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¡Qué duros tus retornos! No esperaba,
Señor, que así vinieras, que así fuera
hacia ti sin saberlo, de manera
que, al querer acordar, ya me asediaba
tenaz tu corazón, ya me llagaba
tu amor, terco y ardiente con la espera,
y sin poderte ver, claro te viera,
ciego como tu vista me dejaba.
Toro, verano, Dios, déjame echado
en esos de tu paz descansaderos,
en esa de tu luz por siempre aurora,
y déjame de mí, por ti, olvidado,
tus aguas a mi sed abrevaderos,
tu sangre de mis[119] culpas redentora.