VIII
Oh áspera y tan dulce! ¡Oh prisionera
que quieres de ese muro desatarte,
y al aire, que es lo tuyo, quieres darte,
y perderte en el fuego que te espera!
Y a la luz, que es lo nuestro, verdadera
extensión en que puedas dilatarte,
y a la sed y al silencio, aquella parte
de música y de aguas sin ribera.
Y al viento los cabellos, y a la ansiosa
arena y a la planta y a los mares
esa sal que en tu cuerpo se proclama;
dale nombre de flor a lirio y rosa,
de eternidad a sierras y olivares,
de paz y libertad a quien te ama.