Capítulo 37
23 de julio de 2009
—¿En qué piensas, Alex?
—Ese Lichner es un misterio para mí —contesté, experimentando cierto alivio por la atención que me exigía el tráfico y que me impedía mirarle—. Ha cumplido su condena, eso no hay quien pueda quitárselo ya. Entonces, ¿por qué, después de tantos años, vuelve otra vez con lo mismo?
—Logré meterle en prisión entonces, así que me odia a muerte —explicó Menkhoff, a quien por lo visto todo aquello se le antojaba plenamente comprensible y lógico.
—Bueno, es posible que así sea.
Tras unos instantes de silencio, le pregunté qué pretendía hacer con aquellos documentos que había dejado en el asiento trasero del coche.
—Me los llevaré a casa. Parece que será una noche larga —suspiró—. Y si lo estimas conveniente y quieres hacerme un favor, podrías venir a ayudarme.
Me sorprendí.
—¿Ayudarte? ¿Ayudarte a qué, Bernd? Quieres conocer los problemas por los que atravesaba Nicole Klement en aquella época. De acuerdo, lo entiendo, para ti es importante, pero… no sé qué papel desempeño yo en todo esto, la verdad.
Menkhoff resopló. Se pasó la mano por la frente y realizó ligeros movimientos circulares con la punta de dos dedos, masajeándose las sienes.
—Ese Lichner… —comenté—. ¿Recuerdas el álbum que encontramos? ¿Y esas dos fotografías en las que aparecía junto a Nicole?
—Sí, claro.
—¿Qué indicaba la leyenda? Eynatten, una fecha, agosto de 2007, y después, algo como ¿«en la cabaña»…?
—Sí, es posible. No recuerdo la fecha, pero lo de la cabaña probablemente se refiera a una casita de vacaciones o un lugar donde disfrutar los fines de semana. —Hablaba rápido, muy agitado, con precipitación. Sus índice y pulgar continuaban realizando movimientos rotatorios en torno a las sienes, la palma de su mano le ocultaba los ojos—. Fue su terapeuta, la estuvo tratando durante un tiempo prolongado y simultáneamente fue su compañero sentimental. Ejercía una gran influencia sobre ella. Es posible que haya podido recuperar ese poder sin gran esfuerzo una vez que se encontraron de nuevo.
Creí adivinar a dónde pensaba llegar. A unos cien metros descubrí una parada de autobús y giré el coche de modo que pude estacionar temporalmente en ella. Una vez parado, le miré.
—Bernd, si tú… es decir, si pretendes recuperarla… no sé…
Él hizo un gesto para tranquilizarme.
—Escucha, Alex. Si partimos de la idea de que Lichner sabe exactamente cómo necesita actuar para que Nicole le obedezca plenamente, y si de verdad ha realizado las maniobras necesarias, es muy posible que ella… ella siga por completo sus órdenes, ¿no crees? —Antes de que pudiera responder continuó con su discurso, que ahora no sólo se me antojó acelerado sino que dejaba traslucir ciertas notas de histerismo, algo completamente impropio del Menkhoff que yo conocía—. ¿Y si no se ha encontrado con ella después de su puesta en libertad, Alex, sino antes? ¿Y si ya se acostaba con ella durante el tercer grado?
Por fin logré vislumbrar el verdadero significado de sus palabras, y simplemente imaginarme que fueran ciertas me provocó escalofríos.
—¿Y si la madre de la niña —continuó al fin— no es esa polaca desconocida, sino Nicole?
Me esforcé por organizar mis pensamientos, pues no sabía qué contestar.
—Piensa. Sarah Lichner nace el 18 de junio de 2007. Y esa fotografía de la cabaña está fechada sólo un par de semanas después. ¿Qué?
—Pero…
Mi maldito cerebro reaccionaba con tanta torpeza como un motor viejo en una mañana de invierno a veinte grados centígrados bajo cero.
—Pero… el registro habría sido falsificado…
Su rostro se distorsionó dibujando una sonrisa en la que creí reconocer, tal vez por efecto de la luz, una demencia que me causó pavor.
—¡Claro que sí, Alex! Médicos falsos. Piensa. ¿Cómo actúo si deseo que quien me esté investigando sospeche de la falsificación de un documento? ¿Cómo? No me limito a sustituir los nombres del médico y la comadrona, no; soy mucho más astuto: utilizo nombres inexistentes, y así me aseguro de que se descubre el pastel. Y el amigo Diesch se encarga de gestionarlo todo.
