Nápoles, junio-julio

‘OMUNNO ca va sottoncoppa, «el mundo va al revés». Una revolución. Lo primero, el nuevo rey, concedida ya la amnistía, otorga la constitución y otra amnistía, extendida, esta vez, a los liberales moderados. Después embarca a los mencionados liberales moderados en el Gobierno, y gente que hasta el día anterior estaba en la cárcel o muerta de miedo encerrada en sus casas, de la noche a la mañana, se pone a mandar. Después el prefecto jefe de los policías, un maldito canalla, es amablemente relegado y en su puesto despunta ese don Liborio Romano, uña y carne, según dicen, nada menos que de Caribardo. Apenas se sienta en la silla designada, este flamante prefecto ¿qué hace? Nada. Guardias que en las calles se dedican a nada, nada de controles y toque de queda por la noche. Y así, libertad en las calles para los compadres, puñales sueltos y negocios viento en popa. Los liberales se jactan: «Napule ‘a tenimmo nuje», «Nápoles la tenemos nosotros», y, sin embargo, todos saben que la dueña de las calles es Mater Camorra. Pero la cosa dura solo dos días. Después el excelente prefecto despierta de su letargo, pero en vez de hacer como de costumbre, metralla, bastonazos, confinamiento y prisión, convoca con mil preocupaciones a su bonito palacio a Tore de Lorenzo, el Masto, el jefe, y…

—Compadre, desde este momento nosotros nos convertimos en la regia guardia de las Dos Sicilias.

Mezclado entre el conjunto de jefes de zona, jefes de tropa y compadres presentes, Totò’o Meschiniello no da crédito a sus propios oídos. ¿Quizás es que don Tore se había vuelto loco? Es un sentimiento compartido con la legión de buenos muchachos que se encuentran en la taberna de Marianna en Sangiovannara, que es prima y consejera del jefe, una mujer de sangre real, según los parámetros de la asociación, testigo, dicen, de la histórica reunión. A todos les cuesta creer, todos cultivan la misma duda sobre la salud mental del amado y temido líder, y todos invocan la gran voz del Masto para que repita, con detalles, la increíble narración. Y el Masto no se hace de rogar. Y para hacer todavía más solemne el momento, se concede una incursión en el territorio, todavía poco menos que ignoto, de la lengua italiana.

—Fui y le besé la mano a ese gran hombre. Este me dijo: Salvató, el momento es grave. El rey tiene los minutos contados. Pronto llegará Caribardo. Yo os estoy dando una ocasión histórica, con esas mismas palabras lo dijo, una ocasión histórica. Redimíos…

—¿Y eso qué es?—preguntó alguien.

Marianna le soltó un capón en la nuca al que había interrumpido. Algunos ríen, otros sonríen. Don Tore fulmina a la platea con una de sus, tristemente famosas, miradas asesinas. Vuelve el silencio. Don Tore retoma la narración.

—Así que tenemos que convertirnos en buenos muchachos…

—¡Pero si nosotros somos ya buenos muchachos!

Esta vez nadie consigue reprimirse y, es más, todos ríen. Don Tore suspira, pensando muy a pesar suyo que tenían razón los curas, con los que había estudiado de mala gana cuando era muchacho: solo el buen pastor puede mantener en orden a tan salvaje rebaño. Y como buen pastor, paciente, retoma la homilía.

—Redimíos. Yo os nombro guardia ciudadana, y desde mañana vosotros sois los encargados de mantener el orden en la ciudad. En cambio, todos, incluso los que antes eran…, en fin, los compadres sin la amnistía, ahora la tienen…

—¿Todos?

—¡Todos!

—También yo que he matado…

—¿Y yo que soy fugitivo desde hace cinco años?

—Y yo que…

—He dicho que todos, ¡imbéciles!—exclama don Tore, dando un golpe sobre la mesa que hace caer la garrafa de su amado vino rojo de Salerno.

Por última vez se hace el silencio. Don Tore se levanta sacando pecho y, llevándose una mano al corazón, declama inspirado.

—Y fue entonces cuando le dije: excelencia, estad tranquilo, que todos nuestros compañeros serán advertidos. ¡Nuestra vida está en vuestras manos!

No, don Tore no se ha vuelto loco. Don Tore es un gran jefe, grande y sabio. Y su palabra es la ley. Ley, y buena regla de la Camorra. Porque el mundo se puede poner patas arriba, basta con que la Camorra quede siempre arriba, y debajo el mundo avanza. En los días sucesivos, muchos buenos compadres reciben los grados, y don Totò, cercano al corazón del Masto, con ellos. Y a todos se les da un bonito uniforme nuevo, y una escarapela tricolor para lucir en el pecho, y a fin de mes, en los diferentes rangos de la nueva guardia, se encuentran trescientos hombres de don Tore, armados, admirados y respetados.

Y esto, concluye don Totò mientras cobra la parte cotidiana de tornesi en el mercado de la fruta, ya no es una lamentable extorsión de criminal, sino un justo tributo al defensor del Estado; este es el mundo como tiene que ser: era antes cuando el mundo estaba al revés. ¡Antes, no ahora!