56

El primer disparo había alcanzado a Jack Swanson en el hombro, justo cuando se refugiaba en los arbustos de detrás de la cabaña. Después pasó otra bala sobre su cabeza.

Se quedó un momento en el suelo, aturdido, mientras oía ruidos cerca: un forcejeo, un gruñido de esfuerzo… Después se cerró la puerta de un coche. Jack se levantó y corrió por el bosque. El cielo estaba oscuro. El viento sacudía las ramas, agitando los densos matorrales de laurel de montaña que poblaban el sotobosque.

Jack conocía aquellos bosques, y el laurel, como arbusto perenne, era ideal para esconderse. Empezó a internarse entre los matorrales para alejarse al máximo de Foote. Cuando le pareció que ya se había adentrado bastante en la vegetación se puso en cuclillas y empezó a moverse en sentido lateral y en zigzag por las partes más densas, cada vez más oculto entre los arbustos. Su alivio creció al tener la sensación de que se había escapado. En aquel sotobosque tan frondoso, plagado de rastros de animales que formaban múltiples vías de escape, Foote nunca lo encontraría. Pero ¿qué había salido mal? ¿Por qué Foote? Si lo que quería era ayudarlos…

Se oyó una voz.

—¡Jack!

Se quedó estupefacto. Era Foote.

—¡Jack! ¡Tenemos que hablar!

Siguió quieto, en cuclillas, respirando con dificultad. La realidad empezó a organizarse en su cerebro. O sea, que era verdad. Tenía que serlo. Foote formaba parte de la estafa. Era falso todo lo que les había dicho. Y ahora tenía a Corrie.

—¿Me oyes, Jack? ¡Tengo a tu hija! Atada de pies y manos en mi coche; así que tenemos mucho de que hablar, ¿no te parece?

Ahora Jack oía sus pasos por el bosque, aplastando matorrales de laurel de montaña.

—¡Venga, Jacky, que tenemos que hablaaar!

Se apartó en sentido lateral de la línea que estaba siguiendo Foote al internarse en el bosque. Dios, tenía que pensar; tenía que ordenar sus ideas…

«Foote tiene a Corrie.»

Ese pensamiento puso en peligro la escasa racionalidad que había logrado reunir. ¿Qué podía hacer? Irse corriendo no. Tenía que vencer a Foote de alguna manera, y salvar a su hija. Lo malo era que el muy cabrón tenía una pistola, mientras que lo único que llevaba él encima era una navaja. Al ponerse en cuclillas le sorprendió un poco darse cuenta de que le habían pegado un tiro. Tenía el hombro empapado de sangre, y no podía usar el brazo. Qué raro que no le doliera, que solo estuviera insensible… Vaya, que para colmo solo podía usar un brazo.

¿Qué podía hacer?

Trató de pensar, pero al mismo tiempo oyó acercarse a Foote, que hacía ruido por entre los matorrales.

Empezó a moverse otra vez hacia un lado, con el menor ruido posible, agachado y esquivando las matas. Las ráfagas de viento encubrían sus movimientos, disimulando tanto el ruido como el zarandeo de arbustos que provocaba a su paso.

—Jack, si no sales ahora mismo vuelvo a mi coche y la mato. ¿Me has oído? O hablas conmigo o la mato.

Lo atenazaron el miedo y la parálisis. Su mano se metió en el bolsillo, sacó la navaja, abrió el cuchillo y lo probó en su pulgar. Poco afilado.

—¡Habla conmigo! —chilló Foote.

Jack intentó mover la boca.

—Vale, hablaré.

Oyó los movimientos de Foote alrededor del punto donde había proyectado su voz. Entonces cambió de posición, pensando como loco. Algo tenía que hacer. Algo. Sintió el frío gélido de una gota de lluvia. Luego otra. El bosque empezó a llenarse de un golpeteo de lluvia, a menos que fuera aguanieve.

—Escucha, Jack, lo arreglaremos. Ni a ti ni a tu hija os pasará nada si colaboráis, ¿vale?

—Vale —dijo Jack.

Al oír que se acercaba cambió una vez más de posición y se metió en unos matorrales más espesos, siguiendo el rastro de un pequeño animal.

—Pues sí, es verdad, participé en una estafa —dijo Foote en un tono tranquilizador—, pero no de las que piensas. No timé a ningún cliente.

—¿Entonces?

—GMAC, el banco de General Motors. Les hacía financiar ventas de coche inexistentes. He estado trabajando con el auditor de GMAC, el que viene cada mes al concesionario para hacer el recuento de los coches y poner los números de serie. Es una estafa genial. Ganamos dinero a montones. Te llevarás un buen trozo del pastel.

Jack siguió moviéndose hacia un lado.

—¿Qué te parecen cincuenta de los grandes? Y encima dejo que se vaya tu hija. Todo perfecto.

Seguía acercándose, despacio.

—O sea, que me tendisteis una trampa.

—Sí, es verdad, hice que te acusaran del atraco del banco. Lo siento mucho, Jack, de verdad. No podía dejar que fueras con el cuento al FBI y pusieras en marcha una investigación. Al final, cualquier investigación, aunque solo fuera sobre esa chorrada del timo del crédito, podía explotarme en la cara. ¿Lo entiendes? No era nada personal.

Silencio.

—¿Jack? No puedo conversar con los matorrales. Tenemos que hablar cara a cara.

Foote estaba a unos cincuenta metros, demasiado lejos para una pistola. Jack se levantó y se dejó caer en cuanto oyó el disparo.

Foote se lanzó hacia él por los arbustos y volvió a disparar. Jack corrió agachado, en diagonal, mientras lo perseguía otro disparo que cortó hojas y ramas.

