XXVI
Te huelo, luego existes, Rosa, Rosa.
Te canto, luego existes. José, ¿existes?[76]
Yo no puedo cantarte, no tocarte,
ni siquiera decirte que te amo,
como es verdad. Te amo y todavía
después de tantos años de ir partiendo
contigo pena y sal y sueño y pena,
de saberme al dedillo los rincones
del corazón, de ver cómo te asedian
las sombras poco a poco, con los años,
de ser a sombra misteriosamente…
José, ¿por dónde iba? ¿No te acercas?