Yo te daría, amor, yo te daría
la viña y el almendro y el olivo,
la tapia que le sirve de recibo
a tanta madreselva y lozanía.
Y luego con mis brazos le daría
descanso a tanto pensamiento esquivo,
y luego con mis ojos, a lo vivo
de tu alma, hiriendo en gozo, llegaría.
Porque en la tarde tengo tan contenta
una brisa que sabe lo que quiere
y le habla al hueso con ternura tanta,
que el puro hueso en dicha se acrecienta,
y no sabe si vive ya, si muere
la voz o la delicia en la garganta.