Capítulo 64

24 de julio de 2009, 19:02 horas

Menkhoff alzó la cabeza para mirar a Lichner a los ojos.

—No fue Nicole quien secuestró a mi hija, sino usted.

Lichner sacudió la cabeza con aprobación, sonriente.

—Créame, fue toda una aventura transformar a un hombre en una mujer de pelo negro con ayuda de una peluca y mucho maquillaje. Estuve trabajando largo rato en ello.

—Nicole. La he… —El rostro de Menkhoff se contrajo de dolor—. He acabado con su vida.

Lichner se encogió de hombros.

—Tengo que confesar que ésa fue la parte más complicada de toda esta historia. La condicioné para que atacara a su hija con un cuchillo en cuanto penetrara usted en la cabaña. Pero hay ciertas barreras naturales que son difíciles de romper, incluso bajo hipnosis, y hubiera cabido la posibilidad de que Nicole estropeara mi plan en el último momento. Pero incluso en ese caso… Me he divertido muchísimo en estos últimos días. Los periódicos hubieran acogido con gran entusiasmo la historia de cómo un agente de policía se dejaba conducir como una marioneta por todo Aquisgrán por un antiguo presidiario.

Hubo una pausa durante la cual los pensamientos se agolparon en mi mente. Antes de que pudiera formarme una imagen clara de todo ello, habló Menkhoff.

—Volverá a prisión por esto, Lichner, me ocuparé de ello. Usted…

—Bueno, ya pagué por mi inconveniencia con Juliane. Y no he sido yo quien le ha disparado a Nicole, sino usted, señor inspector jefe. ¿Lo ha olvidado? Usted ha asesinado a una mujer inocente, convencido de su superioridad. Y nada menos que a la mujer a la que presuntamente ha amado tanto. Arrastrará esa maldita culpa durante el resto de su pobre existencia. Cada vez que mire a Luisa lo recordará. Ésa será mi recompensa.

—Ha secuestrado usted a mi hija con ayuda de un cómplice, Lichner. Sólo por eso se pudrirá en prisión durante muchos años.

De nuevo Lichner sacudió la cabeza, en esta ocasión acompañando el gesto de una sonrisa indulgente.

—No lo comprende, señor Menkhoff. Por desgracia, el mundo no es tal como a usted le gustaría que fuera. Estamos solos aquí. Todo lo que le diga ahora no le servirá de nada. Será su declaración contra la mía, con la pequeña diferencia de que usted acaba de dispararle a una mujer inocente y, por supuesto, intentará culpar a un pobre expresidiario. Al igual que ya hizo una vez. Ya sabe, la llamada de Nicole, la cartita a la comisaria. Le resultará muy complicado explicar todo eso. Me atrevo a anunciar que mi caso volverá a estudiarse. Me rehabilitarán, señor inspector jefe Menkhoff, y para usted comenzará un infierno. Confieso que no me gustaría estar en su pellejo.

—Es usted un hijo de puta —dijo Menkhoff, ronco, lo cual provocó que Lichner ladeara la cabeza y alzara las manos.

—Viniendo de usted lo consideraré un cumplido.

—Esa vivienda en Zeppelinstrasse… —La voz de Menkhoff arañaba su garganta—. ¿Qué fin tiene?

Lichner reflexionó unos instantes, pareciendo considerar qué debía contestar y finalmente se decidió a hablar.

—¿Por qué no? Saberlo no le servirá de nada. Y como policía que es le agradará saber para qué necesitaba aquel piso. Ya le he mencionado en alguna ocasión lo mucho que admiro a las niñas de corta edad. Son tan increíblemente inocentes, tan angelicales. Su piel… En cualquier caso, de vez en cuando me concedo a mí mismo el disfrute de la compañía de uno de estos seres maravillosos. Nada malo, sólo un poquito de… Bueno, da igual. La vivienda de Zeppelinstrasse es la nube a la que me retiro de vez en cuando con uno de esos ángeles.

En el mismo momento en el que creí sentir cómo la sangre se me congelaba en las venas al oír con cuanta ligereza comentaba ese monstruo sus abusos a niñas, habló Menkhoff.

—¿Abusó de las niñas en ese piso, hijo de puta?

Lichner meció la cabeza de un lado a otro.

—Yo no lo expresaría de ese modo. Todas ellas pueden llegar aún vírgenes al matrimonio. Aunque dudo que, tal y como están hoy los tiempos, alguna de ellas lo haga de verdad.

—La habitación recién pintada.

—Exactamente. Pensé que si se disponía usted a buscar huellas de mi hija en mi piso era conveniente eliminar primero los vestigios de las hijas de otros.

Mi necesidad de golpear aquel rostro perverso y sonriente creció hasta lo inconmensurable.

—Además, aquello tuvo un pequeño efecto colateral y la historia de la desaparición pareció mucho más verosímil, dado que había pintado con tanta celeridad el dormitorio infantil. De modo que… al menos para las mentes más simples, supondría un indicio seguro de delito. ¿Y sabe de qué he disfrutado más? Le mostré las fotografías de mis niñas y ni siquiera lo advirtió.

Menkhoff se giró un poco, y, cuando Luisa dejó caer sus brazos, se agachó y comenzó a hablarle en voz baja. Tras unos instantes, la niña asintió y Menkhoff se puso en pie de nuevo. Miró a Lichner, que la contemplaba, desorientado, y corrió en mi dirección, hacia el vehículo aparcado, ocultándose detrás de éste. Se encontraba ahora sólo a unos cuatro metros de mí, una distancia que podría salvar rápidamente en caso de necesidad.

