Capítulo 9

22 de julio de 2009

No se pudo localizar al abogado de Lichner, por lo que, dado que el psiquiatra seguía negándose obstinadamente a responder a nuestras preguntas, Menkhoff le ordenó a Marco Egberts que le recluyera de forma provisional en las celdas de arresto de la comisaría. Puesto que ya eran más de las nueve, se imponía una llamada a Mel.

Tal como era de esperar, mostró un entusiasmo más bien moderado cuando supo que aún permanecía en la comisaría a aquellas horas y, además, ignoraba cuándo me sería posible aparecer por casa. Le prometí compensarla con una cena al día siguiente, pero, incluso mientras expresaba la promesa, las dudas de poder cumplirla me causaron cierto desasosiego.

También Menkhoff realizó varias llamadas, ladrándole malhumorado al auricular. Tras dar por finalizada su última conversación, se dejó caer violentamente hacia atrás en su sillón, el cual protestó por el maltrato con un prolongado quejido.

—Los de la científica ya han concluido su trabajo. No hay indicios de la niña, pero se han esforzado por recopilar todo lo que pudiera resultar de interés: cabellos y cosas así. Ahora lo llevarán a analizar. No te puedes ni imaginar siquiera a qué métodos me he visto obligado a recurrir para garantizar que los resultados preliminares estuviesen listos para mañana por la mañana. En el laboratorio no parecen ser muy proclives al trabajo nocturno.

—Ya. Y… dime, Bernd: ¿no crees que tal vez pudiera tratarse de un acto de venganza hacia Lichner?

—¿Falsificando para ello el registro? Me parece absurdo. ¿Quién se tomaría tantas molestias? Sin olvidar que ese tipo de intervención constituye un delito. ¿Y la vecina que dice haber visto a la niña? ¿Qué hay de eso? No, Alex; estoy convencido de que ese cerdo ha hecho desaparecer a su propia hija. Sólo podemos rezar para que no le haya causado ningún daño irreparable aún.

—Tienes razón, sólo era una idea. Pero me pregunto el porqué de esa desaparición. ¿Y dónde se encontrará la madre?

Abrió mucho los ojos.

—Maldita sea. Ya había pensado en ello antes y después me he olvidado. Estaba tan furioso que no…

No acabó la frase. Sacudió reprobadoramente la cabeza al tiempo que extendía la mano para alcanzar el teléfono.

Si esa niña existía realmente, y todo parecía indicar que así era…

—¿Cuándo salió Lichner en libertad, exactamente? —pregunté, obviando el hecho de que Menkhoff sostenía el auricular del teléfono pegado al oído.

—En el año 2007, creo que en el mes de abril… —Se apartó de mí—. Sí, soy Menkhoff. Necesito otro dato del registro.

Abril del año 2007. Si la hija de Lichner existía realmente había sido engendrada antes de que éste abandonara la prisión. Recordé que, en algún momento del verano de 2006, o quizá fuera otoño, habíamos sido informados de que a Lichner se le permitiría abandonar la institución penitenciaria durante el día a fin de que volviera a habituarse a una vida en libertad. En teoría era posible que hubiera aprovechado esos momentos para encontrarse con una mujer. Pero ¿cuál? ¿Había conocido a alguna mujer mientras disfrutaba de aquella libertad parcial? ¿Y la había dejado embarazada inmediatamente? ¿O tal vez se trataba de alguien a quien ya conocía?

—¡Precisamente ahora! —interrumpieron los gritos de Menkhoff mis pensamientos—. De acuerdo, sí, bien. Pero devuélvame la llamada en cuanto ese trasto vuelva a funcionar.

El auricular aterrizó sobre su soporte y Menkhoff le dirigió al aparato una mirada letal, como si en éste se situase el origen de su enfado.

—«Problemas informáticos», estoy más que harto de oír eso. Todo completamente informatizado, cada pocos meses nos instan a seguir alguno de sus cursitos para que seamos capaces de manejar toda esa mierda, pero cuando necesito un simple dato hay «problemas informáticos».

—Se me acaba de ocurrir algo, Bernd. Si Lichner no fue puesto en libertad hasta abril, pero la niña nació en junio de ese mismo año, ha debido estar viéndose con alguna mujer durante el tercer grado.

—Sí, ¿y qué? Dios, imagina qué es lo primero que harías tú al abandonar una prisión en la que durante años has estado viendo únicamente peludos culos masculinos. ¿Qué?

—¿Crees que salió a buscar una mujer cualquiera? Me resulta difícil de imaginar tratándose de él.

Menkhoff se encogió de hombros.

—¿Qué sé yo? Tal vez se haya reencontrado con alguna mujer a la que conocía de su vida anterior.

Era palpable que estaba pensando exactamente lo mismo que yo.

—Lo sabremos en breve —continuó con voz audiblemente más insegura—. En cuanto vuelva a funcionar ese estúpido ordenador.

Como si se hubiese tratado del pie que daba paso a su actuación, comenzó a sonar el teléfono.

—¿Sí? Aquí Menkhoff. —Constaté cómo se mudó la expresión de su rostro. Se aferró a un bolígrafo con gesto apresurado—. Un momento, más despacio. —Garabateó algo en la hoja de papel que tenía delante, dio las gracias a su interlocutor y colgó—. La madre de la niña se llama Zofia Kaminska…

—Eso parece un nombre polaco.

Y él parecía aliviado.