12

A simple vista, la biblioteca del Hospital Mount Mercy para Delincuentes Psicóticos parecía la típica sala de lectura de un club masculino: madera oscura y bruñida, apliques barrocos, iluminación discreta… Un examen más atento, sin embargo, sacaba a relucir determinadas diferencias harto singulares. Los sillones de orejas y las mesas de madera no se podían desplazar porque estaban clavados al suelo con tornillos. No se veían objetos punzantes ni artículos pesados y contundentes. A todas las revistas consultadas por los presos les habían quitado las grapas. Y en la única entrada de la sala había un hombre musculoso con uniforme de auxiliar.

El doctor John Felder estaba sentado en un rincón, ante una mesita redonda. El jugueteo inquieto de sus manos delataba un evidente nerviosismo.

Un movimiento en la entrada le hizo levantar la vista con premura. Era Constance Greene, acompañada por un vigilante. Constance miró a su alrededor, y al ver a Felder se acercó. Iba vestida con recato: falda blanca plisada y una blusa de un azul lavanda clarísimo. Llevaba una carta en una mano y en la otra, un sobre para correo aéreo.

—Doctor Felder… —dijo con su distinguida voz, sentándose al otro lado de la mesa.

Metió la carta en el sobre y lo dejó en la mesa, boca abajo, no sin que antes Felder reparase en que la carta no parecía contener más de una palabra. Estaba escrita en caracteres peculiares, sánscritos, maratís o algo parecido.

Levantó la vista de la carta y miró a Constance.

—Gracias por querer hablar conmigo —dijo.

—No esperaba que volviera tan pronto.

—Yo tampoco. Le pido disculpas. Es que…

Felder guardó silencio y miró a su alrededor para comprobar que no los escuchase nadie; y pese a no ver nada inquietante, bajó la voz de todos modos.

—Constance, me está resultando muy difícil seguir adelante a sabiendas de que… de que no se fía usted de mí.

—Me extraña que eso lo turbe. Solo soy una ex paciente, como sin duda tendrá muchos.

—Me gustaría encontrar una manera de reconciliarme con usted. —Felder, poco acostumbrado a hablar sobre sus sentimientos y menos aún con pacientes, sintió que se ruborizaba de embarazo y vergüenza—. No espero volver a tratarla. En ese aspecto acato sus deseos. Lo que ocurre es que quisiera… bueno, poder compensar de alguna manera lo que sucedió… lo que hice. Enmendarlo, para que pueda volver a fiarse de mí.

Las últimas palabras le salieron de golpe. Constance lo miró con serenidad y cálculo en sus ojos violetas.

—¿Por qué lo considera importante, doctor?

—Yo…

Felder se dio cuenta de que en el fondo no sabía por qué, o no había examinando con bastante atención sus sentimientos para descubrirlo.

Durante un buen rato reinó el silencio a un lado y otro de la mesa, hasta que Constance tomó la palabra.

—Hace un tiempo me dijo usted que se creía que nací en Water Street en la década de 1870.

—Sí, es verdad que se lo dije.

—¿Todavía se lo cree?

—Pues… es que parece tan extraño, tan difícil de entender… Aun así no he encontrado nada que lo refute. Es más: he hallado pruebas independientes que apoyan lo que usted afirma. Por otra parte, sé que no es usted una mentirosa; y al examinar los datos clínicos, al prestarles auténtica atención, tengo mis dudas de que sufra usted algún trastorno psicótico. Problemas emocionales sí podría tener, es cierto, y estoy seguro de que sigue obsesionada por algún trauma del pasado, pero no creo que delire. Y tengo cada vez más dudas de que arrojase usted del barco a aquel bebé. Su mensaje a Pendergast parece indicar que sigue vivo. Tengo la impresión de que algo pasa, alguna estratagema o algún plan de mayores dimensiones que aún no ha sido desvelado.

Constance se quedó callada.

Ante su silencio, Felder continuó.

—Todo eso son pruebas circunstanciales, claro, pero muy convincentes. Y no olvidemos esto.

Sacó su cartera, la abrió y extrajo un papelito, que desdobló y entregó a Constance. Era una fotocopia de un grabado de un periódico antiguo que representaba una escena urbana con niños de cara sucia que jugaban a pelota en una callejuela. Al margen había otra niña, flaca y asustada, con una escoba en la mano. Su parecido con una Constance Greene en edad infantil era casi fotográfico.

—Es del New-York Daily Inquirer de 1879 —dijo Felder—. Se titula Pilluelos jugando.

Constance contempló durante mucho tiempo el grabado. Después pasó suavemente la punta de los dedos por encima, casi con cariño, antes de doblarlo y devolvérselo a Felder.

—¿Lo lleva en su cartera, doctor? —Sí.

—¿Porqué?

—Es que… de vez en cuando lo consulto. Supongo que para intentar desentrañar el misterio.

