Capítulo 51

24 de julio de 2009, 11:16 horas

El rostro de Lichner reflejaba claramente su sorpresa por volver a encontrarnos ante su puerta. Nos obsequió con una leve sonrisa amistosa que desconocía que fuera posible en él.

—¿Han olvidado alg…?

—Mi hija ha sido secuestrada, ha desaparecido de la guardería.

Lichner abrió mucho los ojos y quedó petrificado un segundo, dos, tres. Después habló.

—Lo… lo lamento.

Aquello me pareció de nuevo tan impropio de él que me quedé mirándolo fijamente unos instantes.

—¿Es… está seguro? Me refiero a si está seguro de que…

—¿Tiene usted algo que ver con esto? —le interrumpió Menkhoff, impaciente, avanzando un paso en su dirección. Su actitud corporal era amenazante—. Lichner… si sabe algo, dígamelo ahora mismo. ¿Qué le ha sucedido a Luisa? Si mi hija sufre algún daño acabaré con el responsable con mis propias manos. De modo que abra la boca.

Al igual que había venido sucediendo reiteradamente con anterioridad, ambos enfrentaron sus miradas, pero en esta ocasión fue Lichner quien apartó la suya y tuve la impresión de que conocía perfectamente el paradero de Luisa. Menkhoff pareció sentir lo mismo. Se aferró a la camisa del hombre, cerrando las manos en sendos puños, y le gritó:

—¡Hable!

—¿A qué viene todo esto? —protestó Lichner—. ¡Suélteme inmediatamente!

Fui consciente en aquel instante de que me estaba comportando como un mero figurante en una obra dramática. Me aproximé a ambos, esforzándome por separarlos. Menkhoff soltó a Lichner mientras éste se alisaba la ropa.

—Por última vez, Lichner —dijo Menkhoff peligrosamente despacio—. ¿Sabe dónde se encuentra mi hija?

—No, no lo sé —respondió Lichner—. Eso sí, tengo una sospecha, aunque espero equivocarme. ¡Dios mío! No había contado con que llegáramos a esto. Acompáñenme…

Se dio la vuelta y subió de dos en dos los escalones hasta su vivienda. Le seguimos. Una vez en el piso se dirigió a un pequeño mueble auxiliar sobre el cual descansaba un teléfono inalámbrico. Intentó contactar con alguien, al parecer, sin éxito.

—No responde —dijo.

—¿Quién no responde? —ladró Menkhoff, y una vez más me sorprendió cuán profunda debía de ser su ceguera para preguntar algo así en estos momentos.

—Nicole —dije yo.

—Intenté explicárselo esta mañana —dijo Lichner—. Pero, por supuesto, no sospeché que planeara llevarse precisamente…

—¿Qué pretende decirme? —gritó Menkhoff.

—¿No ha escuchado nada de lo que le he dicho? Deben encontrar a Nicole —apremió Lichner—. Me temía que sucediera algo así, aunque nunca pensé… Señor Menkhoff, es muy probable que sea ella quien haya secuestrado a su hija. Creo que pretendía proteger a la niña de usted.

—¿Proteger a mi hija de mí? ¿Qué significa eso? Ha perdido usted completamente la razón. ¿Por qué iba a desear Nicole proteger a Luisa de mí? ¡Y no me obligue a sacarle las palabras con cuentagotas, maldita sea!

Lichner desvió su mirada, fijándola en la nada.

—Mantuvimos una conversación hace poco. Sobre usted. Mencionamos que estaba usted casado y tenía una hija. Nicole me preguntó si creía que era usted un buen padre. Y yo… ¡Dios! Usted realizó ingentes esfuerzos para llevarme a prisión. Pese a mi inocencia. Le comenté que esperaba por el bien de la niña que fuera mejor padre que policía. Y… que dudaba que lo fuera.

Menkhoff miró a Lichner sin comprender, como si esperara de él que le revelara la solución de un complicado e incomprensible acertijo.

—¿Y qué? —preguntó—. Usted tampoco me resulta simpático.

