Capítulo 58

24 de julio de 2009, 17:06 horas

Unos minutos más tarde también yo abandoné el despacho de nuestra jefa.

Ese asunto conllevaría una investigación que podría resultar bastante desagradable para Menkhoff. Si se demostrara que debido a su manipulación de las pruebas había sido condenado un inocente y obligado a cumplir tan larga condena, era muy posible que el inspector jefe acabara en prisión. Sin embargo, ahora lo primero era encontrar a Luisa.

Me dirigí a nuestro despacho y me senté. Mi mirada recorrió toda la habitación y se detuvo en el escritorio de Menkhoff. Me pregunté en qué estaría pensando él en aquellos momentos. Golpearon con los nudillos la puerta entreabierta y Wolfert asomó la cabeza. Le hice una seña para que entrara. Se detuvo ante mi escritorio inspeccionando la silla desocupada de Menkhoff.

—Estoy buscando al inspector jefe Menkhoff. ¿Sabe dónde se encuentra?

—Se ha marchado a casa —le respondí, evitando una respuesta directa—. ¿Hay algo nuevo?

—Me acaba de llamar mi padre. Se trata de la tía de la señora Klement.

—¿Qué pasa con ella?

—Uno de sus colaboradores… Bueno, uno de los subordinados directos de mi padre ha descubierto que es dueña de un pequeño restaurante. Y uno de sus hombres la ha llamado allí. Está localizada y aguardando la llamada del inspector jefe Menkhoff.

—¿Tiene el número?

Me mostró una nota amarilla en la que había apuntado el número de teléfono, pero cuando quise cogerla, la apartó.

—Yo… Preferiría entregársela al inspector jefe Menkhoff en persona.

—Eso es complicado, pues no volverá a su despacho en lo que queda de día —le dije.

Wolfert reflexionó.

—No importa. Le llamó al móvil entonces.

—Déjese de tonterías y facilíteme ese número, Wolfert. No olvide que me han puesto a cargo de este caso.

Dudó, examinando la nota como si en ella figurara quién debía ser su destinatario. Le tendí la mano, impaciente.

—¿A qué espera, subinspector?

Tal vez fue aquel requerimiento en tono oficial el que le decidió a entregarme el papelito.

—De acuerdo. Pero dígale por favor al inspector jefe Menkhoff que me ha ordenado usted entregarle esta nota.

Levanté la vista de aquellos números que trataba de identificar.

—¿Qué debo qué? ¿Por qué?

—El… El inspector jefe Menkhoff me dio órdenes estrictas de comunicarle exclusivamente a él en persona todo lo que averiguara.

—¿Cuándo… cuándo le ha ordenado eso?

—Esta mañana.

—Gracias, señor Wolfert —le dije, guardándome la nota en el bolsillo de mis pantalones—. Llamaré ahora mismo al inspector jefe Menkhoff para facilitarle este número. ¿Alguna cosa más?

Sacudió la cabeza.

—No. Dos de los compañeros se ocupan de las fotografías de las niñas. Están buscando en todas las guarderías.

—Bien. ¿Y los colegios?

—A esta hora ya no hay nadie en los colegios, pero una de las compañeras ha conseguido que el ministerio de cultura le facilite una lista con las direcciones de todos los directores de los centros de educación infantil y primaria de la región. Se ocupa de ello junto con otro compañero.

Asentí.

—Muy bien. Si hubiera… Si encontrara algún motivo para ponerse en contacto con el inspector jefe Menkhoff, por favor, no se olvide de avisarme también a mí.

Wolfert asintió repetidamente.

—Claro, por supuesto. Incluso en el caso de que descubriera algo mi padre o alguno de sus colaboradores, y… —se interrumpió al advertir que yo había alzado una mano—. De acuerdo —asintió con humildad y se alejó.

Contemplé aquella nota con el número de teléfono y consideré la posibilidad de llamar yo mismo a la tía de Nicole, pero decidí no hacerlo. Probablemente era mucho mejor que fuera Menkhoff quien hablara con ella. Aunque al parecer no conocía a Nicole tan bien como había pensado, desde luego sí mejor que yo. Cogí el auricular y marqué el número de su teléfono móvil. Durante largo rato oí la señal de llamada, después se conectó el buzón de voz y una voz femenina me comunicó que el usuario no se encontraba disponible en aquellos momentos, pero que podría optar por dejarle un mensaje.

—Hola Bernd, soy Alex —comencé tras la señal que indicaba que se iniciaba la grabación—. Estoy en posesión de un número de teléfono en el cual puedes localizar a la tía de Nicole. Creí que sería mejor que te comunicaras tú con ella, pero… es una lástima que no estés disponible. Este asunto no admite demora. Me veré obligado a llamarla yo.

Colgué y pensé en cómo debía abordar a aquella mujer. Era la tía de Nicole, pero probablemente llevaba mucho tiempo sin verla. ¿O no era así? Cogí un lápiz que hallé cerca del monitor y apunté en una hoja de papel en blanco:

«¿Cuándo visto por última vez?

Padrastro, maltrato: ¿Qué sabe?».

¿Habría habido tras la muerte de la madre más incidentes como el de los cachorros de gato? Iba a apuntar aquella idea cuando sonó mi móvil. Era Menkhoff.

—Soy yo —dijo—. No he llegado a tiempo para cogerlo. ¿Me pasas el número?

La naturalidad con la que me lo pidió me molestó.

—¿Dónde estás, Bernd?

Se produjo una larga pausa, al parecer no contaba con que le formulara aquella pregunta.

—Obligadamente de vacaciones, como bien sabes —me dijo finalmente—. ¿A qué viene esa estupidez? No tengo tiempo para charlas, Alex. ¿Qué pasa con ese número?

Se lo dicté.

Tras aquella conversación continué con la vista fija en el auricular durante unos minutos. Y a continuación, y a toda prisa, marqué el número de Mel en el trabajo. Aún ignoraba el secuestro de Luisa. Sin embargo, me contestó una de sus compañeras, pues ella se encontraba en una reunión. La mujer me preguntó si debía informar a Mel para que me devolviera la llamada, pero le aseguré que no era necesario. Después colgué, decepcionado, y continué con la mirada fijamente al frente. Me hubiera gustado oír la voz de Mel.

—¿Señor inspector jefe?

Era Wolfert, y parecía muy alterado. Me erguí en mi asiento y le miré. Wolfert sostenía una hoja de papel en cada mano y las agitaba en el aire mientras se acercaba a mí.

—Son esas fotografías… Las de las niñas… Creo que he descubierto algo.

Colocó dos de las fotografías ante mí sobre la mesa de manera que pudiera examinarlas. Me señaló lo que pensó que había descubierto. Y cuando advertí que su suposición debía ser exacta, contuve el aliento.