IX
Deja que algunas veces, Rosa, beba
lo suficientemente justo para
no olvidar que soy hombre y eres Rosa.
Que tengo un corazón que necesita
la mínima embriaguez para ir tirando
y divertir la angustia que se aburre
de tanto verse el rostro. Bebe, Rosa.
La tarde es una copa que el poniente
va colmando hasta el borde, este poniente
que se vuelve hacia ti, que es una rosa
abierta inmensamente sobre el mundo,
como en mi corazón, Rosa, te abres.
Ven, bebamos, vivamos, nada pesa.
¿No se cifra la angustia en el fracaso
de flotar sin poder? ¿No es alejarse
un poco de esto poco que nos cerca
el fin de todo? Deja, Rosa, irse
el mundo levemente, tras la copa.