Capítulo 49
24 de julio de 2009, 10:21 horas
—Todo esto se está volviendo cada vez más absurdo —dijo Menkhoff, dirigiéndome una mirada en la que se advertía claramente su enfado—. Va siendo hora de que nos marchemos de aquí y demos por terminada la hora de cuentacuentos del señor Lichner.
Volvió a dirigirse al psiquiatra.
—Le atraparé, Lichner, aunque sea solamente por fingir un delito. Es muy posible que vuelva a encontrarse en prisión en breve.
—¿Cree que me puede amedrentar con eso después de los trece años de condena que he cumplido, señor inspector jefe? Si condujera a que Nicole acudiese a la psicóloga de la policía me habría merecido la pena.
Menkhoff hizo oídos sordos al comentario de Lichner.
—Y también investigaremos a su amigo Markus Diesch, al que acusaremos de falsificación de documentos oficiales. ¿Así que creyó que podía permitirse un poco de diversión? Le demostraré que nadie se ríe de nosotros. No abandone la ciudad.
Lichner me dirigió una mirada en la que advertí su ruego de convencer a Menkhoff para que fuera más razonable en aquel asunto. La ignoré, aunque me había invadido una sensación de malestar. Me hubiera gustado poder formularle algunas preguntas, pero sabía que ello me conduciría a una desagradable discusión posterior con Menkhoff. Abandonamos aquel piso y Lichner no intentó detenernos. Probablemente conocía ya lo suficiente a mi compañero como para saber cuándo no había nada que hacer.
—Ese cabrón se está burlando de nosotros, Alex —me comentó Menkhoff una vez estuvimos en el coche. Estaba furioso, y mucho—. Lo lamentará. Ahora le haremos una visita a su amigo Diesch. Irá derecho a la cárcel de nuevo.
—Será difícil demostrar que ha falsificado el registro —objeté—. En la base de datos aparece el nombre de la enfermera. Y creo que lo que nos ha contado Lichner…
—No comiences ahora a explicarme el contenido de tu lista de objeciones, Alex; puedo prescindir de ella en estos momentos.
—¡Y tú vuelve a la tierra! Estoy de tu parte, por si lo habías olvidado. Y al menos podrías reflexionar acerca de su teoría: tal vez contenga algo de verdad. Al menos, lo que dice parece lógico.
Frené en un semáforo, y paré el vehículo ante la señal en rojo.
—Por supuesto que tiene lógica, es psiquiatra —dijo Menkhoff—. Pero no logrará ofuscarme con sus discursitos. Te crees cualquier cosa que te cuenten, Alex, de verdad.
Golpeé el volante con la mano.
—Escúchame ahora, Bernd, yo…
En ese instante sonó el móvil de Menkhoff. Lo sacó del bolsillo y atendió la llamada. Le observé. Tras escuchar en silencio unos momentos abrió mucho los ojos.
—¿Qué? ¿Qué significa eso?
Repentinamente palideció y sus ojos se volvieron vidriosos.
—¿Está seguro? ¿Ha buscado por todas partes? ¿Qué? Pero… ¿cómo ha podido ocurrir? —añadió en un grito desesperado—: ¡Si le ha ocurrido algo…! ¡Rece a Dios para que no le haya sucedido nada!
Guardó de nuevo el teléfono en el bolsillo con un gesto descuidado y me miró, consternado.
—La guardería. La guardería de Luisa. Luisa… ellos… Me han dicho que ha desaparecido.
—¿Qué? ¿Están seguros?
—Naturalmente que están seguros —me atacó—. ¿Crees que se podría tratar de una broma? ¡Mi hija ha sido secuestrada!