Capítulo 48
24 de julio de 2009, 09:47 horas
—Visto en retrospectiva, es evidente que no resultó una idea muy afortunada. Y además es muy posible que todo fuera en vano, pero… a pesar de ello, les ruego que atiendan mi historia hasta el final. Algunas cosas les sorprenderán. Por supuesto, no me sentí complacido cuando tuve que cumplir condena trece largos años pese a ser inocente, pero ahora nada puede cambiar eso. Ya entonces tenía mis sospechas acerca de quién pudo haber sido el verdadero asesino de la niña, pero no contaba con ninguna prueba. Ya saben que Nicole y yo volvemos a estar juntos desde que abandoné la prisión, pero…
Menkhoff se envaró, pero Lichner hizo un gesto tranquilizador con la mano que logró calmarle y mantenerle en silencio.
—Probablemente ignoren, sin embargo, que venía a visitarme mientras estaba en prisión. Confieso que en el pasado no la he tratado precisamente con delicadeza, pero no porque me agradara aquello, sino porque ella me lo pedía así, aunque les parezca extraño. Supe desde el principio que Nicole no permanecería mucho tiempo a mi lado, y por una razón muy sencilla; la misma, en realidad, que la ha llevado a volver conmigo. Su trauma es tal que necesita sentirse víctima continuamente. Aunque parezca paradójico, las mujeres que han padecido algún trauma suelen necesitar en sus vidas hombres que las guíen, las conduzcan. Debería estar familiarizado con ese tipo de comportamiento. Incluso aquellas mujeres que son maltratadas por sus maridos se ven incapacitadas para separarse de ellos. Y, si alguna vez se animan a ello, su próxima pareja pertenecerá al mismo perfil, y no demasiado tiempo después volverán a sufrir maltrato. Esto lo comento, señor Menkhoff, para que no se atribuya la responsabilidad del abandono de Nicole. Y para que comprenda algo que puede que le resulte incomprensible, como es el hecho de que haya vuelto conmigo.
—¿Cuándo dirá algo que nos pueda interesar? —preguntó Menkhoff.
—¿Y cuándo se comportará usted de forma adulta, sin tratar de morder la mano que pretende ayudarle? —Tras unos segundos de silencio, prosiguió—: La primera vez que Nicole vino a verme, aproximadamente dos años antes de mi puesta en libertad, su estado era lamentable. El trauma de su niñez, que mi terapia había logrado mantener a raya, la había alcanzado de nuevo. Acudió a mí en busca de ayuda. Podrá comprender que yo no había olvidado que fue precisamente su declaración falsa acerca de lo sucedido aquella noche lo que logró mantenerme en prisión durante tantos años a pesar de mi inocencia. Pero aún la sentía mi paciente, por lo que le prometí ayuda si me visitaba con regularidad. Por supuesto, con la condición de que me revelara por qué había mentido para incriminarme y cómo había accedido a las supuestas pruebas en mi contra.
Calló de nuevo. Sentí cómo mi pulso se aceleraba. Sólo imaginar lo que podría seguir a continuación me producía vértigo.
—Nicole jamás pretendió hacerle daño a nadie. En una ocasión le pareció observar que el padre de Juliane tocaba a la niña de forma improcedente, lo cual, con toda seguridad, fue un error de percepción por su parte. Algún contacto casual, quizá, pero en Nicole se accionó un interruptor. Creyó firmemente que la pequeña Juliane guardaba con su padre un secreto semejante al de ella misma en su infancia. Un secreto al que sólo la muerte podría poner fin. Ella… no puede evitarlo, ¿lo comprende, señor Menkhoff? Es su ser, su esencia. Usted creía conocer a Nicole, pero no es así, porque no logró profundizar en la esencia de Nicole Klement. Ella sólo pretendía ayudar y evitar que la niña tuviera que pasar por el mismo martirio. Se trataba de proteger a Juliane.
Contuve el aliento. Si decía la verdad…
—¿Qué mierda me está contando, Lichner? —dijo Menkhoff.
