Capítulo 30
18 de febrero de 1994
Menkhoff no apareció por su despacho hasta las ocho y media. Yo llevaba allí escasos minutos. Aparentaba haber descansado poco y estaba visiblemente nervioso. Me preocupé por él. Mi compañero había dedicado los dos días anteriores casi exclusivamente a la búsqueda insistente de pruebas que incriminaran al doctor Lichner en el asesinato de la pequeña Juliane. Casi exclusivamente, porque también tuvo varios encuentros con Nicole Klement. Ellos solos. Ignoraba con cuánta frecuencia se veían y me abstuve desde luego de preguntárselo. El día anterior había recibido una llamada telefónica a las cinco de la tarde y abandonado inmediatamente la comisaría sin dar explicaciones, y creí poder adivinar quién había sido su interlocutor.
Pocos minutos después de que se marchara volvió a sonar su teléfono y contesté a la llamada. Se trataba de la señora Körprich, la madre de la víctima. Cuando le comenté que Menkhoff no se encontraba en su despacho, me rogó que le transmitiera que había vuelto a revisarlo todo sin hallar nada.
No comprendí a qué se refería y me explicó que Menkhoff la había visitado el día anterior buscando en la habitación de Juliane dulces que la niña hubiera podido esconder. No halló nada, pero como insistió en la importancia del hecho, había vuelto a registrar la habitación, sin resultado alguno.
Al colgar no pude apartar la vista del teléfono. ¿Por qué mi compañero no me había comentado que quería efectuar un nuevo registro de la habitación de Juliane? Me sentí tan desvalido como pocas veces en mi vida, atormentado por el convencimiento de que mi experimentado compañero estaba a punto de estrellarse, de arruinar su carrera, y por mi posible error de apreciación de la situación.
A pesar de todo, si estaba en lo cierto con respecto a aquella mujer y mi intuición no me engañaba… después de dos semanas de investigación sin resultados Menkhoff se había llegado a obsesionar tanto con aquel psiquiatra que sería muy complicado lograr que considerara siquiera alguna pista alternativa. Y me temía que el verdadero motivo que había detrás de todo aquello fuera Nicole Klement.
Menkhoff no hizo intento alguno de tomar asiento, permaneció de pie junto a mi escritorio un momento, indeciso, y después me indicó con una seña que le acompañara.
—Buenos días. Venga, acompáñeme, tenemos trabajo.
—Buenos días. ¿Qué…?
—Se lo explico por el camino. Vamos.
En el aparcamiento nos aguardaban dos coches patrulla más un coche oficial ocupado por tres agentes de la división criminal número dos. Menkhoff subió a nuestro vehículo y se ajustó el cinturón de seguridad.
—Conduzca a casa de Lichner. Los compañeros nos seguirán.
Mis sospechas se confirmaban. Se me aceleró el pulso cuando dejé atrás los demás vehículos.
—¿Por qué nos presentamos con un número tan elevado de agentes? ¿Qué ha ocurrido? ¿Y por qué no me ha informado antes?
—Hace días que intento convencer a Nicole; ayer noche estuve hablando con ella de nuevo. Le he explicado una y otra vez que es la única persona que puede ayudarnos a demostrar la culpabilidad de Lichner.
Respiró hondo.
—Finalmente se ha decidido a confesarnos la verdad. La coartada de Lichner… ha decidido no confirmarla.
—Pero eso no es suficiente para…
—Haga el favor de no interrumpirme —me reprendió alzando la voz, aunque se controló de inmediato y continuó hablando en un tono normal. Se encontraba visiblemente tenso—. Ha recordado algo más, y lo que me ha revelado es más que suficiente para solicitar una orden de registro. El doctor no volvió a casa aquel viernes en el que la pequeña fue asesinada entre las siete y las siete y media, sino poco antes de la medianoche. A la mañana siguiente, al coger el coche, Nicole se dio cuenta que éste se hallaba totalmente cubierto de barro, y las ruedas y el guardabarros arrastraban restos de hierba. Le dio la impresión de que Lichner lo pudo haber utilizado para conducir campo a través. ¿Qué, suenan las campanas ahora?
Sentí como si en mi interior se hiciera el vacío, mis entrañas parecieron encogerse hasta formar un apretado nudo indisoluble en mi interior. ¿Nicole había sabido aquello todo el tiempo y no nos había revelado nada?
—Pero… quiero decir… seguro que ha limpiado ya el coche, no quedará nada de ese barro en él, ni siquiera en el garaje.
—Por supuesto que llevó el coche a limpiar y también se ocupó de dejar el garaje como una patena.
Me había temido algo así. Sería imposible rastrear prueba alguna.
—Por lo que, si ha sido concienzudo en su limpieza, será difícil demostrar la veracidad de la declaración de la señora Klement.
—Encontraremos algo —aseguró Menkhoff—. Lo que sea.