Vosotros sin olor, duros olivos,
que árbol no llamaré, que diré hermanos,
tan amorosos, aunque tan sin manos,
y tan serenos, aunque tan esquivos;
que bajáis las cañadas fugitivos
y coronáis en paz los altozanos,
vosotros, cuya flor os vuelve canos,
cuyo ejemplo nos torna pensativos;
vosotros, cuyo tronco es lumbre luego
y cuyo fruto aceite que acompaña
al hombre por su muerte y por su vida:
Oíd con bendición mi justo ruego,
y derramad sobre la vasta España
vuestra flor, toda en fruto convertida.