Prólogo
7 de abril de 2007
Avanzó cinco, seis pasos antes de detenerse. Aguardó varios segundos, con la mirada fija en las fachadas amarillentas, sin ser del todo consciente de lo que veía. El sol estaba alto y sentía un agradable calor en el rostro. Intentó volverse, pero la orden procedente de las sinapsis de su cerebro se había ido debilitando en el trayecto hacia su musculatura hasta desaparecer por completo. Conocía a la perfección aquel proceso, sabía qué le bloqueaba, pero se sentía incapaz de impedirlo. Cuando el monstruo situado a sus espaldas amenazó con abrasarle la piel, sólo entonces, logró superar su parálisis y enfrentarse a la visión que tanto temía.
Un edificio blanco de cuatro plantas coronado por tejas rojas. No guardaba ningún parecido con lo que estaba acostumbrado a ver en el cine. La fachada, por ejemplo, era completamente distinta. No había ningún portón de hierro de sucio color gris, de esos que se desplazan lentamente desde un lateral gracias a unas ruedas motorizadas para facilitarle la salida. La puerta de PVC, con su arco superior de cristal en tono verdoso, podría haber pertenecido perfectamente a un inocente establecimiento de electrodomésticos. La única nota discordante la proporcionaba el rótulo que encabezaba las ventanas laterales: CENTRO PENITENCIARIO.
Trece años, un mes y diez días. Ahora leería aquello por última vez. Se había terminado.
En los últimos meses le habían permitido abandonar el centro en varias ocasiones. Su tercer grado, previsto para acostumbrarlo paulatinamente a una vida sin rejas. Aún así, le obligaban a regresar antes de las siete de la tarde. Pero también aquello se había terminado.
Y ahora…
Se dio la vuelta y comenzó a caminar. Se alejó de la prisión, dejando atrás Gerichtsstrasse, aproximándose a Bülomtrasse. Allí tomaría el autobús hasta la estación de trenes. En menos de dos horas se encontraría en Aquisgrán. Había sabido aprovechar bien el tercer grado alquilando una vivienda. La ciudad apenas había sufrido cambios en los últimos trece años. Él, por el contrario, sí era ahora un hombre distinto.
Inspiró profundamente. Era libre. Y a pesar de ello… no se sentía feliz, no se permitiría serlo aún.
Trece años.
Y toda la rabia todavía continuaba ahí.