XVI
¿Qué autoridad van a tener, amor, tus palabras
si me hablas con los labios pintados,
amor, y cómo voy a entrar en ti
si me cierras todas las puertas
y nadie me enseñó a fabricar llaves,
ni a introducirme por las chimeneas?[15]
¡Yo que esperaba encontrarte con los brazos abiertos
en el umbral para recibirme!
No me digas que lo tendré todo,
rocío y nevadas lentas,
un buen fuego y un sillón cómodo.
Amor, hay otros países más allá de la pena y la alegría;
todo no se reduce a vivir con los ojos abiertos,
a vivir con los ojos cerrados.
Entre otras cosas notables
existen los espejos,
existen los muertos y las madrugadas,
existes, amor, tú mismo.
Todo esto lo suelen ignorar los vecinos,
que se contentan con arrancar una hoja del almanaque
sin rezarle al santo del día.
Amor, los santos existen,
y yo debo existir cuando te hablo,
y no moriré hasta que tu mano,
tu misma mano que me dio la vida,
me traiga una mañana o una tarde,
un mediodía o una medianoche,
como una amiga buena y desconocida,
como un torrente y un suspiro,
la muerte con quien partes pan y lecho.