—No se trata de ningún disparate, señor Menkhoff, estoy intentando advertirles, porque lo que hizo Nicole entonces puede volver a repetirse en cualquier momento. Quiero evitar que vuelva a ser encarcelado un inocente, porque, contrariamente a lo que ustedes piensan, no soy ningún psicópata. Y para que comprenda que hablo en serio, voy llegando ya a la parte que ustedes considerarán interesante. —Inspiró profundamente un par de veces antes de continuar—: Toda esa historia de mi hija la he inventado yo mismo.
—¿Qué? —grité. Menkhoff emitió un sonido indescriptible.
—Aguarden —intervino Lichner rápidamente—. Permítanme que me explique. Señor inspector jefe, ¿cómo hubiera actuado usted si, tras mi puesta en libertad, hubiera acudido a verles para comunicarles que Nicole me había confesado el asesinato de Juliane Körprich?
Menkhoff respondió sin reflexionar.
—Le hubiera echado a la calle.
Supe que decía la verdad.
Lichner asintió con vehemencia.
—Seguro que hubiera actuado de ese modo, sí. ¿Y si hubiera pretendido mostrarle esos documentos que demuestran los problemas psiquiátricos de Nicole? ¿Y si hubiera sugerido que posiblemente se vuelva a repetir todo una vez más?
—Tal vez hubiera acabado sin dientes, ¿quién sabe?
—Lo sé. No creo que me hubiesen concedido la oportunidad de mostrarles el historial psiquiátrico de Nicole.
—¿Y qué tiene que ver todo esto con la desaparición de su falsa hija? —quise saber.
—Cuando fui consciente de la magnitud del peligro, de lo que representa Nicole, sólo vi una salida: debía lograr que fueran ustedes mismos quienes lo descubrieran todo. Es decir, tenía que despertar de algún modo su interés por mí. Pero era consciente de que me descubrirían de inmediato si no era lo suficientemente hábil. Cuando Markus Diesch fue trasladado a mi celda y me explicó que era enfermero de profesión y había trabajado muchos años en la planta de maternidad, primero me resultó divertido, como a los demás, pero después se me ocurrió una idea algo alocada que, con el paso de los años, fui madurando cada vez más. Disponía de mucho tiempo para elaborar un plan. De modo que me fabriqué algo así como un freno de emergencia para cuando estimara que el comportamiento de Nicole se estuviera volviendo peligroso. Sabía con certeza que si se me acusaba a mí de un secuestro infantil intervendrían inmediatamente. Naturalmente, no iba a secuestrar a un niño sólo para atraerles. Y perderían ustedes el interés rápidamente en cuanto constataran la inexistencia del niño. De modo que tenía que conseguir que se registrara algún niño que ustedes buscarían un tiempo, hasta que lograran descubrir que ese niño no existía.
—¿Nos está diciendo que Diesch falsificó los documentos dos años atrás sólo por si acaso, para el caso de que usted decidiese engañarnos en el presente?
—No, perdónenme, en ningún momento he implicado a Markus Diesch. Sólo les he indicado que alguien se ha ocupado de esa cuestión, pero no he mencionado quién.
—Ya hablaremos de eso después —gruñó Menkhoff—. Continúe.
—No lo preparé todo hace años para iniciar ahora este numerito, por emplear su mismo registro. Pretendía recurrir a esta pequeña maniobra de confusión cuando las circunstancias así lo exigieran. Y ahora, por desgracia, ha llegado ese momento. Nicole se me escapa. Con mi terapia ya no llego a ella. —Calló unos instantes—. Nicole Klement tiene que ingresar en una institución cerrada, un lugar en donde pueda garantizarse que no causará ningún daño a nadie. Ya se encargaron ustedes hace muchos años de que no fuera yo quien pudiera ordenar su internamiento. Pero tengo que concederles que me hubiera sorprendido mucho si hubiesen sido capaces de reconocer la verdad sin más.
