Capítulo 45
23 de julio de 2009, 22:19 horas
Menkhoff gruñó y arrugó el papel que había sostenido en la mano, formando una bola con él y arrojándolo con cierto impulso al otro extremo de la habitación.
—¡Maldito desgraciado! —exclamó—. ¡Debería desenterrar su cadáver para poder escupir en él! ¡Hijo de puta anormal y perverso!
Se encontraba fuera de sí. Abundantes lágrimas humedecían sus mejillas, que intentó enjugar torpemente con un fugaz gesto de su mano. Abandoné el documento que estaba leyendo sobre la mesa y le miré. Hacía sólo unos segundos que habían relampagueado sus ojos airados, pero ahora sólo advertía en ellos impotencia y desolación.
—¡Solía gritarle, Alex! Le recriminaba que… que me rechazara. Dios mío, si hubiera sabido que…
—No podías saberlo, Bernd —le tranquilicé—. No hay nada que debas reprocharte.
Supuso un enorme esfuerzo para mí ofrecerle algún consuelo. No porque no se lo debiera, sino porque mi mente se hallaba en otro lugar, evaluando probabilidades que, de sólo imaginarlas, me generaban un insoportable dolor de cabeza. Tal como los planetas giran incansablemente en torno al astro solar, mis pensamientos daban vueltas sin parar a una expresión que había leído.
«Para protegerlos».
Menkhoff destapó la botella de grappa y volvió a llenar nuestros vasos. Alzó su brazo en un brindis. Tras vaciarlo, depositó el vaso sobre la mesa, se dejó caer hacia atrás, apoyándose en el acolchado respaldo de su sillón, y fijó su brillante mirada en un punto indeterminado de la mesa.
—Te sientes miserablemente mal cuando vives con alguien durante años, amándole de forma incondicional pero sin poder llegar a conocerle jamás. No puedes llegar a comprender a esa persona, ni explicarte su comportamiento, entender las cosas que hace. —Titubeó—. O las cosas que no hace. Es para volverse loco, Alex, ¿comprendes? —Antes de que pudiera responderle, continuó—: No, no puedes comprenderlo. ¿Cómo ibas a hacerlo?
Se inclinó hacia delante y llenó de nuevo su vaso, en esta ocasión hasta rozar el borde. Cuando dirigió la botella hacia el mío, rehusé con un gesto.
—No, gracias, aún tengo.
Apuró el contenido de un solo trago y se dejó caer hacia atrás.
—Todo eso es una mierda. Es… es desesperante, ¿sabes? Y en algún momento… en algún momento piensas que… llega el momento en el que crees que debes resultarle indiferente a esa persona, si ella… si siempre te rechaza, una y otra vez, cada vez que te esfuerzas por comprenderla.
—Ella… en el tiempo que vivíais juntos… ¿Nicole actuaba de forma extraña?
Me miró sin comprender el sentido de mi pregunta.
—Bernd… me refiero a si hubo algún otro hecho anormal, algo semejante a lo de los gatitos.
Seguía sin entenderme. Al principio. Después se hizo la luz en él, y abrió mucho los ojos, alarmado.
—¿Qué? ¿Me estás preguntado si Nicole asesinó a algún gatito mientras vivíamos juntos?
Su mirada. Los pensamientos se sucedían en mi mente, veloces y sustituyéndose los unos a los otros, como un desfile de pancartas en una manifestación retransmitida por televisión. Ahora o nunca. Verdad o mentira. Verdad o temor.
—Sí, exactamente; ésa es mi pregunta. —Vi incredulidad en su mirada—. Bernd, le dijo a su tía que debía proteger a los gatitos. Probablemente porque ese individuo le explicó que sólo la muerte…
—Maldita sea, Alex. ¡Había sufrido un trauma importante! ¿Es que has perdido el juicio? Acabas de leer por lo que tuvo que pasar en su infancia. No puedes tomarte al pie de la letra las palabras de una niña de corta edad que ha sido violada una y otra vez.
Menkhoff parecía incapaz de articular con precisión aquellas objeciones; la grappa comenzaba a surtir efecto.
—Y no lo hago. Pero cuando estuvimos esta tarde en su casa… Esas fotografías que mostraban a unas niñas, expuestas en aquel mueble… Tú también las has visto y has oído lo que dijo al respecto: «Protegerlas». Bernd, ¡pretendía proteger a aquellas niñas!
Sus ojos se abrieron aún más, pero sacudió insistentemente la cabeza.
—No voy a seguir escuchando tales disparates, Alex.
Volvió a llenar su vaso hasta el borde con el licor dorado, que hizo desaparecer de un solo trago. Después se enjuagó la boca con el dorso de la mano.
—¿Sabes…? A veces las imaginaciones se desbordan. La tuya en este momento, por ejemplo. Pero eres mi compañero, de modo que no te lo tendré en cuenta. Es mejor que te marches a casa para dormir un poco. Mañana te divertirá lo absurdo de tu idea. Buenas noches.
Volvió a echar mano de la botella, y aunque por un momento estuve tentado de retirársela, controlé mi impulso. Si le hacía sentirse mejor, que bebiera hasta perder el sentido.
Me puse en pie, rodeé la mesa y me acerqué a Menkhoff. Mi compañero levantó la cabeza y me mostró una mirada desenfocada. Apoyé una mano en su hombro.
—No bebas más, Bernd —le rogué, intentando no resultar demasiado protector—. Acuéstate y duerme un poco. Mañana seguiremos con esto.
—Claro, sí —contestó, apenas controlando su lengua—. Duerme tú también. Y mañana te disculpas ante Nicole. Por la estupidez que acabas de imaginar. Gatos muertos. ¡Por Dios!
—Buenas noches, Bernd.
—N… Noches.
Abandoné la casa de mi compañero y me sentí profundamente desolado. Hacía mucho tiempo que no experimentaba esa sensación. Una vez en el coche, recordé que después de dos copas de vino y dos vasos de Grappa no debería ponerme al volante. No debería.