Capítulo 55
24 de julio de 2009, 14:25 horas
Cuando aparecí con Lichner por nuestro despacho Menkhoff ya no se encontraba allí. Supuse que se habría acercado al baño o se estaría preparando un café.
Lichner señaló una de las sillas que se encontraban ante la mesa de mi compañero.
—¿Se me permite tomar asiento? —preguntó, pero se sentó sin aguardar mi respuesta. Me apoyé en mi mesa y lo observé: había cruzado la pierna derecha sobre la izquierda y examinaba con mucho interés las uñas de su mano derecha. Se trataba de un individuo de lo más arrogante; los años de prisión no le habían cambiado y era evidente que no me agradaba. Él mismo tampoco contribuía demasiado a que se le tomara afecto. ¿Pero era además un asesino este hombre tan poco transparente? Los sentimientos que Menkhoff albergaba hacia él trascendían la mera antipatía. Se trataba de una enemistad obsesiva, de un odio feroz, y así había sido desde nuestro primer encuentro dieciséis años atrás.
Había aprendido con el paso del tiempo que mi compañero solía apresurarse a la hora de clasificar a las personas y, aunque posteriormente advirtiera que había cometido un error y el juicio emitido tras una primera impresión no fuera acertado, le costaba reconocerlo. Pero por ninguna otra persona había mostrado un odio tan encarnizado y una ira tan desaforada como por Joachim Lichner, y para ello sólo podía haber una explicación: Nicole Klement, la mujer a la que había amado y con la que, debido precisamente a ese mismo amor, había cometido un error de consecuencias quizá catastróficas.
¿Cómo se sentiría sabiendo que precisamente esa misma mujer había secuestrado a su hija? ¿Cómo, si le causaba algún daño a Luisa? Pensaría, no podría evitar pensar, que lo sucedido con su hija no se hubiera producido jamás si en otros tiempos hubiera detenido a la verdadera asesina. ¿Cómo…?
—¿Podría traerme un café? —interrumpió Lichner mis pensamientos. Por primera vez agradecí su carácter impertinente.
No podía dejarle a solas en nuestro despacho, por lo que recurrí al teléfono. Quise llamar a Wolfert para rogarle que lo vigilara unos minutos, pero antes de que pudiera marcar su número apareció Menkhoff. Pasó por delante de Lichner dedicándole una mirada de profundo desprecio y se sentó en su silla. Me miró.
—He ido a ver a la jefa.
Comprendí lo que pretendía decirme. La había informado de la llamada. ¿Por qué no había esperado para ello a mi regreso? ¿Le había explicado a la comisaria Biermann absolutamente todo lo que Nicole había revelado en aquella conversación?
Aparté aquellas cuestiones temporalmente de mi mente y asentí, en señal de que había comprendido su mensaje.
Menkhoff observaba a Lichner a través de la separación que suponía su mesa, no ocultando el profundo desprecio que sentía.
—¿Qué hace usted aquí? ¿Pretende realizar nuestro trabajo?
—No es la primera vez que pienso que sería necesario, pero…
—Ha venido a informarnos de la desaparición de su vehículo —interrumpí a Lichner, que inmediatamente guardó silencio.
—¿Puede usted permitirse un coche? —le provocó Menkhoff.
—Creo que ya mencioné que dispongo de unos ahorros. ¿Realmente piensa que debemos comentar ahora mi situación económica? Poseo un turismo de tamaño pequeño y se encontraba estacionado en una calle paralela a la que vivo. Ahora no está.
—¿Cuenta Nicole con un duplicado de la llave? —pregunté.
—No. Aunque sí de mi vivienda. Ha debido pasar por allí mientras me encontraba arrestado.
Menkhoff alzó un par de papeles que encontró en su escritorio buscando un bolígrafo.
—¿Matrícula? ¿Color?
Lichner nos facilitó los datos sin dudar ni un instante; Menkhoff los apuntó, recurrió al teléfono y marcó.
—Menkhoff. Necesito que localicen urgentemente un vehículo, está relacionado con el secuestro.
Repitió la descripción del vehículo, así como la dirección de la que había desaparecido, y miró a Lichner.
