Capítulo 38

12 de octubre de 1994

Durante el juicio del doctor Joachim Lichner, Marlies Bertels se sintió tan intimidada por el abogado en cuanto éste alzó un poco la voz que le costó un gran esfuerzo responder a sus preguntas. Aún así, contestó de forma clara y concisa. Igualmente rectificó la aparente contradicción de sus declaraciones. Insistió en que jamás había afirmado haber visto al doctor Lichner en el parque, ofreciéndole dulces a la pequeña Juliane. Sólo había dicho que le había visto cerca de éste, refiriéndose a la zona situada delante del seto, que es la que podía controlar desde su casa.

Tanto Menkhoff como yo confirmamos aquellas palabras cuando fuimos interrogados por el fiscal. Cuando el doctor Meyerfeld le preguntó por el enfrentamiento en la fiesta del barrio, la señora Bertels reaccionó con sorprendente ecuanimidad. Reconoció haber expresado un comentario totalmente inapropiado sobre Nicole Klement, debido simplemente a que la joven no solía saludarla si se cruzaba con ella. Aquello no había sido justo, lo había comprendido así, y acudido al día siguiente a disculparse tanto con el doctor Lichner como con su compañera. Lichner lo negaba con vehemencia, pero Nicole Klement lo confirmaría más adelante. Igualmente aseguró que Lichner no había llegado a casa hasta después de medianoche el día del crimen, y en ningún caso, como él mismo afirmaba, a las siete y media. Rompió a llorar en cuanto describió el estado en el que había hallado el coche. Era evidente que le fallaban las fuerzas al intentar mantener su declaración ante un juez.

Incriminatorios fueron también los enlaces de internet que se hallaron en el ordenador, a pesar de que Lichner aseguraba una y otra vez que jamás había visitado esas páginas de contenido pornográfico infantil.

No pudo clarificarse el móvil del crimen, ya que el cuerpo de la niña no mostraba señales de que se hubiera producido una agresión sexual.

Sólo trece días después, se declaró al doctor Joachim Lichner culpable de haber asesinado el día 25 de enero de 1994 a la pequeña Juliane Körprich, por lo que fue condenado a catorce años y seis meses de prisión. Dado que hasta aquel momento Lichner no había cometido ningún otro delito, y antes de aquello había colaborado activamente con el juzgado en calidad de experto médico, el doctor Meyerfeld, su defensor, logró que la pena final que le impuso el juez quedara muy por debajo de la cadena perpetua que había exigido la fiscalía. Lichner podía incluso albergar la esperanza de abandonar la prisión antes de tiempo si observaba un buen comportamiento.

En una cuestión, sin embargo, Lichner estuvo en lo cierto: yo no acababa de excluir del todo la posibilidad de que el verdadero culpable siguiera aún en libertad…