Capítulo 44

23 de julio de 2009, 21:44 horas

A los ocho años, Nicole había crecido hasta convertirse en una niña muy hermosa y muy hermética, cuya tristeza profunda y perenne decidió a su joven profesora, Sabine Rüssmann, a invitar al señor y la señora Zöller a una reunión con ella. Erich Zöller, el padrastro de la niña, acudió solo a aquella cita. A pesar de que su aspecto físico era bastante desagradable, le pareció a la profesora un hombre muy atento y comprensivo. Compartía completamente la preocupación de la profesora y le agradeció repetidas veces la atención que le dispensaba a la niña. En aquellos, aproximadamente, veintidós minutos, la señora Rüssmann supo que la pequeña Nicole siempre había sido así, tal vez porque su padre biológico había fallecido muy pronto y la madre le había revelado aquella circunstancia, en contra de los deseos de Zöller, cuando la niña contaba con sólo cuatro años de edad. Él ya había supuesto que una niña de tan corta edad se sentiría incapaz de asimilar una tragedia de tal magnitud, pero no había sabido impedirlo, pues no era más que el padrastro. Ahora era evidente que la revelación había constituido un error, por lo que era perentorio ayudar a la pobre niña cuanto fuera posible. Hacía tiempo ya que estaba considerando la posibilidad de llevar a Niki a un psicólogo, y ahora, gracias a la conversación mantenida con ella, se había decidido a convertir aquella idea en realidad, aunque fuera en contra de los deseos de su madre. Sabine Rüssmann se sintió satisfecha, más aún, orgullosa, de haber podido servir de ayuda a aquella niña.

Pocos días más tarde, papá Erich le anunció a Niki que había llegado el momento de compartir el gran secreto con otras personas. Tenía amigos, según le explicó a Nicole, en los que había depositado su confianza. Y tanto confiaba en ellos, que deseaba que compartieran el secreto de ambos. Pronto invitaría a alguno a participar en el juego.

Aunque Nicole desconocía cómo podría desarrollarse el juego con el añadido de algún amigo, sí alcanzaba a imaginar que aquello no ocurriría precisamente en su beneficio.

Y entonces, tal vez, el destino decidió compadecerse por fin de la niña, pues, a la mañana siguiente, el conductor de un vehículo que circulaba por las cercanías de la gerencia de urbanismo situada en Bahnhofsplatz dio un volantazo al saltar a la carretera un niño en su bicicleta. El vehículo, un Volkswagen Golf, que quedaría posteriormente impregnado de varios fluidos corporales de Erich Zöller, derrapó, cruzando la calle en diagonal, arrancando a papá Erich de la acera por la que transitaba y aplastando sus pálidas piernas y bajo vientre entre el radiador y la fachada de la carnicería Schmidt.

Erich Zöller había elegido un buen día para morir, pues los dos policías que apenas media hora más tarde, poco antes de las nueve, llamaron a casa de Katharina Klement la hallaron sobria y más o menos adecentada. No se debía aquella circunstancia a que Katharina hubiera decidido renunciar casualmente aquel día a su par de copitas, sino a que llevaba varios días padeciendo un fuerte dolor de muelas y no había querido arriesgarse a que el dentista volviera a enviarla a casa sin tratarla. Ya le había sucedido en una ocasión, en la que había acudido a visitarle en tal estado de embriaguez que mordió tanto el instrumental como el dedo del dentista, que estaba intentando eliminar las zonas cariadas de una de sus muelas. Los agentes uniformados mintieron y le aseguraron que su marido había fallecido en el acto y sin padecer sufrimiento alguno. De nada le hubiera servido a Katharina Klement Zöller saber que Erich había dispuesto aún de varios minutos para reconocer, entre gritos y sollozos, varias de las partes de su cuerpo que se hallaban desperdigadas por el plateado capó del coche antes de que el gran secreto acabara para siempre. Sin embargo, como el carnicero Schmidt había sido testigo del accidente, y lo describió con tanta frecuencia y con tanto detalle a todo aquél que quisiera oírlo, con el tiempo, también Katharina y su hija estuvieron perfectamente informadas del suceso.

Cuando Nicole regresó a casa del colegio a mediodía, Katharina ya se había tomado una botella entera de vino blanco y media de Martini rosso. Le explicó a la niña entre lágrimas que su papá había tenido un accidente y se había ido al cielo. Nicole también lloró, pero por causas diferentes a las de su madre.

La tía Marlene, que en el intervalo se había casado y divorciado, pero continuaba sin hijos, se tomó la muerte de su nuevo cuñado con cierta calma. Aquel individuo nunca le había resultado simpático. Había algo astuto en él, ladino en su forma de mirar, que hacía saltar todas sus alarmas.

En esta ocasión, Marlene decidió trasladarse directamente a casa de su alcoholizada hermana y su pequeña sobrina a fin de ocuparse mejor de la niña.

La madre de Nicole siguió a papá Erich al cielo apenas seis meses después debido a una cirrosis hepática. Lo del cielo fue lo que le explicó Marlene a la pequeña Nicole, que acababa de cumplir los nueve años. Aunque no había llegado a conocer a Erich Zöller lo suficiente como para imaginarse siquiera algo tan terrible como el gran secreto, la tía Marlene era plenamente consciente de que el cielo probablemente no fuera el lugar adecuado para él.

La tristeza de Nicole se reveló de una forma que la tía Marlene consideró preocupante. Mientras duró el matrimonio de su hermana con Zöller, Marlene apenas había tenido oportunidad de acercarse a Nicole. La niña respondía con monosílabos a las preguntas de su tía y jamás iniciaba una conversación por sí misma.

Tras la muerte de Zöller, pareció despertar un poco de su ensimismamiento. Pero cuando falleció su madre, la niña cometió un acto tan terrible que Marlene no supo cómo actuar. Apenas dos semanas después de la desaparición de su hermana, la mujer halló dos minúsculos gatitos muertos, ocultos bajo un seto del jardín. Cuando le preguntó a Nicole acerca de ellos, la niña le explicó que los había escondido allí para protegerlos. Marlene no comprendió lo que la niña pretendía decirle. Insistió, pero no recibió más respuesta.