—¿Alguna característica destacable en su vehículo? Marcas, arañazos… —Lichner negó con la cabeza y Menkhoff dio por terminada su conversación telefónica—. ¿Por qué estaciona su vehículo en una calle paralela y no en la suya propia?
Lichner le dirigió una mirada inocente.
—Porque ante mi casa, ahí donde suele usted dejar su vehículo cuando viene a visitarme, está prohibido aparcar, señor inspector jefe, y yo soy un ciudadano respetuoso de las leyes.
No dejé de observar a Menkhoff, pero éste mantuvo la compostura.
—De modo que piensa usted que Nicole ha recurrido a su vehículo para secuestrar a mi hija —dijo.
—Por favor, claro que no. Pensar así sería inmiscuirme en el trabajo policial, ¿no cree?
Me fue imposible intervenir con la celeridad necesaria para impedir que Menkhoff se pusiera de pie de un salto, se inclinara hacia delante y agarrara a Lichner por la pechera de su camisa. A pesar de que se había doblado hasta tal punto que no contaba con ningún punto de apoyo, logró levantar a Lichner de su asiento y acercárselo hasta que apenas unos centímetros separaron sus rostros. Avancé dos pasos en su dirección, dispuesto a intervenir en cualquier momento.
—Si vuelve a abrir esa sucia boca suya para soltar uno de sus malditos chistes mientras mi hija se encuentra en peligro de muerte le rompo los dientes —masculló Menkhoff, y advertí en su tono de voz que hablaba completamente en serio.
Lichner pareció percibir la conveniencia de guardar silencio. Permaneció inmóvil, los puños de Menkhoff asiendo su camiseta a pocos centímetros de su barbilla, dirigiéndole a su agresor una muda mirada.
—Déjalo estar, Bernd —dije yo—. Creo que lo ha entendido.
Separó lentamente los dedos, liberando a Lichner. Tuvo que apoyarse en la mesa para no caer hacia delante.
Lichner se dejó caer de nuevo en su silla y se alisó la camiseta como pudo. Su rostro, que parecía una máscara, no revelaba qué pensamientos cruzaban por su mente. Me apoyé en el borde de la mesa de Menkhoff.
—¿Algo más que nos pudiera servir de ayuda, doctor Lichner? —pregunté.
Lichner se esforzó por encogerse de hombros con una calma que estaba lejos de sentir.
—De momento no. Si así fuera, yo…
—¿Qué? —pregunté, al advertir que se había interrumpido.
—Nada. No hay nada de momento.
—Entonces, desaparezca de aquí —dijo Menkhoff, sin dirigirle la mirada.
Lichner se puso en pie.
—¿No he de firmar nada? ¿Por el robo?
Menkhoff no reaccionó, por lo que Lichner sacudió la cabeza y se marchó.
Le seguí. Cuando alcanzamos las escaleras se volvió hacia mí.
—Ese compañero suyo tan agradable logró que me condenaran aun siendo inocente, lo crea o no. ¿Sabe una cosa? Si sólo estuviera en juego su vida, me limitaría a esperar sin hacer nada, a aguardar acontecimientos. Pero desgraciadamente no es su vida la que está en juego, sino la de una niña pequeña. La suya. Y ese hombre es incapaz de apartar el odio irracional que siente hacia mí y sobreponerse a él incluso en esta situación desesperada. No sé si seré capaz de encontrar a Nicole y a su hija, pero al menos puedo intentarlo.
—¿Por qué? —le pregunté—. ¿Por qué desea ayudarnos?
En su rostro se reflejó la sorpresa que parecía sentir.
—¿Me lo pregunta en serio? Estamos hablando de la vida de una niña que no tiene la culpa de ser precisamente la hija del inspector jefe Menkhoff.
Asentí. ¿Qué más podía añadir?
—Y porque deseo avergonzarle —añadió—. Quiero demostrarle que existen personas que no se olvidan de lo que existe a su alrededor dejándose dominar por el odio o la ira. ¿Puede entenderlo, señor inspector jefe, o tales consideraciones no son válidas para las mentes policiales?
