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Corrie pensó que el bar de Cable Street era como un viaje en el tiempo, imbatible por cualquier cadena retro de Hollywood. Todo era perfecto, hasta el jukebox roto en cada mesa, el suelo de linóleo con burbujas, las mesas de fórmica con triángulos decorativos de color melocotón y turquesa, los menús con manchas de moscas y las camareras rubias de bote que recitaban a grito pelado los pedidos matinales a los cocineros que manejaban las freidoras del fondo.
Al menos el café lo hacían cargado.
Fue al servicio de señoras, metió la mano en el bolsillo y tiró la bola de guantes de látex que se había puesto al entrar en el concesionario. Tuvo curiosidad por saber qué diría el viejo Ricco al encontrarse con que le habían abierto los archivadores. Al menos ella podría tomarse el día libre, para no oír cómo despotricaba. Al salir del lavabo regresó a su mesa, y entre sorbos de café prestó atención a Foote, que estaba indignado, y cuanto más hablaba más se enfurecía.
—Yo es que alucino con que esos tíos no puedan ganarse la vida honradamente —puntualizó—. Yo soy el vendedor número dos, y ¿sabes por qué? Pues porque la gente se da cuenta de que no los timo. A mí para ganar dinero no me hace ninguna falta estafar a nadie por cuatro chavos.
—Yo estoy convencida de que lo de mi padre lo montaron ellos.
—Cuanto más lo pienso más te doy la razón. Jack era buen tío. No es que valiera mucho como vendedor, pero era íntegro. No me lo imagino atracando un banco.
Silencio.
—Y entonces, ¿tú cómo ganas dinero si viene un tío y quiere comprarse un coche por doscientos dólares más que el precio de fábrica?
Foote bebió un poco de café.
—En la venta de coches se pueden obtener muchos beneficios de manera honrada. Digamos que vendes uno por setenta mil. Para empezar te sacas un tres por ciento de retención. Eso no lo deduces del precio de fábrica, y ya son dos mil cien dólares. Después igual obtienes un incentivo, que viene a ser entre mil y dos mil más; y encima una financiación honrada también da un beneficio que no está nada mal, sin que haga falta retocar el interés.
Hizo crujir la tostada al morderla, y se le abultaron los músculos de la mandíbula.
—De todos modos —añadió después de otro buen trago de café— lo del crédito no es la única manera que tienen de estafar. A veces venden un coche y luego, si el cliente es mayor o es un infeliz novato y se va un momento antes de pasar a recoger el coche, retocan los papeles y cambian el que se ha comprado por otro más barato pero que parece igual. Yo he visto dos veces que un vendedor reparaba un coche que se había estropeado en una prueba y lo vendía como si fuera nuevo. Y encima los Ricco lo fomentan; no directamente, que tan tontos no son, pero bueno, con guiños, ya me entiendes…
Foote avisó a la camarera y se pidió otro plato de huevos fritos. Tenía un apetito sorprendente. Miró con atención a Corrie, sentada al otro lado de la mesa.
—¿Estás totalmente segura de que tu padre no atracó el banco?
—¡No lo robó! —dijo Corrie sulfurándose—. ¡Estoy segura, maldita sea!
—Vale, vale, ya te creo.
Otro silencio.
—Podríamos poner una trampa —dijo Corrie.
—Yo estaba pensando algo por el estilo. —Foote se acabó el café, volvió a hacerle señas a la camarera y señaló la taza—. ¿Sabes qué? Que podríamos hacer algo más que limpiar el nombre de tu padre; de paso igual podríamos acabar de una vez con toda esta mierda.
—¿Cómo?
Foote reflexionó un momento.
—Hacemos que venga un falso cliente con un micro y nos aseguramos de que la venta la lleve el propio Ricco. Después llevamos las pruebas a la policía y hacemos que investiguen el concesionario. Entonces los polis serán mucho más receptivos a la idea de que lo de tu padre fuera una trampa.
Corrie se acordó de sus estudios en John Jay.
—¿Un micro? No creo que lo puedan admitir sin orden judicial. A partir de eso no podría ni actuar la poli.
—¿Y la coartada de tu padre? ¿Dónde estaba cuando atracaron el banco?
Corrie se sonrojó.
—No se lo he preguntado nunca. No me parecía… bien.
—Debe de pensar que tiene una mala coartada; si no, no se habría escapado, pero quizá se equivoque. Si tenía el móvil encendido podría ser una manera de localizarlo. Es posible que lo viera alguien, o que vieran su coche. Puede que usara la tarjeta de crédito hacia la hora del atraco, o que estuviera en casa, navegando en internet con el ordenador. Hoy en día hay un millón de maneras de localizar a alguien en un momento dado. Puede que Jack tenga una coartada a prueba de bombas y no lo sepa.
Corrie lo meditó. No era ninguna tontería.
—¿Hay alguna manera de ponerse en contacto con tu padre? —preguntó Foote.
—No. Tengo que ir personalmente a donde está.
—Yo tengo coche. Podríamos ir juntos.
Corrie miró a Foote. Era un joven serio y concienzudo, pero no quería desvelarle a nadie el paradero de su padre, ni siquiera a él.
—Gracias, pero no lo veo claro. Mañana pediré el día libre e iré a verlo. Después te llamo.
—Vale. Yo, mientras tanto, tengo un amigo que seguro que estará dispuesto a ponerse un micro y dejar en evidencia a estos cabrones. Es actor profesional y le encantan estas cosas. Ya lo montaré. Puede que tengas razón, y que a partir de eso no pueda actuar la policía, pero seguro que llama su atención. Si conseguimos que se entere el fiscal del distrito podrá emitir la orden judicial.
—Gracias.
—Oye, oye, que a mí Jack me cae bien y me gustaría ayudarlo, pero tampoco soy un caballero andante; también lo hago por mí. Si me quito de encima a esta porquería de comerciales podré aumentar mi clientela, e incluso llegue a tener mi propio concesionario. —Sonrió—. Pero primero tendrás que enterarte de dónde estaba tu padre a la hora del atraco, y llamarme. Me apuesto lo que quieras a que hay una manera de demostrar que no estaba en el banco.