Isla de Favignana, agosto de 1857
EN la cárcel de Favignana no se mueve una hoja que la Camorra no quiera. En la cárcel de Favignana la Camorra dicta la ley. Quien quiera obtener algún tratamiento especial, o simplemente pasar en paz su encarcelamiento sin someterse a chantajes, extorsiones y actos de violencia, debe avenirse a pactar con la Camorra. Todos. Incluso las aguerridas ’ndrine calabresas. Incluso los Hombres de la Sociedad: que Favignana es territorio siciliano se sabe, pero Favignana no es Palermo, donde muchachos y sicarios campan por sus respetos. La Favignana es otra cosa. La Favignana es el lugar sagrado de la Fundación, el mítico islote donde el caballero Carcagnosso, aparición hecha carne de san Miguel Arcángel y de nuestro señor Jesucristo, puso por primera vez, en un buen día en que había y no había sol, las bases de la asociación de valientes llamados a gobernar, con puño de hierro y guante de terciopelo, la vida de la calle.
Por eso, para cumplir con la tarea que el joven barón Michele Liberato le ha asignado, Salvo Matranga ha cerrado un pacto con Totò ’O Meschiniello, crimine, es decir, jefe reconocido de los camorristas de la Favignana. Yo te doy una cosa a ti y tú me das una cosa a mí es práctica común entre hombres que hablan el mismo lenguaje. Y además, Favignana es tierra de Trapani, y en Trapani la palabra de don Salvo Matranga importa cada vez más.
El acuerdo se cierra con un apretón de manos: a Salvo le costará algo de dinero de su propio bolsillo el mantenimiento de las familias de algunos condenados y cerrar los ojos al paso de cajas de armas y municiones a través de terrenos de su propiedad, pero para el futuro barón esto y lo demás. A cambio, el prisionero Tierra de Nadie nos confía una carta para entregar inmediatamente y, lo que es más importante, el estatuto de hombre de respeto. Eso equivale a decir cárcel cómoda, compinches a su servicio y ninguna molestia, ni siquiera por el lado de los guardias.
Pero de repente las aguas se enturbian.
—Está bien, don Salvo. ¿Y quién es este nuevo compinche?
—Se llama Tierra de Nadie. Está con los políticos.
—¿Los políticos? Ah, perdonadme, pero no me habíais hablado claro. Lo lamento. No se hace nada.
Órdenes superiores, explica ‘O Meschiniello, devolviendo a regañadientes, pero con lealtad criminal, las dos garrafas de valioso marsala, la pipa y la bolsa de tabaco que servían para cerrar el acuerdo.
—Con los políticos no hay acuerdos. Lo lamento, de verdad. ¡Pero eso es cosa del rey!
—¿Y de dónde proceden estas órdenes superiores?
—¡Ah!—ríe ‘O Meschiniello—. Todos somos hijos de Dios, ya lo sabéis. Todos tenemos una fe, todos respondemos ante un capo. ¡Y a nuestro capo y a nuestro dios no podemos ni siquiera nombrarlos! Se llama el Masto y no hay quien tenga el valor de ponerle los ojos encima. Si él no os llama, no podéis saber dónde está… Y si tratáis de descubrirlo, será lo mismo: corre cierta «fama» para estas cosas…, ¡ponte a cubierto!
