Capítulo 5
22 de julio de 2009
—Sí, soy yo. Bernd. Bernd Menkhoff. Oye, ¿podrías averiguar algo para mí?
Dirigí a mi compañero una mirada inquisitiva, pero éste apenas me la sostuvo y se volvió, dándome la espalda, de modo que ya no pude oír la conversación que mantenía por el móvil. Un desaire típico de Menkhoff. Desde que habíamos abandonado la mísera vivienda de Joachim Lichner, no hacía más que preguntarme quién podría haber sido ese informador anónimo al que debíamos el habernos proporcionado tan extraño reencuentro poco antes de finalizar nuestro servicio. ¿Se trataba de alguien que buscaba vengarse de Lichner? ¿Y cómo había accedido al número de móvil de Menkhoff? ¿Y qué pretendía al conducir a la policía hasta Lichner? ¿O eran sólo Menkhoff y Lichner los que importaban aquí?
Mi compañero concluyó su conversación y se volvió hacia mí de nuevo. Su semblante había experimentado una transformación que no presagiaba nada bueno. Apartó el móvil de su oreja.
—Vaya mierda, Alex. Ven, acompáñame.
—Pero… ¿Qué ocurre?
Ignorándome, volvió a desaparecer de nuevo en aquel tenebroso zaguán. Mientras ascendía por las escaleras, subiendo de dos en dos los escalones, realicé un nuevo intento de hacerle hablar.
—Bernd, dime. ¿Qué ocurre? ¿Por qué subimos otra vez?
—Ese cerdo nos ha mentido, Alex —logró articular mi compañero con la respiración entrecortada—. Nos ha tomado el pelo.
Al alcanzar la puerta de la vivienda de Lichner, Menkhoff llamó al timbre y sacó su arma mientras aporreaba con fuerza la puerta con su mano libre.
—¡Abra inmediatamente!
Retrocedí unos pasos, desenfundé mi Walther y liberé el seguro, aunque apunté al suelo. La adrenalina se liberó en mi cuerpo en el momento mismo en el que sostuve el frío metal en mi mano. La puerta se abrió con mayor celeridad que antes. Cuando Lichner advirtió el arma que Menkhoff dirigía directamente a su vientre retrocedió un poco.
—¿Qué…?
—Nos ha mentido, Lichner. Dígame…
—¿Qué he hecho qué?
—¡Dígame inmediatamente dónde está la niña! —gritó Menkhoff inesperadamente—. ¡Ahora mismo!
—¿Qué niña? Ya les he dicho… No sé qué…
—Sarah Lichner. —Menkhoff había dejado de gritar, pero su voz era peligrosamente gélida—. Según datos del registro nació el 18 de junio de 2007 y está empadronada aquí, en esta pocilga. Le pregunto por última vez: ¿dónde, maldita sea, se encuentra su hija, doctor Lichner?
No aparté la vista del psiquiatra intentando asimilar lo que Menkhoff acababa de decir. ¿La hija de Lichner? ¿De dos años de edad?
La mirada del doctor Lichner erró entre mi compañero y yo manteniendo siempre una expresión pétrea.
—¿Mi… hija? ¿Ha perdido usted el juicio? Yo no tengo ninguna hija.