76

Apoyado contra la pared, Pendergast oyó la ráfaga, prolongada y feroz, y el grito animal del coronel al correr por el andén de piedra, seguido por un silencio súbito. Por unos instantes, cuando se apagaron los ecos en los túneles, quedó todo en suspenso. Después otro disparo desgarró el silencio, uno solo, no muy fuerte, de un arma de pequeño calibre.

Al cabo de un momento oyó el impacto del cuerpo del coronel en el agua. Después oyó otra vez la voz, que tanto conocía.

—Bueno, padre, aquí estamos. Los dos solos.

No dijo nada, a oscuras contra la pared.

—¿Padre?

Finalmente se sintió capaz de hablar.

—¿Qué quieres? —preguntó despacio, sin alterarse.

—Te voy a matar.

—¿Crees que podrás? ¿De verdad? ¿Matar a tu propio padre?

—Ya veremos.

—¿Por qué?

—¿Por qué se sube al Everest? ¿Por qué se va a la Luna? ¿Por qué se corren las maratones? Para mí es la prueba definitiva de carácter.

Silencio. Pendergast no pudo formular una respuesta.

—No puedes escaparte de mí. Te das cuenta, ¿verdad? —La voz guardó un momento de silencio. Después Alban dijo—: Pero antes voy a hacerte un regalo. Habías preguntado por la Ventana de Copenhague. ¿Quieres saber mi secreto? «Mira el mundo como si hubiera desaparecido el tiempo y verás recto todo lo que estaba torcido.» Nietzsche, como supongo que ya sabes.

De la oscuridad salió, como un murciélago, el destello de un cuchillo, tan rápido e inesperado que Pendergast no consiguió esquivarlo del todo y recibió en la clavícula un golpe de refilón que apenas le dejó un arañazo. Se retorció y se tiró al suelo. Después de un par de vueltas se levantó y corrió a refugiarse en el siguiente nicho, húmedo y viscoso. Seguía sin poder ubicar a Alban, ni siquiera por el lanzamiento del cuchillo. El joven se estaba aprovechando de las peculiaridades del eco en los túneles para ocultar su posición.

—Tú no me matarás, porque eres débil. Es lo que nos diferencia. Porque yo sí que puedo matarte. Como acabo de demostrar. Y tengo que reconocer que te has zafado estupendamente, padre. Como si lo intuyeras.

Pendergast detectó una nota de orgullo en la voz del muchacho: el orgullo de un hijo impresionado por su padre. Era todo tan raro, tan morboso, que lo desconcentraba. Sintió el pinchazo de la herida en el hombro, ya previamente lesionado, y notó que la sangre caliente se filtraba por la camisa húmeda. A una parte de su ser no le importaba vivir o morir. Su único deseo era que su hijo diera bien en el blanco.

—Sí, es verdad que podría matarte ahora mismo —continuó la voz—. De hecho ahora te tengo en el punto de mira, pero no estaría bien. Soy un hombre de honor y no te mataría como a un perro, así que te voy a dar a elegir. Contaré hasta diez. Si eliges morir, no hagas nada; cuando llegue a diez te ayudaré en tu suicidio asistido. Si quieres huir para tener alguna oportunidad, puedes hacerlo.

Pendergast se lanzó al agua, pero no hasta que el recuento llegó a seis.

Nadó lo más deprisa que pudo por debajo del agua, estorbado por el peso del fusil. Iba casi pegado a la pared y solo salía cuando necesitaba una bocanada de aire. Oyó varias ráfagas: fiel a su palabra, Alban había disparado al llegar a diez. También oyó silbar las balas en el agua a su alrededor. No iba bastante deprisa, en absoluto. No tuvo más remedio que soltar el fusil. Nadaba con los ojos abiertos, pero no veía nada. Era un agua fría, nauseabunda, llena de cosas muertas que chocaban contra él. Más de una vez sintió el roce viscoso de una serpiente de agua, pero siguió adelante ignorándolo todo.

El túnel describía una amplia curva. Al otro lado, Pendergast, que se impulsaba con fuerza bajo el agua, empezó a ver poco a poco una luz tenue. Cuando emergió a la superficie se fijó en que las paredes del túnel brillaban. Ya no había disparos. Siguió adelante, nadando por la superficie. Al salir de los túneles lo deslumbró la luz del lago. Aún era por la tarde. Echó un vistazo hacia el oeste y vio que estaba a menos de un kilómetro de la otra orilla. Se detuvo a mirar hacia atrás. No había ningún rastro de Alban, ni en la boca del túnel ni en ningún punto de la orilla.

Por poco tiempo, estaba seguro. Alban lo perseguiría.

Continuó nadando hacia el oeste en dirección a tierra firme.

Dos tumbas
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