—¡Ya puedes despedirte de tu hija!

Siguió a toda la velocidad que pudo, metiéndose por los pequeños huecos y tomando direcciones imprevistas, mientras el aguanieve y el viento borraban su rastro. Pero entonces pasó algo. Se rompió algo. Desaparecieron el miedo y la parálisis, dando paso a la rabia; una rabia virulenta, furibunda. Aquel hijo de puta había raptado a su hija, la había atado y ahora intentaba matarlo. Y seguro que los mataría a los dos a la primera oportunidad.

La rabia trajo consigo una súbita claridad mental. Volvía a poder pensar. Y sus ideas eran de lo más terribles.

En su ruidosa persecución, Foote había perdido de vista la ubicación de Jack.

—¡Ja, ja, Jack! No te apuntaba. Venga, vamos a hablar; lo resolvemos y recuperas a tu hija. Que sean cien de los grandes.

Jack recordó haber oído la puerta de un coche después de que le disparasen. Estaba cerca de la casa. Seguro que era donde tenía prisionera a Corrie. Pero ¿dónde exactamente?

Se orientó y empezó a moverse deprisa pero con sigilo por la parte más frondosa del bosque, dando un rodeo en torno a Foote, que seguía anunciando su posición con una alternancia de marrullerías y amenazas. Al final le oyó decir:

—¡Ya está! ¡Despídete de ella!

Y oyó que se movía decidido por el bosque.

Se paró a coger una piedra, que lanzó hacia atrás y a un lado con el brazo bueno. La piedra cayó en unos arbustos. Oyó que Foote se detenía e iba en aquella dirección.

—¡Jack! ¡Sé dónde estás! ¡Uno… dos… tres!

Jack aprovechó sus movimientos y sus gritos para ir deprisa; seguía haciéndolo de lado, pero en una nueva dirección basada en la que parecía estar siguiendo Foote. Este lo llamó un par de veces más, antes de ponerse en movimiento por el bosque a gran velocidad.

Cogió otra piedra y la tiró, pero rebotó en un árbol. No había sido un lanzamiento tan sagaz como el otro.

—¿Qué, tirando piedras, eh? ¡Pues no te va a servir de nada, so memo!

«Tú berrea, berrea», pensó Jack, a la vez que aprovechaba la oportunidad para cruzar un claro a la carrera y meterse en otro matorral.

El aguanieve, que arreciaba, lo estaba calando hasta los huesos. Al moverse se dio cuenta de que estaba bastante rezagado respecto a Foote. Tiró otra piedra, y la respuesta fueron varios disparos dirigidos más o menos hacia él. Confirmado: Foote seguía abriéndose camino hacia la cabaña, sin dejar de repetir sus amenazas ni de entrar en detalles muy gráficos sobre lo que le haría a Corrie.

—Le voy a dar por el culo, Jack. ¿Te lo imaginas? ¡Y luego la estrangularé despacio!

Jack se deslizó entre los laureles, agachado. El fragor de la tormenta casi le permitía correr. Oyó que los gritos de Foote cobraban fuerza. Tenía que darse prisa, mucha prisa.

Vio un hueco en el bosque oscuro y frío: el camino. Foote ya no gritaba. Jack se abrió paso entre los arbustos con el máximo sigilo, siguiendo una ruta paralela a la carretera. De repente vio brillar algo. Allá estaba, aparcado más o menos donde había calculado.

Pero Foote estaba más cerca que él del coche. Demasiado cerca. Se le veía la pistola en una mano ensangrentada. Rió entre dientes al abrir la puerta trasera.

—Prepárate, zorra —dijo.

Jack se cayó al suelo, sin fuerza en los brazos ni en las piernas. Ya estaba. Llegaba demasiado tarde. Todo se había acabado.

En ese momento algo de color oscuro (una de las botas de Corrie, seguida por una pernera de los vaqueros) salió disparado hacia Foote desde el asiento trasero. La bota se clavó directamente en la entrepierna con un impacto salvaje. Foote ahogó un grito de dolor, y al tambalearse hacia atrás soltó la pistola.

Jack no tardó nada en levantarse y saltar sobre Foote. En vez de recoger la pistola de la hierba lo que hizo fue clavarle la navaja en la cara con un movimiento fluido y rápido, introduciendo la cuchilla en un ojo. Cuando la navaja se hundió en el globo ocular hizo salir un chorro de líquido gelatinoso, y la cuchilla rozó el delgado hueso del fondo. Foote emitió un grito inarticulado y se llevó las manos a la cara entre violentas convulsiones. Jack se abalanzó sobre la pistola, la cogió y apuntó con ella a Foote, que rodaba por el suelo de dolor, mientras manaba sangre entre sus manos aferradas a la cara. Jack levantó la pistola y le encañonó la cabeza.

—¡No! —dijo una voz a sus espaldas.

Se volvió. Era Corrie, echada en el asiento de atrás y con las manos atadas en la espalda.

—Necesitamos que esté vivo —dijo—. Necesitamos que hable.

Al principio Jack no dijo nada. Después bajó el arma poco a poco y se fijó en los tobillos de Corrie. Estaban sueltos. En el suelo de la parte trasera había unas esposas de plástico arañadas y partidas.

Corrie siguió la dirección de su mirada.

—En la baranda metálica de detrás del asiento del conductor había una rebaba —dijo.

Jack se acercó, limpió de sangre la navaja y la usó para cortar las esposas de plástico de las manos. Inmediatamente después tuvo en brazos a su hija, y la estrechó en silencio como nunca había abrazado a nadie, mientras corrían lágrimas por el rostro de ambos.

Dos tumbas
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