había matado, y cómo había puesto en libertad a sesenta y cuatro caballeros que estaban prisioneros y cómo los de la corte del rey Arturo le habían dado el castillo en recompensa por los caballos que les había conseguido.
—Por Dios —dice mi señor Galván—, hermosas hazañas fueron y son dignas de alabanza. Decidme si lo visteis después de que se fuera de aquí.
—No —contesta el conde—, en absoluto.
—Que Dios me permita encontrar a alguien que me dé noticias de él. Tengo muchas ganas de oírlas.
—Que Dios os lo conceda.
Por la mañana, tan pronto como amaneció, mi señor Galván se marchó de allí y cabalgó durante la semana entera, según le llevaba la aventura, hasta que llegó a una abadía de monjes blancos. Descabalgó y lo desarmaron; luego le pregunta un anciano que de dónde es y le contesta que de la casa del rey Arturo.
—Por Dios —dice el santo hombre—, aquí hay un caballero enfermo de la casa del rey Arturo.
—Dejádmelo ver, por si lo conozco.
Lo lleva a una habitación que estaba junto a un jardín; mi señor Galván mira al enfermo y reconoce al rey Bandemagus, que intentó levantarse y quedarse sentado, pero mi señor Galván le dijo que no se moviera. Le pregunta si tiene noticias de Lanzarote.
—No, sólo he oído decir que había matado a dos gigantes en un castillo que queda por la parte de arriba y que se llama Terraguel.
—¿Habéis fijado alguna fecha para reuniros de aquí a Navidades?
—Sí, el día de Todos los Santos debemos estar en el castillo del Paso, pues así nos lo prometimos al separarnos después del torneo.
—¿Creéis que Lanzarote estará?
—Sí, si Dios lo protege de la muerte y de la prisión, pues así nos lo prometió.
—Entonces también iré yo ese día, si puedo, pues sé bien dónde está el castillo, ya que he ido muchas veces a él. Decidme dónde fuisteis herido.
—Por mi fe, anteayer iba cabalgando y me encontré en un camino aquí cerca a Guerrehet, vuestro hermano, al que habían atacado cuatro caballeros; pienso que le hubieran dado la muerte si no hubiera acudido yo en su ayuda, pero fui a ayudarle en cuanto lo conocí y conseguimos entre los dos matar a dos de los caballeros, y los demás se dieron a la fuga: nos libramos tal como habéis oído.
Mi señor Galván le pregunta qué dónde está Guerrehet.
—Por mi fe, esta mañana se marchó bastante mejorado, pues no había sido tan malherido como yo.
Aquella noche la pasó mi señor Galván allí, muy a gusto, pues cuando los frailes lo reconocieron, le mostraron una gran alegría. Por la mañana, después de oír misa, fue a ver al rey Bandemagus.
—Señor, ¿queréis que me quede aquí con vos hasta que estéis curado y que nos vayamos juntos?
—Señor, no, pues estoy tan herido que no sé cuándo podré irme y por eso no quiero que me esperéis, porque quizá tendríais que permanecer aquí más tiempo del que desearíais.
—Os encomiendo a Dios; me marcharé tras los otros, según me lleve la aventura, e intentaré encontrar a Lanzarote.
Toma sus armas a continuación y se prepara; luego se pone en marcha y cabalga durante muchos días según le lleva la aventura, y pregunta por sus compañeros por todas partes por donde pasa: frecuentemente le dicen cosas que le agradan mucho, pero no encuentra a nadie que le pueda dar noticias de Lanzarote, como si se hubiera perdido; se preocupa mucho y va por tierras lejanas en su búsqueda. Pero la historia no cuenta ninguna aventura que le ocurriera, sino que dice que siguió el camino y que el día fijado se reunieron todos los compañeros en el Castillo del Paso, pero faltaron Boores y Lanzarote, que no estuvieron, pues Lanzarote estaba prisionero de Morgana y Boores estaba en la Colina Prohibida, tal como la historia os contará de forma clara.
Cuando los compañeros se reunieron el día del plazo eran quince.
—Dios —dice mi señor Galván—, faltan los dos que son más valientes que todos nosotros.
—Esperémoslos —dice el rey Bandemagus—, pues pienso que llegarán antes de que toquen a vísperas.
