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—Estão prontos! —exclamó de nuevo el coronel cuando la barcaza se acercaba al muelle y sus hombres se preparaban con las armas a punto.

Las defensas de ambas naves chocaron simultáneamente con el embarcadero, en una maniobra perfecta.

—¡Saltad!

Los soldados saltaron como un solo hombre a las planchas de madera y se lanzaron a la carga, mientras se iba preparando la segunda hilera.

Y justo después, cuando ya estaba todo el muelle lleno de hombres, explotó bajo el suelo algo muy potente que lo hizo temblar. Entre las planchas de madera brotaron lenguas de fuego que se atomizaron al instante y engulleron a los hombres. El coronel salió disparado hacia atrás y cayó al agua. La explosión levantó un lado de la barcaza, cuya borda metálica se llevó lo peor del impacto.

El brusco contacto con el agua devolvió la conciencia al coronel. Le zumbaban los oídos, tenía el pelo chamuscado y el uniforme destrozado. Al principio le pareció todo muy extraño, como si volviera de un largo viaje. Después se vio inmerso en un hervor acuoso y convulso de hombres, mientras la barcaza se escoraba fuertemente a un lado y las llamas devoraban el muelle, y todo eran gritos, cuerpos despedazados y sangre.

Al rehacerse miró a su alrededor y vio que la otra embarcación había recibido un impacto simultáneo: también se escoraba mucho a un lado, rodeado de muertos y heridos.

Los muelles estaban minados. Habían caído de pies y manos en una bomba trampa.

Intentó seguir a flote, jadeando, pero justo cuando hacía un esfuerzo de lucidez e intentaba discurrir un plan de acción oyó disparar desde la orilla con armas automáticas y vio saltar el agua a su alrededor. Cerca de él un estallido atronador levantó dos columnas de agua muy seguidas, mientras continuaba el tableteo de armas de fuego. Era la segunda fase de una emboscada devastadora.

Justo después del muelle, a la derecha, delante de la orilla, vio unas cuantas rocas grandes. Un posible refugio. Si pudieran alcanzarlas…

—¡Hombres! —gritó agitando los brazos y las piernas—. ¡Hombres! ¡Quedaos las armas y bucead! ¡Bucead! ¡Id hacia el este, hacia las rocas! ¡No salgáis de debajo del agua!

Tras repetir la exclamación se sumergió y nadó con todas sus fuerzas. Era un ejercicio que había practicado en sus tiempos del BOPE: bucear con armas.

Tuvo que salir dos veces a la superficie para llenarse los pulmones, y en ambas se encontró con una lluvia de balas. Con los ojos abiertos las veía penetrar en el lago y dejar un rastro de burbujas, aunque sabía que perdían casi todo su impulso mortal tras penetrar entre treinta y treinta y cinco centímetros en el agua.

Con los pulmones a punto de explotar, miró hacia arriba a través del agua verde y distinguió la turbia silueta de unas rocas, la parte sumergida del refugio que buscaba. Salió a la superficie en el sitio perfecto, debajo de las rocas, protegido del fuego asesino que llegaba de la fortaleza. Lo increíble fue que a su alrededor también salieron otros hombres (como mínimo media docena, incluido Thiago, gragas a Deus) que se arrastraron hasta la orilla. Las balas que impactaban en la parte superior de las rocas provocaban una lluvia de esquirlas, pero estaban a salvo, al menos de momento.

Una gran explosión en el agua, justo al lado de ellos, recordó al coronel que el enemigo también disponía de morteros y granadas, y que estos no tardarían en encontrarlos.

Hizo un esfuerzo para no pensar en la catástrofe. Tenía hombres a su cargo. Aún podían plantar cara. No todo estaba perdido.

—¡Reagrupaos! ¡Reagrupaos! —gritó, agazapado tras las rocas con medio cuerpo en el agua.

Vio que se acercaban más soldados a nado, algunos de ellos con dificultad porque estaban heridos. Unos pocos se hundieron y no volvieron a flote. Otros pedían ayuda a gritos, pero lo único que podía hacer Souza era ver cómo los destrozaban los morteros a medida que las tropas que habían tendido la emboscada afinaban la puntería.

Jadeante, atónito ante el giro de los acontecimientos, miró a su alrededor: seis hombres, sin contarlo a él, patéticamente agazapados tras las rocas. Estaban aterrados, paralizados. Tenía que hacer algo, tomar la iniciativa y demostrar sus dotes de mando. Miró por una grieta entre las rocas y evaluó la situación. El enemigo disparaba desde detrás de una cresta volcánica, encima del muelle. Souza tenía a la derecha una extensión de rocas negras. Si conseguían cruzar la parte abierta y parapetarse en ellas podrían subir lateralmente por la cuesta y dar la vuelta a la isla sin quedar expuestos.

Miró a su alrededor.

—¡Escuchad! —Esperó un poco y añadió con todas sus fuerzas—: ¡Escuchad, filhos de puta!

Eso los espabiló.

—Ahora subiremos por la cuesta y nos resguardaremos detrás de aquellas rocas. Vamos, seguidme.

—¿Y el fuego de cobertura? —preguntó Thiago.

—Demasiados atacantes. Solo serviría para que supieran dónde estamos. Aquí lo que hay que hacer es correr a toda leche. A la de tres: uno, dos… ¡tres!

Después de saltar por encima de las rocas corrieron en diagonal por la ladera de ceniza volcánica. La descarga de fuego enemigo fue inmediata, pero era evidente que sus adversarios no se esperaban una maniobra tan rápida. Los siete lograron ponerse a cubierto antes de que empezaran los disparos de RPG. Souza oyó gritar en alemán a los oficiales.

—¡Seguid! —exclamó.

Avanzaron agachados, recorriendo la ladera en diagonal hasta girar por la pequeña curvatura de la isla. Los muros de la fortaleza se erguían mucho más arriba, surgidos de la toba volcánica, negra y abrupta.

Al salir del parapeto recibieron otra descarga que hizo saltar ceniza en torno a ellos. Alguien gimió a la izquierda del coronel, a la vez que se oía el impacto del plomo en la carne. Un chorro de sangre y materia corporal brotó del pecho del soldado, que se desplomó en las rocas con todo su peso.

Corrían y corrían, rodeados de balas que se hundían en la ceniza. Más órdenes gritadas en alemán: Ihnen nach! Verfolgt sie! El coronel lo entendió: el enemigo había salido en su persecución.

—¡Cuerpo a tierra! —exclamó—. ¡Echaos en el suelo y disparad!

Sus soldados, tan bien entrenados, se lanzaron como un solo hombre a la ceniza blanda para arrojar descargas fulminantes con sus armas automáticas. Para el coronel fue muy gratificante ver abatidos a varios de sus perseguidores, mientras el resto se ponía rápidamente a cubierto.

—¡Arriba! —ordenó—. ¡Corred!

No tardaron nada en levantarse y correr. Al llegar al otro lado de la pendiente Souza vio encima de ellos, aproximadamente a cuatrocientos metros, el boquete en el muro exterior. Dentro de la fortaleza tendrían muchísimas más posibilidades que en terreno abierto.

Sus hombres se lanzaron cuesta arriba en dirección a la brecha, aunque habían vuelto a quedar expuestos al fuego. Si llegaban al boquete, tal vez…

Dos tumbas
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