—¿A qué viene esto? ¿Por qué le ha ordenado que se esconda detrás del coche? ¿Cree que si de verdad pensara hacerle daño esos pocos metros la salvarían? La policía no puede ser más estúpida.

—Ya veremos —dijo Menkhoff, y Lichner se mostró de nuevo desconcertado. Menkhoff se enderezó, y con un gesto rápido sacó un arma hasta entonces oculta de algún lugar situado a su espalda, con la que apuntó al psiquiatra.

—Joachim Lichner, le detengo por secuestro, abuso sexual reiterado a diversas niñas, así como por simular un acto delictivo. Usted…

Lichner soltó una risa escandalosa.

—¿Qué hace usted qué? ¿Es que no ha entendido nada de lo que le he dicho? No puede demostrar absolutamente nada.

—Sí, creo que sí que puedo —respondió Menkhoff.

—¿Ah sí? ¿Y cómo pretende hacerlo?

—Esa increíble jugada suya, Lichner… Desde el principio nos llamó la atención una sombra alargada en las fotografías que colocó usted en la vivienda de Nicole. Estuvimos pensando en ello largo rato, hasta que las fotografías que los compañeros de la policía científica tomaron en su piso de Zeppelinstrasse cayeron en las manos de otro compañero. La habitación recién pintada, señor Lichner. Hay una abertura en la pared que sirve para limpiar la chimenea, y el borde de esa abertura se reconoce también en las fotografías en las que aparecen las niñas. Aunque usted lo haya limpiado todo y pintado de nuevo hemos logrado aislar un par de cabellos. Apuesto a que no necesitaremos más de un par de días para localizar a las niñas de las fotografías. Compararemos su ADN con el de los cabellos encontrados; será idéntico, y a continuación las haremos charlar un rato con nuestro psicólogo. ¿Cuánto cree que tardarán en contarnos todo lo que necesitamos saber? Se piensa que es un genio, está usted tan seguro de sí mismo que no ha hecho más que cometer un fallo tras otro. ¿Sabe una cosa? Es usted un chapucero, señor Lichner.

Por primera vez desde que le vi aparecer ante la cabaña la autosuficiencia del rostro de Lichner desapareció.

—Y eso no es todo —añadió Menkhoff—. He ocultado una grabadora de sensibilidad especial en el bolsillo de mis pantalones, un aparato que será capaz de reproducir con toda claridad cada una de las palabras que usted ha pronunciado.

El rostro de Lichner se volvió pétreo.

—Bueno, ¿quién es ahora el más estúpido de los dos, señor…?

Entonces se abrió la puerta de la cabaña a espaldas de Menkhoff y vi salir… a Nicole Klement.

Me resulta muy difícil describir las sensaciones que experimenté en aquellos momentos. A la sorpresa inicial le siguió un breve instante de desconcierto: Nicole seguía con vida. Y mientras observaba, aturdido, cómo se acercaba con dos breves pasos a Menkhoff y se situaba a su lado, comprendí por fin que el disparo y la aparente muerte de Nicole no habían sido más que una parte de la genial escenificación de Menkhoff.

Tenía un aspecto más frágil aún que de costumbre, pero no se advertía en ella ninguna herida. Observé a Lichner, que miraba a Nicole como si se tratase de un fantasma. Sin embargo, apenas unos pocos segundos después su rostro se transformó y mostró una sonrisa torturada.

—¡Vaya! Mi querida Nicole, viva y coleando. De modo que el señor inspector jefe ha estado preparando una pequeña obra de teatro y ha logrado engañarme. ¡Felicidades! Jamás le hubiera creído capaz.

No encontré motivo alguno para seguir ocultándome. Lichner había confesado, proporcionándonos sin proponérselo todos los detalles de sus crímenes. Nicole continuaba con vida y Menkhoff tenía controlado al psiquiatra con su arma.

Me puse en pie y me falló la pierna izquierda, que tenía entumecida. Cuando aparecí por entre los arbustos la cabeza de Lichner se giró en mi dirección. Por segunda vez en poco tiempo pude advertir cómo la sorpresa transformaba su rostro.

—Creo que no es necesario que continúe escondiéndome —le dije a Menkhoff, y a continuación me dirigí a Lichner—: He podido oír todo lo que ha dicho y estoy deseando tener la oportunidad de repetirlo en un juicio.

Los acontecimientos de los segundos siguientes los conozco en su mayor parte a partir de lo que me han explicado después, pues en mis recuerdos sólo encuentro para ese lapso de tiempo la más absoluta confusión.

Detecté una sombra acercándose desde atrás y me di la vuelta. Se trataba de Luisa, que había abandonado su escondite tras el coche y se acercaba ahora tímidamente a Menkhoff mientras observaba temerosa a Nicole. Tal vez había interpretado mi aparición como señal de que podía salir.

Cuando alcanzó la parte delantera de la cabaña entró en el campo de visión de su padre, que al verla le gritó:

—¡Luisa, retrocede inmediatamente! Me volví instintivamente hacia Lichner y aún alcancé a ver que repentinamente sostenía un arma en la mano y apuntaba con ella a Luisa.

La adrenalina se disparó en mi interior. Menkhoff se había distraído con la aparición de la niña, y supe que no reaccionaría a tiempo. Reuní todas mis fuerzas y salté hacia delante. Oí un disparo y simultáneamente sentí un golpe en el hombro que me derribó, así como una quemazón insoportable. No era capaz de distinguir nada, pues todo lo que me rodeaba parecía estar sumido en una espiral acelerada que giraba de forma imparable. Registré lejanamente otra explosión y después todo se volvió negro.