—Cree que ésa pudiera ser la causa por la que Nicole se decidiera a secuestrar a Luisa, Bernd.

Menkhoff mudó la expresión de su rostro, desapareció todo desconcierto, siendo sustituido por una profunda consternación.

—¿Quiere hacerme ver que…? ¿Pretende que crea que Nicole ha secuestrado a mi Luisa?

—Sí —confirmó Lichner—. Creo que su hija se encuentra en compañía de Nicole.

—¿Sabe dónde podría estar?

Lichner pareció reflexionar unos instantes, pero alzó los hombros en señal de impotencia.

—Lo ignoro.

—Podríamos… —comencé, pero Menkhoff me interrumpió.

—Vámonos. Contactaré con la comisaría por el camino y rogaré que se curse una orden de búsqueda y captura contra Nicole.

Se dirigió a Lichner.

—Si pretende burlarse de mí, Lichner, acabaré con usted, se lo juro.

Después de esas palabras, abandonó la habitación.

—Es posible que necesitemos su ayuda más tarde —le comenté a Lichner de modo que Menkhoff no pudiera oírme—. ¿Estaría dispuesto a colaborar?

—Sí —consintió él lentamente, tras unos instantes de duda—. A pesar de todo lo sucedido, así lo haré.

Asentí y seguí a mi compañero. Menkhoff llamó a la comisaría mientras nos acercábamos a nuestro vehículo para ordenar la búsqueda de Nicole Klement como sospechosa de secuestro. En cada una de las palabras que pronunció se advertía el esfuerzo que aquello suponía para él.

Llegamos al despacho de la comisaria aproximadamente a las doce menos veinte. La señora Biermann se puso en pie, rodeó su escritorio y le dirigió a Menkhoff una mirada compasiva.

—Lo siento mucho, señor Menkhoff, un suceso verdaderamente terrible. Acompáñenme, por favor, los demás ya aguardan en la sala de reuniones.

La habitación que solíamos emplear para reuniones se encontraba frente a su despacho. Era tan grande como tres despachos normales, tenía cuatro enormes mesas dispuestas de forma que parecían formar una sola, y diversas sillas de diseño básico. Igualmente había un viejo mueble auxiliar con una gran pantalla blanca al frente. Detrás de las mesas se había instalado el cableado necesario para reproducciones, así como un teléfono y un cañón de video.

Los demás que había mencionado la comisaria eran el subinspector Wolfert y el inspector Meyers, con quien Menkhoff ya se había comunicado telefónicamente poco antes, así como otros tres compañeros de la división tercera. La comisaria Biermann se sentó a la mesa frente a Wolfert y Meyers y nosotros dos tomamos asiento a su lado.

—Por favor, señor Menkhoff, explíquenos la conversación que ha mantenido con el señor Lichner —le animó nuestra jefa.

Menkhoff resumió primero brevemente nuestra visita a Nicole el día anterior, describió el estado un tanto confuso en el que habíamos hallado a la mujer, las fotografías infantiles y su extraña explicación para justificar la presencia de aquellas imágenes en su casa. El rostro de nuestra jefa evidenció su sorpresa, pero no le interrumpió en ningún momento. Menkhoff continuó explicando la advertencia expresada por Lichner aquella misma mañana e insistió en que no había creído sus acusaciones. Finalizó su relato informando de la llamada de la guardería y de nuestra segunda conversación con Lichner sólo unos momentos atrás.

—¿Cree usted que la señora Klement pueda ser la autora del secuestro de su hija? —le preguntó la comisaria Biermann una vez que terminó de hablar. Todas las miradas se dirigieron a Menkhoff. Éste guardó silencio durante un buen rato, y finalmente se encogió de hombros.

—No lo sé. Hace sólo dos horas hubiera pensado que esa idea era totalmente absurda, pero ahora… sinceramente, no lo sé. Tenemos que encontrarla cuanto antes.