Constance siguió observándolo; y tal vez fueran imaginaciones suyas, pero Felder tuvo la impresión de que la frialdad calculadora de sus ojos se dulcificaba un poco. Al cabo de un momento Constance volvió a hablar.

—En la época de este grabado —dijo— las ilustraciones de prensa se hacían del natural. Los artistas iban por ahí realizando dibujos a lápiz y tinta, esbozos a lápiz o carbón… Siempre de cosas que les parecieran pintorescas o dignas de aparecer en las noticias. Después presentaban las obras al periódico y los grabadores profesionales las reproducían para su impresión.

Señaló otra vez con la cabeza la hoja doblada que seguía en manos de Felder.

—Me acuerdo de cuando hicieron este dibujo. El artista estaba ilustrando una serie de artículos sobre los barrios populares de Nueva York. Después del esbozo pidió permiso para hacerme un retrato, supongo que porque mi cara le había llamado la atención. Como mis padres ya estaban muertos, el permiso se lo pidió a mi hermana, que se lo dio. Una vez terminada la obra, entregó a guisa de pago los dibujos preliminares del retrato.

—¿Y dónde están esos estudios? —preguntó Felder, impaciente.

—Se perdieron hace tiempo, pero mi hermana, en señal de gratitud, le dio un mechón de mi pelo. Por aquel entonces era muy habitual regalarse mechones. Me acuerdo de que el artista guardó el trozo de pelo en un pequeño sobre y lo pegó al interior de la portada de su carpeta.

Constance hizo una pausa.

—El dibujante se llamaba Alexander Wintour. Si pudiera usted encontrar la carpeta, es posible que el mechón aún esté dentro. Reconozco que es muy improbable, pero en caso de que lo encontrara, y de que no se hubiese estropeado la carpeta, bastaría una prueba sencilla de ADN para demostrar lo que digo: que tengo casi un siglo y medio de edad.

—Sí —murmuró Felder, sacudiendo la cabeza—. Lo demostraría. —Apuntó el nombre del artista en el dorso del dibujo, lo dobló y se lo guardó en la cartera—. Gracias otra vez por recibirme, Constance.

Se levantó.

—No faltaba más, doctor.

Le dio la mano y salió de la biblioteca. Hacía varios días que no sentía aquel vigor en sus pasos, como si sus extremidades hubieran recuperado fuerzas.

Llegado a la escalinata de Mount Mercy se volvió a parar.

¿Por qué lo hacía Constance? Siempre había mostrado una suprema indiferencia a que la gente la creyera. Algo había cambiado.

Pero ¿qué? Y ¿por qué?

Dos tumbas
cubierta.xhtml
Khariel.htm
sinopsis.xhtml
titulo.xhtml
info.xhtml
PrimeraParte.xhtml
SegundaParte.xhtml
Section0001.xhtml
Section0002.xhtml
Section0003.xhtml
Section0004.xhtml
Section0005.xhtml
Section0006.xhtml
Section0007.xhtml
Section0008.xhtml
Section0009.xhtml
Section0010.xhtml
Section0011.xhtml
Section0012.xhtml
Section0013.xhtml
Section0014.xhtml
Section0015.xhtml
Section0016.xhtml
Section0017.xhtml
Section0018.xhtml
Section0019.xhtml
Section0020.xhtml
Section0021.xhtml
Section0022.xhtml
Section0023.xhtml
Section0024.xhtml
Section0025.xhtml
Section0026.xhtml
Section0027.xhtml
Section0028.xhtml
Section0029.xhtml
Section0030.xhtml
Section0031.xhtml
Section0032.xhtml
Section0033.xhtml
Section0034.xhtml
Section0035.xhtml
Section0036.xhtml
Section0037.xhtml
Section0038.xhtml
Section0039.xhtml
Section0040.xhtml
Section0041.xhtml
Section0042.xhtml
Section0043.xhtml
Section0044.xhtml
Section0045.xhtml
Section0046.xhtml
Section0047.xhtml
Section0048.xhtml
Section0049.xhtml
Section0050.xhtml
Section0051.xhtml
Section0052.xhtml
Section0053.xhtml
Section0054.xhtml
Section0055.xhtml
Section0056.xhtml
Section0057.xhtml
Section0058.xhtml
Section0059.xhtml
Section0060.xhtml
Section0061.xhtml
Section0062.xhtml
Section0063.xhtml
Section0064.xhtml
Section0065.xhtml
Section0066.xhtml
Section0067.xhtml
Section0068.xhtml
Section0069.xhtml
Section0070.xhtml
Section0071.xhtml
Section0072.xhtml
Section0073.xhtml
Section0074.xhtml
Section0075.xhtml
Section0076.xhtml
Section0077.xhtml
Section0078.xhtml
Section0079.xhtml
Section0080.xhtml
Section0081.xhtml
Section0082.xhtml
Section0083.xhtml
Section0084.xhtml
Section0085.xhtml
Section0086.xhtml
Section0087.xhtml
Epilogo.xhtml
autor.xhtml