Ignoré las punzadas que aparecieron tras mi frente, ya que no deseaba dejarme provocar por Joachim Lichner. Comprendía lo que me acababa de explicar. Sin añadir nada más, Lichner se apartó y comenzó a descender las escaleras. Pocos segundos después, había desaparecido de mi vista.
Menkhoff soltaba el auricular del teléfono de forma violenta en el instante en el que volví a entrar en nuestro despacho.
—Nada. Nicole parece haber desaparecido de la faz de la Tierra. Ayer hubiera dudado que fuera capaz siquiera de llegar sola hasta el umbral de su puerta y hoy secuestra a mi hija de la guardería y se esconde con tanta eficacia que no la encuentra ni un centenar de agentes. ¡Maldita sea!
Me miró.
—¿Lichner ha comentado algo más?
—Se ha sorprendido de que no quisieras aceptar su ofrecimiento de ayuda —dije.
—¡Bah! Su ayuda. Ese cabrón se regodea en mi desesperación. Ése es el único motivo por el que aparece por aquí simulando querer ayudar.
—¿Por qué no querías que supiera nada de la llamada de Nicole?
—Es un presentimiento. Simplemente no quiero que sepa todo lo que está sucediendo.
Me senté, pero no ante mi mesa, sino en la silla que sólo dos minutos atrás había ocupado Joachim Lichner. Necesitaba saber a qué se había referido Nicole cuando había mencionado aquella cosa que supuestamente él le había pedido que colocara en el armario. La pregunta me quemaba en los labios, pero al mirar aquel rostro desesperado por el temor que sentía por su hija, me reprimí.
—¿Qué hacemos ahora? —pregunté en lugar de ello. Menkhoff se puso en pie, se acercó a la ventana y apoyó la espalda en ella.
—Wolfert aún está trabajando con las fotografías de las niñas y la mayoría de los compañeros se encuentran en la calle, buscándola. Espero que el padre de Wolfert sea capaz de proporcionarme en breve algún dato acerca de la tía de Nicole. Tal vez eso nos ayude. Pero, hasta que eso suceda, no puedo limitarme a esperar aquí sin hacer nada.
—Deberíamos informar a la jefa de la visita de Lichner.
Hizo una seña despectiva con la mano.
—Ya lo haremos más tarde. No puedo perder el tiempo ahora con informes mientras mi hija está asustada en algún lugar ahí fuera.
¿Se trataba realmente de eso? ¿O quería evitar que Ute Biermann supiera algo de lo sucedido con aquel coletero años atrás? ¿Temía que yo revelara algo?
—¿Y la vivienda de Lichner en Zeppelinstrasse? —pregunté—. Aunque Nicole afirmó no conocerla, sin embargo…
—Quizá mintiera —terminó Menkhoff mi pensamiento, separándose de la ventana—. Tienes razón. Vamos hacia allá.
Menkhoff abandonó nuestro despacho con paso apresurado, pero no se dirigió hacia las escaleras, sino que tomó la dirección opuesta. Se detuvo ante el despacho de Wolfert.
—Vamos hacia Zeppelinstrasse —le informó—. Si logra averiguar algo, llámeme inmediatamente.
—La jefa no estará entusiasmada precisamente —le comenté mientras bajábamos conjuntamente las escaleras.
—¿Por qué lo dices?
—Porque debías permanecer aquí. Debido a Wolfert.
—Wolfert no es tan mal tipo. Además, su padre ya conoce mi situación.
Al alejarme del aparcamiento volví a hablar.
—Sé que no es el momento apropiado, pero… No puedo dejar de pensar en ello. Bernd, ¿qué es eso de que Nicole colocó algo en el armario porque tú se lo rogaste? ¿A qué se refería, puedes explicármelo?
Me alegré de no tener que mirarle a los ojos mientras preguntaba por estar pendiente del tráfico.
Tardó en contestar.
—¿Es necesario que me preguntes eso ahora?
—Bernd, por favor. ¿No contradijiste sus palabras por temor a lo que pudiera sucederle a Luisa?
—No. No las contradije porque decía la verdad.