—Hemos cercado Aquisgrán —explicó la señora Biermann—. Todos los compañeros de la división criminal se encuentran ahora mismo en la calle, además de todo el personal de otras secciones que he podido movilizar en este sector. Igualmente he solicitado la ayuda de voluntarios, así como apoyo por parte de la policía nacional. Hay dispuestos controles en todas las autovías y carreteras secundarias, y en la zona de Brand incluso se está patrullando a pie. También he enviado un coche patrulla a Oppenhoffallee, pero la señora Klement no se encuentra en casa.

—Iremos nosotros —dijo Menkhoff, poniéndose en pie—. Es posible que encontremos algo. Consíganos una orden de registro. Vamos, Alex.

—Un momento —dijo la comisaria Biermann.

Yo me disponía a levantarme de mi asiento, pero el tono con el que pronunció aquellas palabras me hizo acomodarme en mi silla de nuevo.

—El inspector jefe Seifert se hará cargo de esta investigación con efecto inmediato. Usted, señor Menkhoff, se encargará de la coordinación desde la comisaría.

—¿Qué? —preguntó Menkhoff en tono desabrido—. ¿Aquí? Ni hablar. Se trata de mi hija y…

—Precisamente —le interrumpió ella con autoridad—. Y debido a ello me veo obligada a apartarle del caso. En realidad debería alejarle por completo de la investigación. No simule sentirse sorprendido.

Menkhoff inspiró profundamente, pero se tragó las palabras que tenía previsto pronunciar. Desvió la vista hacia mí unos instantes para después fijarla en Wolfert y Meyers, cuyos rostros reflejaban la incomodidad que sentían. Finalmente habló con voz estrangulada, en la que se advertían los esfuerzos sobrehumanos que debía hacer para controlarse.

—No puedo. Mi niña ha sido secuestrada y se encuentra en peligro. No puedo quedarme sentado en mi despacho y resolver crucigramas mientras son los compañeros quienes salen a la calle a buscar a mi hija. Espero que me comprenda.

—No tengo elección —replicó ella muy seria—. Seifert se encarga del caso. Usted permanecerá aquí.

Menkhoff le dirigió una mirada ahora abiertamente furiosa.

—De acuerdo, que Alex se haga cargo del caso, me importa una mierda quién esté al mando. Pero yo saldré a buscar a mi hija, y nadie me lo impedirá, mucho menos esa disposición legal establecida por anormales.

Ute Biermann conservó la calma.

—Acompáñenme a mi despacho —dijo en un tono de voz moderado, y abandonó la sala de reuniones.

—Cierren la puerta —ordenó una vez Menkhoff y yo nos reunimos con ella. La cerré y permanecí de pie junto a Menkhoff.

—No he de recordarles quién es el padre de Wolfert, ¿no es así? —preguntó airada, pero continuó hablando sin aguardar nuestra respuesta. Por supuesto que en la división criminal todos conocíamos al padre de Wolfert—. ¿Pretende que me cree problemas en esta comisaría sólo porque usted desea, una vez más, imponer su criterio frente al de los demás, señor Menkhoff? Le entiendo perfectamente, puede creerme, y soy la última en desear crearle dificultades en este caso, pero existen unas normas, y también contamos con un joven agente que suele informar a su padre con todo detalle de lo que hacemos aquí. Y ese padre, señor Menkhoff, nos puede causar serios problemas a todos.

—Lo comprendo, señora comisaria, pero lamento decirle que ahora mismo todas esas cosas no me interesan lo más mínimo. He de buscar a mi niña. Si quiere prohibírmelo, hágalo. Pero la buscaré de todos modos.

—No deseo hacerlo, pero estoy obligada a ello —dijo ella algo más calmada—. El señor Seifert se hará cargo del caso. Usted queda destinado al servicio interno. No quiero recibir noticias de forma oficial que me revelen que no acata usted mis órdenes. Aunque, por supuesto, es evidente que desde mi despacho me es imposible controlarlo todo.

Menkhoff comprendió lo que ella pretendía insinuarle, al igual que lo hice yo.

—Gracias —dijo rápidamente—. ¿Es todo?

—Eso es todo, sí. Le mantendré al corriente —dijo, y añadió—: Al señor Seifert, me refiero.