Capítulo 62
24 de julio de 2009, 18:43 horas
No puedo recordar con exactitud los segundos que mediaron entre la entrada de Menkhoff en la cabaña y el disparo, ignoro cuántos fueron y cómo transcurrieron. A veces pienso que pasarían al menos cincuenta segundos, tal vez un minuto; en otras ocasiones, en cambio, cuando intento rememorar aquello, lo que ocurre muy a menudo, estoy seguro de que no pudieron ser más de cinco.
El disparo resonó como un trueno, y comparado con aquello tuve que reconocer que los poemas y las canciones acertaban cuando alababan la tranquilidad del bosque. El grito agudo que lo acompañó fue tan breve que me sentí incapaz de discernir si había sido pronunciado por una mujer o por una niña. Ni siquiera podía excluir del todo que se tratase del grito de Menkhoff.
Obedeciendo a un impulso reflejo quise empuñar mi arma, ponerme en pie y correr a asaltar aquella cabaña de la que únicamente sabía que en su interior se encontraba mi compañero y alguna otra persona.
Saqué mi pistola, eso sí, pero permanecí oculto. Tenía las palabras de Menkhoff grabadas a fuego en mi mente.
«Bajo ninguna circunstancia. Pasara lo que pasara».
Había, o así lo esperaba, calculado muy bien las circunstancias que podían haber convertido en necesaria tal advertencia. A pesar de ello estuve a punto de no resistir allí, oculto tras unos arbustos, mientras en el interior de la cabaña sucedían cosas que ignoraba qué podían significar para mi compañero. ¿Y qué sucedía con Luisa? ¿Había sido ella quien había gritado? Tal vez Nicole la había…
Mi cuerpo se contrajo por entero. Quise saltar, y tuve que recurrir a toda mi fuerza de voluntad para permanecer allí arrodillado, sin moverme. Mi subconsciente insistía en tomar el mando por haber registrado que estaba realizando una acción completamente ilógica. Una niña se hallaba en grave peligro y yo no reaccionaba para acudir en su ayuda. Percibí el sudor en mi frente y, cuando me pasé el dorso de la mano, ésta se me humedeció.
Se abrió la puerta de la cabaña y puse mis músculos en tensión. Mi mente necesitó unos instantes para interpretar lo que le transmitían mis ojos, pero entonces puede advertir que era Menkhoff quien abandonaba el lugar y llevaba en brazos a su hija. Luisa tenía la cabeza apoyada en su hombro y él se la cubría protectoramente con una mano. No pude distinguir si la niña se encontraba bien, quise gritarles algo, saltar y correr hacia ellos. Finalmente, Luisa se movió y una ola de alivio recorrió todo mi cuerpo cuando la niña alzó la cabeza, mirando sollozante a su alrededor, mientras Menkhoff aún permanecía de pie ante la cabaña, presionando su cabeza con una mano, hablándole con delicadeza.
Un chasquido a mi derecha me hizo volverme. A escasa distancia de donde pocos instantes antes había aparecido Menkhoff, el doctor Joachim Lichner se acercaba con paso apresurado a la cabaña, sin apartar la mirada del grupo formado por Menkhoff y Luisa. Me arrodillé de nuevo tras mi arbusto, intranquilo, intentando respirar lo más silenciosamente posible.
—Señor inspector jefe, ¿va todo bien? —preguntó Lichner, y pude escuchar con tanta claridad sus palabras como si empleara un micrófono cuyo altavoz se hallara justo a mi lado—. ¿Cómo se encuentra la niña? ¿Está bien?
—Sí, todo bien —dijo Menkhoff, acariciando la espalda estremecida de Luisa.
Lichner se había puesto casi a la altura de ambos, deteniéndose a unos cinco metros de distancia.
—¿Ha venido solo?
Menkhoff asintió.
—¿Y Nicole? Ella… ¿Le ha causado problemas? He oído un disparo. ¿Dónde está Nicole?
Menkhoff bajó la cabeza.
—Nicole ha muerto.