No tiene nombre. Tiene latido.
Por eso no hay manera de llamarlo
ni para qué. Se parece
a una latente eternidad.
Ser, estar y tantos nuncas,
tantos siempres como nos trae
ahora mismo el tacto de la albahaca
estos mediados de julio, nos salen
al encuentro para decirnos:
Somos ese tú mismo que te estás sintiendo.