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En esta ciudad tranquila, donde el viento
y el rumor de las olas y las[125] gaviotas
y la línea del horizonte y las colinas
(en estos días tan hermosos e inesperados),
el pensamiento como un ave, y los sentidos
como visos de cerros que, lejanos,
anunciaran países de esperanza.
Pero no hay mucho tiempo, porque el día
discurre tan aprisa como hermoso,
porque es dulce temer que esto se acabe
y no sentir el peso del latido.
Pero el amor es fuerte y sigue siempre,
y la esperanza dulce y sube siempre,
porque no estar aquí ni en parte alguna
es condición del hombre, carne propia.