Capítulo 60
24 de julio de 2009, 18:00 horas
Si Menkhoff estaba en lo cierto, su hija se encontraba en un peligro mucho mayor de lo que habíamos supuesto en un principio y no podíamos ni imaginar siquiera cuál era la verdadera dimensión de aquella situación.
Cruzamos la frontera hacia Bélgica en busca de nuestro destino.
—¿Serías capaz de… matarla? —pregunté.
Se encogió de hombros.
—Ignoro en qué situación… Espero no verme en la necesidad de tomar esa decisión. Pero si está en juego la vida de Luisa, yo…
—¿Por qué sólo hablas en singular?
—Porque tú no estarás presente.
Le miré sorprendido.
—¿Qué significa eso? Estoy presente ahora.
Sacudió la cabeza y me explicó cuál era su propósito. Aquello se me antojó una locura, pero si estaba en lo cierto en cuanto a sus suposiciones no tendríamos otra opción que seguir su plan.
Condujo por la autovía hasta la localidad de Eynatten. La carretera atravesaba el pueblo dividiéndolo en dos mitades de casi idénticas proporciones. Cuando Menkhoff giró a la izquierda, a la salida del pueblo, me escrutó con la mirada.
—Quizá sea mejor que no te vean. Ocúltate.
—¿Qué distancia hay hasta la cabaña?
—Queda un buen trecho, pero quién sabe si no hay alguien escondido por ahí delante, observándonos.
Me pareció innecesario, pero no quise discutir con él en la situación en la que nos encontrábamos. Debía sentir un inmenso temor por la seguridad de su hija, y no era de sorprender que extremara las precauciones. Dirigí una última mirada al exterior a través del parabrisas, después dejé resbalar las piernas hacia abajo, encogiéndolas y girándome de forma que me encontré arrodillado en la parte baja del coche, apoyando el torso retorcido de manera casi aventurera sobre el asiento. Desde el exterior nadie podría advertir mi presencia allí.
Menkhoff condujo mucho más despacio a partir de entonces, girando el volante continuamente, como si necesitara superar una carrera de obstáculos. Hubo un par de golpes en el guardabarros y saltó por encima de algunos baches en el camino.
—¡Vaya camino más lamentable! —exclamó—. Pero ya no debe estar lejos. Podrás salir en breve.
—¿No crees que deberíamos pedir refuerzos? —pregunté, levantando un poco la cabeza.
—No. Estoy de vacaciones, ¿lo has olvidado? La señora comisaria es de la opinión de que soy culpable de un terrible delito. —Me dirigió una mirada rápida y pude reconocer el reproche implícito en ella—. No me permitirían estar aquí, aunque sea la vida de mi hija la que corre peligro. —Y continuó en tono firme—: No puedo permitirlo. No sé qué va a suceder en esa cabaña, pero estoy seguro de que sabré manejar la situación mejor a solas. Es muy importante que tú te sitúes en la posición adecuada. Ya estamos llegando —siguió hablando Menkhoff, mirando esforzadamente a través del parabrisas hacia delante—. Justo después de ese puesto elevado de caza de ahí se encuentran unos arbustos. Dejaré que te bajes ahí, simularé sentir necesidad de orinar. Aguarda a que abra la puerta y entonces intenta desaparecer lo más inadvertidamente posible tras los arbustos. Ocúltate en cuanto abandones el vehículo. Encontrarás un estrecho sendero a la izquierda que se introduce en el bosque. La cabaña se encuentra aproximadamente a un kilómetro de distancia desde aquí, no la verás hasta que no te encuentres prácticamente a su altura. Yo aparcaré a cierta distancia. Aguarda ahora un minuto, después, sígueme. Tu sendero, a la izquierda del bosque, se halla a unos ciento cincuenta o tal vez doscientos metros. Es imprescindible que te acerques a la cabaña por detrás, y sé cuidadoso en cuanto te aproximes, por favor. Busca algún lugar donde ocultarte cerca de la puerta de entrada. ¿Está todo claro?
Frenó.
—Y otra cosa: es muy importante que no me sigas cuando entre en la cabaña. ¿Me has entendido? Pase lo que pase, bajo ninguna circunstancia.
—Bernd, yo…
—Confía en mí, Alex.
Me dio unas cuantas instrucciones más, un tanto extrañas, de cómo debía de comportarme una vez cerca de la cabaña, y después abrió la puerta del coche, se bajó y dejó que ésta se cerrara sola con un leve chasquido.
Tuve que aguardar unos instantes antes de que se abriera la puerta del acompañante. Apareció Menkhoff en mi campo de visión, que fingió recoger algo del suelo.