—Por favor, Bernd, aclárame sin emplear tantas preguntas retóricas ni acertijos qué es lo que quieres decir exactamente.
—Creo que la primera vez que le pusieron en libertad para disfrutar del tercer grado Lichner fue directamente a ver a Nicole, logrando ejercer de nuevo un importante ascendiente sobre ella. La dejó embarazada. Poco después de su libertad definitiva nació una niña, y dado que Lichner no ignoraba que su antiguo compañero de celda trabajaba en el hospital universitario, y además en la planta adecuada, se dirigió con Nicole a ese hospital. Ignoro para qué necesita aquella pocilga de Zeppelinstrasse, pero, por motivos desconocidos, a Lichner le resulta conveniente llevar algo así como una doble vida. Quizá porque conoce sus inclinaciones y desconfía de sí mismo. Se construye por ello una segunda identidad en todo este asunto de Nicole y la niña. Sabe que si la niña desaparece él será el principal sospechoso, de modo que se protege. Cuando finalmente le vuelve a asaltar aquello y asesina a su hija, soborna a esa vecina punk que tiene para que enrede un poco las cosas y su amigo Diesch recibe una llamada que le lleva a introducir ciertas modificaciones en el certificado de nacimiento. Y ya está. Le creemos cuando afirma que alguien ha intentado jugarle una mala pasada al pobre Joachim Lichner y se cierra el caso.
Menkhoff me dirigió una mirada expectante, a la espera de que le felicitara por sus acertados razonamientos. Sin embargo, aquélla era con diferencia la historia más rocambolesca que había oído jamás, y me desconcertó que fuese mi compañero quien la relatase con tal convencimiento. Más aún, me sentí profundamente preocupado.
—Pero, Bernd, ¡piensa! Sería confiar demasiado en la casualidad —le señalé, cautelosamente—. ¿Diesch oportunamente trabajando en la planta adecuada? Además, ¿cómo podría mantener Lichner a su hija oculta nada menos que dos años? Existiría algún tipo de documento referente a ella, no sé, la cartilla del médico, por ejemplo. Otras personas habrían visto a esa niña. Y aunque, bueno, apartemos a un lado todo eso… ¿Y Nicole qué? ¿Crees realmente que se mantendría al margen contemplando cómo Lichner le hace daño a su propia hija? ¡Bernd!
La mirada de Menkhoff se perdió en el vacío. Mordisqueaba frenético su labio inferior, sus pensamientos se atropellaban en su interior. Su expresión exaltada me provocó un escalofrío.
—Bernd, ¡por favor! Esa historia tuya… ¿Realmente te la crees?
Su mirada volvió de la nada en la que se había refugiado largo tiempo y encontró la mía. Inspiró profundamente, hizo el esfuerzo de hablar, vaciló, comenzó de nuevo.
—No. No.
Un susurro apenas, sus ojos se empañaron y advertí en ellos un brillo sospechoso, húmedo. Me resultó devastador ver a aquel hombre en tan lamentable estado, pero experimenté un cierto alivio al descubrir que los signos de demencia que creí haber vislumbrado antes en su rostro ya no se encontraban allí.
—Que ese hijo de puta controle de nuevo a Nicole me vuelve loco. Ya pudiste ver hace años cómo le dejó el cuello. ¿Qué crees que le hará ahora, después de que declarara en su contra en el juicio? ¿Después de pasar por su culpa trece años en prisión?
Guardó silencio unos instantes. No hablé, ofreciéndole el tiempo que necesitaba para reflexionar y explicarse.
—Amo a mi mujer, Alex, y adoro a Luisa, lo sabes. Pero… no he podido olvidar a Nicole, y jamás lo haré, y sólo de pensar en lo que ha sufrido… ¡Había tantas cosas que no lograba comprender de ella! Tal vez ahora, tras leer esos papeles del asiento trasero… Quizá haya algo que… quizá ahora logre entender ciertas cosas y pueda ayudarla…
—¿Ayudarla a qué? ¿A librarse de él?
—Quizá, sí. A apartarse de una vez de ese malnacido.
Menkhoff sufría lo indecible en aquellos momentos.
—De acuerdo, si crees que te hará bien, revisaré esos archivadores contigo. ¿Cuándo y dónde?
—Esta noche, en mi casa. Antes tenemos que ocuparnos de otro asunto.
—¿De cuál?
—Tenemos que ir a Oppenhoffallee.