Capítulo 46

23 de julio de 2009, 22:56 horas

En mi sala de estar todo estaba a oscuras. Avancé un par de pasos hacia las escaleras que conducían a la primera planta y percibí el haz luminoso de una lámpara, probablemente procedente de nuestro dormitorio. Mel se había acostado y se encontraría leyendo un poco mientras aguardaba mi regreso. Estimé mejor no molestarla dado mi estado agitado, normalmente, apenas le daba tiempo a avanzar dos o tres páginas en la lectura antes de que se le cerraran los ojos. Sabía que estaría muy cansada. Opté por tomarme un coñac en la sala de estar mientras repasaba los acontecimientos del día.

—Vaya, de modo que estás ahí, nocturno.

Me detuve en seco, retrocedí sobre mis pasos y miré hacia arriba. Allí estaba Mel, descalza y apenas cubierta con un salto de cama minúsculo, sonriéndome desde la planta superior.

—Acabo de salir del baño y te he oído. ¿Vienes a la cama?

—Hola, cariño —intenté sonreírle, a pesar de que no me sentía en absoluto inclinado hacia la sonrisa—. No, aún no. Me gustaría tomarme una copa primero. Acuéstate tú, si quieres, y descansa.

Me lanzó un beso con la mano y desapareció de mi campo de visión.

Con una mezcla de alivio, pero también cierto desencanto, me dirigí a la sala de estar y pulsé el interruptor de la lámpara de pie situada junto al sofá. Saqué del armario una gran copa de coñac y una botella de Carlos I. Me serví una buena cantidad, agité la copa por debajo de mi nariz y aspiré profundamente el intenso aroma del brandy.

—¿Me sirves una a mí también?

Me sobresalté al ver a Mel acercándose, sonriente. Se había desmaquillado, pero a pesar de ello, o quizá debido a ello, la encontré arrebatadora con aquella bata de seda de color canela.

Mel se recostó a medias sobre mí en el sofá.

—¿Habéis avanzado mucho?

—¿Cómo? —pregunté, intentando ganar tiempo, pues sabía perfectamente a qué se refería.

—Esos documentos que os proponíais revisar.

—Sí, claro.

—Bien. ¿Y esa cosa tan rica que estás bebiendo? ¿No me ofreces a mí también?

Saqué otra copa del armario y la llené. Mel la tomó en su mano y la giró de tal modo que el líquido ambarino trazó círculos en ella.

—¿Quieres hablar de ello?

—¿A qué te refieres?

Por segunda vez en menos de un minuto, le pregunté cuando ya conocía la respuesta de antemano.

—Me refiero a lo que sea que te preocupe, Alex.

La miré e intenté materializar aquella pesadilla en ella, imaginando que algún asqueroso y brutal perturbado hubiera utilizado sus dedos… Y entonces… Traté con todas mis fuerzas de apartar aquellas imágenes de mi mente, pero no lo logré. Una ola de dolorosa desesperación me hirió en lo más íntimo, un odio feroz y desnudo hacia aquella escoria humana capaz de acciones como…

—Alex, ¿qué ocurre? —insistió Mel, y noté la preocupación que la embargaba—. Cuéntame qué te pasa, por favor.

Se me acercó y me acarició la nuca.

Retiré la cabeza un poco, sólo un poco, para poder establecer un contacto visual.

—Es posible que… en aquella época… entonces… Es posible que encerráramos a un inocente.