—¡Ahora! ¡Fuera y atrás! —siseó.
Me deslicé hacia fuera, resbalando por entre sus piernas, aprovechando la estrecha rendija que me había dejado abierta. Estuve a punto de caer al quedar enganchado uno de mis pies en la parte interior del vehículo. Logré sacarlo en el último momento y me arrodillé en el lateral del coche. Los arbustos que había mencionado Menkhoff comenzaban a sólo unos centímetros del alerón trasero. Me encorvé para salvar la distancia que me separaba de aquella tupida vegetación, me agazapé detrás de ella y miré alrededor mientras veía a Menkhoff cerrar la puerta del acompañante. Apenas un minuto después, el Mercedes continuó su camino.
A mi derecha, el camino se adentraba en el bosque. Desde mi posición podía ver desaparecer la parte trasera del vehículo de Menkhoff hasta que, a una distancia aproximada de treinta metros, se iluminaron brevemente las luces de freno y giró a la izquierda, desapareciendo por entre los árboles.
Miré a mi alrededor. A mi izquierda se extendían campos arenosos y praderas secas que habían sido expuestas al fuego, sólo interrumpidas aquí y allá por algunos árboles o pequeños grupos de arbustos aislados. La parte sinuosa del ondulante camino que llevaba a la localidad de Eynatten, a aproximadamente un kilómetro de distancia, y que acabábamos de recorrer, parecía una cicatriz profunda.
Me puse en movimiento. Primero caminé agachado, pero después me lo pensé mejor y me erguí. Si Menkhoff había acertado en sus instrucciones me encontraba aún bastante alejado de la cabaña. Si realmente hubiera alguien vigilando este lugar parecería menos sospechoso que me comportara como un senderista normal. Y si se trataba de alguien capaz de identificarme, no supondría tampoco ninguna diferencia si trataba de deslizarme como un indio en una pésima película de vaqueros o si recorría aquel sendero a paso normal.
Cuando casi había alcanzado el lugar en el que había visto desaparecer a Menkhoff vi abrirse hacia la izquierda un nuevo sendero, tan estrecho que apenas podría avanzar un vehículo por él. Veinte metros más allá apareció el Mercedes. Menkhoff no se hallaba a la vista. Abandoné el camino principal y me introduje en el bosque. En esta zona crecían pocos arbustos, de modo que me resultó sencillo caminar en paralelo al nuevo sendero que había hallado, cruzando el bosque por entre los árboles.
A cada paso crecía la tensión acumulada en mi interior; los sonidos que mis pies provocaban en el suelo del bosque se me antojaban traicioneros. Aquí y allá tenía que desviarme un poco para superar árboles caídos cubiertos de musgo, de modo que al poco perdí la noción de la distancia que había recorrido. Tampoco me ayudaba volver la vista atrás, ya que hacía tiempo que el Mercedes de Menkhoff no se distinguía.
Aproximadamente un kilómetro había dicho, y había insistido en que no era posible ver la cabaña hasta que no me encontrara justo delante de ella. Mientras avanzaba con sumo cuidado, intentando al mismo tiempo vigilar mi entorno, me preguntaba a qué se estaría enfrentando Menkhoff… En Eynatten… En la cabaña.
Un crujir de hojas me hizo volverme de repente. En un acto reflejo agaché la cabeza, tanteando el bosque a mis espaldas con la mirada. Más crujidos, sólo unos segundos después, me mostraron la dirección correcta. Unos momentos más tarde distinguí a la majestuosa cierva que me contemplaba a aproximadamente cincuenta o sesenta metros de distancia desde detrás de un grueso tronco. La estampa de aquel animal contenía algo tan pacificador, enaltecido, que casi olvidé la causa por la que avanzaba a hurtadillas por entre los árboles de un bosque belga en una tarde de verano. Casi en el mismo instante en el que se materializó en mi mente como un reclamo el rostro infantil de Luisa, la cierva realizó un salto impresionante y huyó al interior del bosque. Yo continué mi avance.
Aproximadamente un cuarto de hora después pude distinguir la parte trasera de la cabaña y parte del lado derecho. Una especie de camino de tierra, que tiempo atrás probablemente sólo había consistido en las líneas paralelas de huellas de neumáticos separadas por unos matojos irregulares de hierba, se aproximaba a la cabaña desde la parte opuesta del bosque, desembocando en un pequeño claro que albergaba la pequeña construcción de madera y una especie de patio cubierto de hierba. En el lateral de la cabaña más próximo a mí había estacionado un vehículo de pequeño tamaño, de color verde oscuro. Se me aceleró el pulso.