Capítulo 53
24 de julio de 2009, 13:41 horas
Nos cruzamos con Wolfert en el pasillo de la tercera planta de la comisaría. Contrariamente a lo que me había temido, no comenzó a hablar sin orden ni concierto, sino que nos explicó con semblante preocupado que no se sabía nada nuevo. Menkhoff asintió y continuó caminando por el pasillo. Cuando ya había dejado atrás a Wolfert se detuvo, se dio la vuelta y le tendió la caja con las fotografías que aún sostenía en las manos.
—Necesitamos saber quiénes son las niñas de estas fotografías.
El rostro de Wolfert se iluminó un poco. Asintió diligentemente.
—Por supuesto, señor inspector jefe. Me pongo a ello inmediatamente. Supongo que se trata de…
Enmudeció, pues Menkhoff había desaparecido en el interior de nuestro despacho.
Le seguí. Cuando entré, Menkhoff ya se había sentado y sostenía el auricular del teléfono junto a la oreja.
—Aquí Menkhoff —dijo de forma escueta—. ¿Podemos acercarnos? Gracias.
Se puso en pie de nuevo.
—Vamos. Veamos a la comisaria Biermann.
Nuestra jefa nos recibió con la preocupación marcada en su rostro.
—Por desgracia, la búsqueda no está dando ningún resultado de momento, pero dos niños han declarado haber observado a Luisa abandonar la guardería de la mano de una mujer.
Menkhoff enderezó la espalda.
—¿Una mujer? ¿Han podido describirla?
La jefa movió la cabeza de un lado a otro.
—Esos niños tienen cuatro y cinco años respectivamente; la descripción que nos han ofrecido no es muy buena. No han podido contarnos nada fiable en lo referente a la altura de la mujer, por ejemplo, pero ambos estaban seguros de que tenía el pelo negro.
Miré a Menkhoff, pudiendo imaginar qué imágenes debían pasar por su cabeza en aquellos momentos.
—Hemos encontrado en la vivienda de Nicole Klement una caja con más fotografías infantiles. Además… —Se detuvo, carraspeó—. Además, también los restos de una fotografía adicional. Al parecer Nicole fotografió a Luisa mientras se encontraba en compañía de nuestra niñera. La señora Christ ha sido recortada de la instantánea.
—¿Y qué puede pretender con una fotografía de su hija?
Menkhoff no contestó, por lo que respondí yo en su lugar:
—Tenemos que contar con que pretenda proteger a Luisa. Como a las demás niñas.
—¿Cómo que proteger? ¿De qué o de quién?
Desplacé mi mirada en dirección a Menkhoff, pero éste mantenía baja la vista y no parecía tener intención alguna de responder aquellas preguntas.
—Es posible que Nicole Klement crea que debe proteger a Luisa de su padre. Mencionó algo así cuando nos señaló las fotografías de las demás niñas. Ya en su infancia le creó cierto malestar a su tía con comentarios semejantes.
—Vaya… ¿Han logrado averiguar algo acerca de las demás niñas?
—No —tomó Menkhoff la palabra de nuevo—. Aún no. Le he pasado las fotografías al compañero Wolfert. Espero que descubra algo pronto.
—Está bien, eso es todo entonces —dijo Ute Biermann—. ¿Y qué ocurre con Lichner?
—No se encontraba en casa. Intentaremos localizarlo cuanto antes —expliqué, tras lo cual abandonamos el despacho.
—Adelántate tú —rogó Menkhoff, y desapareció en el despacho de Wolfert.
Aproveché aquel momento de soledad para prepararme un café y encender mi ordenador. Intenté ordenar el caos que había en mi cabeza, pero no lo logré. Era incapaz de relacionar entre sí los acontecimientos vividos en los últimos dos días y darles algún sentido sin considerar posibilidades que me causaban pavor.
Menkhoff apareció diez minutos después.
—Le he explicado a Wolfert un par de cosas acerca de las niñas —aclaró, permaneciendo de pie junto a su escritorio—. También le he rogado que llame a su padre y le pregunte si me puede hacer un favor.
—¿Al secretario de estado de justicia?
—Sí. Acabo de hablar con él. Le he pedido que utilice su influencia para intentar localizar a la tía de Nicole en España.
Comprendía perfectamente que Menkhoff empleara todos los medios a su alcance, pero jamás hubiera creído que recurriese al padre de Wolfert en busca de ayuda.
—¿Y qué te ha dicho?
Sonó el teléfono de Menkhoff. Se volvió sin darme respuesta y se acercó a su mesa. Observé cómo atendía la llamada. Escuchó unos instantes en silencio, se mudó la expresión de su rostro y pulsó, con un movimiento apresurado, la tecla que activaba el altavoz. A pesar de las distorsiones propias de éste, reconocí inmediatamente la voz que hablaba.
—… de modo que no me interrumpas, por favor —dijo Nicole en aquel tono monótono y triste que ya conocíamos del día anterior—. Si me interrumpes, colgaré.
—Nicole… —comenzó Menkhoff a pesar de ello, pero enmudeció cuando percibió cómo ella ignoraba su interrupción.
—Compartes un secreto con Luisa, ¿no es así? Un… un gran secreto. —Enmudeció unos dos segundos—. Un secreto tan importante que ella jamás me lo revelaría. Ni siquiera a mí. Eso es lo peor de todo. —Otros dos segundos de silencio—. No puede contármelo. Y sólo hay una cosa que puede liberar a las niñas pequeñas de sus grandes secretos.
Menkhoff gimió y se dejó caer en la silla.
—Por favor, Nicole, ¿se encuentra bien mi hija? —intentó preguntar, pero ella de nuevo ignoró aquel comentario y temí que cumpliera su amenaza de colgar el teléfono en cualquier momento.
—Es tu hija. ¿Por qué has permitido que sucediera, Bernd? ¿Por qué has tenido hijos sabiendo cómo eres?
Silencio. Las lágrimas surcaron las mejillas de Menkhoff y noté cómo mi frente se perlaba de sudor.
—No le hagas daño. Déjame hablar con ella; un momento nada más…
—Yo sé. Yo sé mejor que nadie cómo eres, Bernd. Lo percibí. Luisa se quedará conmigo.
En esta ocasión el silencio se prolongó como mínimo durante tres segundos y Menkhoff no lo interrumpió. Permaneció allí sentado, la imagen misma de la desolación.
—Y lo de entonces. No fue correcto colocar aquella cosa en el armario. Tú querías que lo hiciera, Bernd. Pobre Bernd. No tengas miedo. Ya no habrá más secretos. La protegeré.
Colgó.