—Si piensa comenzar de nuevo con sus impertinencias…
—Poco después de mi puesta en libertad alquilé el piso de Zeppelinstrasse. No puedo explicarles por qué exactamente. Quizá porque no deseaba que mi verdadera dirección apareciera en unos documentos falsificados. Además, ello contribuyó a crear un mayor misterio. Y el alquiler es irrisorio.
—¿Y su vecina, señor Lichner? —pregunté.
—Una desgraciada. Le ofrecí una pequeña cantidad de dinero si actuaba un poco. Todo lo que les dijo estaba apalabrado de antemano. —Otra pausa—. Ya sé que eso no es jugar del todo limpio, pero intentaba conseguir que encontraran por sí mismos los documentos referentes a Nicole. Sabía que era el único modo de que desearan leerlos. Sin embargo, les sobreestimé. Lo organicé de modo que encontraran fácilmente el contrato de alquiler y las llaves y también las fotografías de Nicole y de Diesch. Cualquier intento de proporcionarles los documentos referentes a Nicole por una vía más convencional hubiera fracasado. ¿No estoy en lo cierto?
Por supuesto que estaba en lo cierto.
—Sigo sin entender —interrumpí yo—. ¿Por qué todo esto precisamente ahora?
Lichner dudó unos instantes antes de continuar explicándose.
—En las últimas semanas Nicole ha empeorado, pese a mi terapia. Yo… señor Seifert, se lo digo en serio: me temo que Nicole está a punto de hacer algo terrible.
Menkhoff se puso en pie de repente.
—No había oído tantas estupideces juntas en toda mi vida. Si realmente ha pensado que puede hacerme bailar al son de su música al preparar este espectáculo, está usted más perturbado aún de lo que creía, Lichner.
—Si es eso es lo que cree, tengo una sorpresa para usted, señor inspector jefe: ya hace más de dos días que baila usted para mí. —Lichner se puso en pie a su vez—. ¿Sabe usted? Me ha supuesto un cierto esfuerzo, pero consideré de la máxima importancia lograr que, al menos en esta ocasión, se comportara usted como un auténtico criminalista. En el fondo era consciente de que, por mucho que me esforzara y por lógicos que fueran mis argumentos, su inmensa egolatría los desecharía. Me es indiferente lo que haga con esta información. Pero tenga algo por seguro: si próximamente sufre daño algún niño, me dirigiré a todos los periódicos para explicar lo que yo, el psiquiatra que conoce a Nicole mejor que nadie, he llegado a hacer para advertirles. Y con cuanto menosprecio decidió usted ignorarme.
Los dos hombres se enfrentaban ahora a la manera acostumbrada. Menkhoff con la respiración pesada, Lichner muy calmado. Finalmente, Lichner bajó la cabeza al tiempo que la sacudía en un gesto de desespero.
—De acuerdo, un último intento: ¿no podría al menos procurar que alguno de sus psicólogos —una psicóloga, preferentemente— mantuviera una conversación con Nicole? Estoy convencido de que, aunque sólo fuera medianamente buena en su oficio, podría revelarles tras una única conversación que Nicole es un peligro latente.
—Una pregunta: ¿por qué no le ha recomendado usted mismo otro psicólogo? Seguro que aún mantiene contactos con alguno de sus compañeros. ¿Por qué tomarse tantas molestias?
—Ella no visitará a nadie simplemente porque yo se lo ruegue. Incluso la propuesta en sí ya la tomaría como una traición. Y se me cerraría por completo. No, señor inspector jefe, deberá hacer uso de su poder como agente de la ley para llevarla a la psicóloga de la policía. Si ésta logra hablar con ella, y se llega a ganar la confianza de Nicole, tal vez confiese en algún momento lo que hizo aquella vez. Como ya le he comentado está convencida de no haber hecho nada malo.
—Y con ello ha demostrado usted lo absurdo de su teoría, señor psiquiatra —triunfó Menkhoff—. Si hubiese sido culpable, pero sin ser consciente de haber cometido un crimen, ¿por qué no confesó, sino que, por el contrario, nos ayudó a encerrarle a usted?
—¿Por qué? Porque usted la animó a ello, señor Menkhoff.