Asómate al recinto, que te tengo
en él cuatro arbolillos bien plantados,
y arriates que riegan mis cuidados,
y flor en que mis brazos entretengo.
De él a ti, de ti a él, me voy y vengo,
y de ir y venir ya señalados
los senderos están, y los sembrados
al paso que ni alargo ni contengo.
Ya está mi corazón a la costumbre
de ir y venir a ti tan guarnecido
que sin esa costumbre no existiera.
¡Oh dichoso recinto y certidumbre
de encontrarte, y hallarte en el latido
del corazón, con ansia y sin espera!