—Pero es que no quiero reunirme con él—réplica suave Salvo, empujando de nuevo los regalos hacia el camorrista—. Solo os pido que le hagáis llegar un mensaje mío. Yo me fío de vos como de mi hermano, don Totò. Y estoy seguro de que sabréis encontrar la palabra justa…
—¿Yo? Pero si os he dicho que… ¡Está bien!—termina Totò, arramblando con el marsala—. Pero no puedo prometeros nada…
Después de que los guardias acompañaran a la salida al hombre sin una mano—un carlino para cada esbirro: este mozo siciliano es un hombre de honor, se ve por el modo en que se mueve entre gente brava—, don Totò escribe con su vacilante caligrafía una carta en jerga al gran jefe de Nápoles. Para mantener tranquila la conciencia, advierte a sus lugartenientes que, hasta nueva orden, a chillu guaglione sardagnuolo ca steve cu chillu scurnacchiato ’e Pisacane no c’he ’a ’ntrucchia’ nu pilo ’ncapa47. Nada de pizzo para la lamparilla de los pobres, es decir, nada de pagar a los compinches, nada de violencia útil o inútil, y aislamiento de protección, incluso ocultación a las bestias, a las alimañas, los odiados guardias. Y ante las quejas de los hombres—pero ¿cómo nos las vamos a arreglar con las alimañas? Aquí existe el acuerdo de darnos, a los políticos, una dosis diaria de tortura—, asegura que él mismo hablará con el director y pondrá las cosas en su lugar.
Bueno, bueno, reflexiona don Tore de Lorenzo, el Masto, cuando tres días después le entregan debidamente la carta de la Favignana. De vuelta de un paseo recaudatorio por los barrios españoles, el jefe de jefes confía al secretario personal el bastón de marfil, se acomoda en el sillón francés, cortés homenaje de un marqués marica arruinado por las cartas, y se concentra en la lectura.
Bueno, bueno:
Con la presente os voy a explicar cómo apareció Salvo Matranga, de los Hombres de la Sociedad de Marsala, el cual se ha presentado como hermano de la citada Sociedad, diciendo que un tal cordero «con protección» llamado Tierra de Nadie, sardo, aunque político, se vuelve primo en camisa, volviéndose de cordero lobo, bajo la protección directa de dicha Sociedad. Porque sobre este cordero pesa la decisión personal del rey, pido a vuestra gracia indicaciones sobre la conducta que hay que mantener.
La cuestión exige cuidadosa reflexión, bueno, bueno. Hay un político, cordero protegido, al que el rey no puede sufrir, y se entiende, dado que este muchacho y su jefe, Pisacane, querían dar por el culo al rey…, pero sobre este individuo está la mano de los sicilianos.
Tore de Lorenzo, capo sabio, sopesa los pros y los contras. De momento, la Camorra es fuerte, mejor dicho, muy fuerte. Pero la Favignana sigue siendo tierra siciliana. Y los sicilianos crecen, y cada día se hacen más fuertes y arrogantes. Una política de buena vecindad es pues deseable. Por otro lado, como camorrista, don Tore es fiel a su rey. Y en cuanto a los políticos, ¡fuera, fuera! Que estén lejos, ¡son peores que la peste bubónica! No obstante, con todo lo que se ve y se oye, tal vez antes o después alguien le clave al rey una misericordia, es decir, un puñal, o quizá pueda encontrarse el rey con un ¡pam pam!, un disparo de revólver. Y entonces ciertos favores podrían ser recompensados. Sin contar con que él, Tore, puede muy bien imponer una orden negativa, pero sin la certeza de que el subordinado Totò ’O Meschiniello la cumpla. Está en tierra extranjera…, se siente rodeado… Quizás este siciliano, don Salvo Matranga, sea hábil negociador de tratos…, y el mando de la Camorra tal vez no permite al subordinado abrirse camino en la organización, asumiendo también iniciativas personales. En resumen, los síes prevalecen en el fuero interno del Masto, y, además, en el fondo, a don Tore no le disgusta dar por el culo al rey, que, a veces, se ha excedido con el palo. Se puede hacer. Responde de su puño y letra a las condiciones de la Sociedad. Dos días después, la carta está en la Favignana.
Es así como Tierra de Nadie recibe del hombre manco, escoltado por guardias inusualmente respetuosos y por el jefe de los camorristas, los saludos del barón Michele Liberato y la carta de la Bruja. Y la sentencia de muerte, que espera de un momento a otro, de pronto ya no le da miedo.
—Si queréis responder, hacedlo, señor…—le dice el manco, y un curioso respeto vibra en su voz—. El aquí presente, Salvo Matranga, está a vuestro servicio…