Favignana-Nápoles
—¡EL rey ha muerto! ¡El rey ha muerto!
Gritando la noticia, los policías invaden la sala de los camorristas, que intercambian una mirada. En un abrir y cerrar de ojos, todos visten de luto. Respondiendo a la orden de Totò el Meschiniello, comienzan a llorar, lamentando la inconmensurable pérdida. Otros esbirros descienden al calabozo y se ponen a golpear a diestro y siniestro a los políticos que han celebrado con aplausos y canciones burlescas la marcha de este mundo de Fernando II, rey de Nápoles y de las Dos Sicilias, verdugo, asesino y torturador. Apuntándolos con las bayonetas, maltratados y cubiertos de escupitajos, los políticos son arrastrados a la plaza, donde en presencia de la bandera a media asta, el director improvisa un emotivo homenaje al difunto. Los camorristas no cesan con su concierto de lágrimas, tanto que el director se ve obligado a pedir silencio. Tierra de Nadie, con los pies llagados por los grilletes y devorado por la disentería, se ha quedado en el foso. Un guardia que lo había dado por muerto, deja de patearlo cuando oye un gemido que sale de aquel montón de harapos hediondos. Termina la ceremonia. Las guardias vuelven a golpear sistemáticamente a los políticos; los camorristas vuelven a su sala. Pasa media hora, quizás una hora. En la cárcel reina el silencio. Don Totò les pide a todos que se reúnan en el centro de la habitación. Ordena a uno de los sus más fieles que abra el compartimento secreto, un hoyo excavado en la roca junto al cubo común, y que traiga el vino bueno. Los camorristas se pasan la botella, conteniendo con esfuerzo la risa que se les escapa de la garganta, el grito que lanzarían con todas las fuerzas que tienen en el cuerpo. Un débil zumbido sale de esos delincuentes magullados que vislumbran ahora, con la esperanza de una libertad cercana. El oficial de ronda se manifiesta con golpes secos en el portón, después entra. Los camorristas ya han hecho desaparecer las botellas.
—¿Qué es todo este jaleo?
—Rezamos por el alma de su majestad—gimotea compungido don Totò.
El oficial se retira.
Sine, sine, piensa don Totò, priàmme pe’ l’anima ’e chi l’è muorte, ’sto grandissimo fetiente, priàmme ca da chell’ata parte ce sta quacche caporiàvulo ca ’o face a isso chillu ca isso ne facette a nuje… 57 Y sobre todo, rezamos para que la gracia de Dios ilumine a su sucesor.
Hombre sabio, don Totò. Hombres prudentes, los camorristas. Ha muerto el rey, viva el rey. Este nuevo es un jovenzuelo, ha estudiado, habla idiomas, es delgado y ascético tanto como su padre era gordo y juerguista, la guerra le repugna, quiere conquistar el corazón de sus súbditos con las buenas obras y la suavidad. Pero, o se ha equivocado de profesión, o se ha equivocado de súbditos. Amnistía. Libres todos, los delincuentes. Y para los políticos, también para ellos algunas migajas de clemencia. No, no tiene madera para ser el rey, ¡este Francisquillo! Las reglas se suavizan. Los nobles son transferidos a cárceles más dignas, la fosa se cierra, se reabren las celdas, son abolidos los grilletes. Nueva vida, aire nuevo: así esos recuperan las fuerzas, y mañana, si tienen que dar un golpe, ¡estad seguro de que no se volverán a equivocar!
Liberado, don Totò se apresura a volver a Nápoles. Su primer acto es el homenaje al Masto. Tore de Lorenzo se deja besar la mano, después advierte a todos que estén en guardia. Son tiempos de revolución, no se sabe qué reservará el futuro, hay que mantenerse obedientes a la ley de la Sociedad, no se toleran errores, cualquier pequeña falta será castigada con la máxima severidad. Totò baja la cabeza, y como él, los demás: crimini, capibastone, capizona, cumparielli, sgarristi e aspiranti. 58Después, terminado el sermón, quien tiene familia vuelve a su lado y por un rato se sumerge en la ilusión de ser el rey del pequeño reino doméstico propio. Y quien no tiene hogar se va a echar un polvo con alguna mujer de buen ver. La vida, en resumen, vuelve a comenzar.