Los compañeros esperaron durante todo el día hasta que llegó la noche oscura. Cuando vieron que Lanzarote no vendría, fueron a alojarse en el Castillo del Paso, donde fueron servidos y honrados, tan pronto como supieron quiénes eran. Por la mañana, al marcharse de allí, decidieron no ir a la corte sin Lanzarote, pues no lo podrían hacer, ya que eran todos compañeros de la búsqueda.
—Escuchad —les dice mi señor Galván—, ciertamente, si vamos a la corte sin Lanzarote, todo el mundo nos deberá tener por cobardes y fracasados, por eso yo aconsejaría que lo busquemos durante todo el invierno y el verano hasta la fiesta de la Magdalena. Entonces, si estáis sanos y salvos, volved a este mismo lugar; si en ese término no lo encontramos podremos regresar a la corte, pues entonces habremos puesto fin a la búsqueda ya que habrá durado un año y un día.
Todos están de acuerdo con este consejo y dicen que así lo harán. Se quitan los yelmos y se besan de despedida; cada uno emprende su camino y cabalgan algunos durante todo el año y otros apenas cabalgaron, pues fueron hechos prisioneros en la Colina Prohibida, que Boores conquistó gracias a sus propias hazañas. Pero como la historia sería demasiado larga si contara las batallas de cada uno y cómo Boores los venció uno tras otro, aquí se detiene la historia y sólo dice los nombres de los que allí estaban. Llegado el día de la Magdalena sólo acudieron al Castillo del Paso tres compañeros de la búsqueda: Mordret, el hermano de mi señor Galván, Aglován y el rey Bandemagus. Al ver que no eran más, quedaron muy preocupados. Mordret dijo que no sabía qué hacer, «pues no iré a la corte de mi tío el rey hasta que sepa noticias más ciertas de las que ahora tengo».
—Por mi fe —le contesta el rey—, creo que en la corte saben más de esto que nosotros.
—Bien puede ser —responde Aglován—, pues allí llegan caballeros todos los días con noticias y por eso ya aconsejaría que enviáramos un mensajero a la corte, que no diga de parte de quién va, y que se entere con cuidado si saben algo de Lanzarote y de los compañeros de la búsqueda; después, que venga a decirnos lo que haya conseguido saber.
Llaman a un criado y le dicen que cumpla el encargo, «¿Sabes dónde nos encontrarás? Te esperaremos en este castillo hasta que regreses».
El criado se marcha y cabalga sin detenerse hasta que llega a Carduel, donde estaba el rey Arturo, que se puso muy contento y alegre pensando que traía noticias de Lanzarote y de los otros compañeros. Al no oír noticias ni buenas ni malas, no sabía qué decir y lo siente mucho, pero no se atreve a mostrarlo para no preocupar a su gente. Aunque está mudo y callado, la reina no puede guardar silencio y a menudo repite que siente gran miedo por mi señor Galván y Lanzarote, «pues nunca vi que estuvieran tanto tiempo fuera de la corte sin que recibiéramos alguna noticia». El rey le contesta que no sabe qué pensar, «pues si hubieran muerto, nos habríamos enterado, y por eso temo que estén prisioneros en alguna tierra lejana; quizá los tiene alguien en prisión y no se atreve a decirlo por miedo a mí».
Así lo piensa la reina, y se siente mal.
Al cabo de los días, el criado que había ido a la corte de parte de Mordret se marchó y regresó al Castillo del Paso, donde encontró a los tres compañeros y les contó las noticias de las que se había enterado en la corte.
—Por mi fe —dice Aglován—, sólo nos queda reemprender la búsqueda, pues por nada volvería a la corte sin nuestros demás compañeros.
Los otros dos están de acuerdo con él; la mañana siguiente se ponen en marcha y empiezan a buscar por todas partes, encontrando muchas hermosas aventuras que la historia no cuenta, pues resultaría demasiado extensa si lo contara todo. Por más lugares a los que fueron, no pudieron obtener noticias de Lanzarote ni de los demás compañeros.
La historia deja ahora de hablar de ellos tres y vuelve a Lanzarote, contando cómo salió de la prisión de Morgana.