EN EL PRIMER ANIVERSARIO DE LA MUERTE DE MI AMIGO LEOPOLDO PANERO
I
Siempre por este tiempo,
tú a lo tuyo, tu Astorga leonesa,
que daba plenitud a tu acento
y entonada desnudez a tu canto.
A lo mío yo,
este campo de olivar y olivar
y tal arroyo que lo quiebra con gayombas y adelfares,
tal tajón que platea la matalahúga
o azulean los garbanzales.
Campos unidos por los barros y polvos labradores,
por el hielo de las altas noches
y las chicharreras del verano.
Campos secos del corazón
donde el agua
se busca y se cuida como a la cosecha,
donde el hilo del agua va hilvanando
la delicia a la tierra
con el chopo y el sauce.
En estos mutuos campos, pedazos de la ardida España
temida y creciente en el corazón,
inesperada en la ternura y el terrón sequísimo,
en la ternura y el verde,
feroz y ofrecida,
implacable y amada,
viniste a morir.
II
Como un paso que se acerca por el oscuro callejón,
en medio de la noche,
temerosamente,
al entregarse agosto a las noches refrescadas,
al entregarse los rastrojos a agosto,
al fuego y al brabán,
cuando se tienden más los vuelos de las tórtolas
y los tordos bajan sobre las uvas al madurar
y los higos primeros,
hay por el campo un olor que yerra y dice,
dice dentro una pena: que tal día hace un año,
cuando andaba eligiendo hermosamente
la semilla para su otoño,
para su propia tierra,
en su propia tierra,
llamado por su tierra,
cayó sobre su tierra como una planta a la que vuelca la reja,
a la que el surco llama a su fecundidad;
cayó hermosamente con el canto en la voz,
cantando lo más hermoso de su tierra,
la verdad de su tierra y su ternura,
la impiedad de su tierra y su ternura.
Con el amor puesto en la canción,
cuando agosto se despide sobre los campos,
uncido al brabán sobre el surco,
con el canto y la esperanza
hondos en el corazón como una siembra,
en su tierra
vino a morir.