12
Es tiempo de abreviar una larga historia.
Esa misma tarde, Chitterwick, sir Ernest Prettiboy (resuelto como siempre a no permanecer al margen de nada), un sargento y un agente de policía, comenzaron la búsqueda en los jardines delanteros de Riverside Road y Harrington Road. La búsqueda comenzó a las dos y cuarto, y a las cinco estaba terminada en forma rudimentaria, preliminar. No había aparecido ningún reloj de pulsera.
—Dice que lo arrojó en un jardín —dijo Chitterwick, evidentemente muy abatido—. Está bien seguro de que lo hizo.
—Sí, pero, ¿dónde? —preguntó agudamente sir Ernest.
—No puede recordar. Dice que estaba ofuscado. Bueno, podemos no haberlo visto. Por otro lado...
—¿Sí?
—Pues bien, dice que tomó un autobús en Persimmon Road. La parada del autobús está a un centenar de metros de esta esquina. Esas casas tienen también jardines delante. Es posible...
—Muy posible —asintió sir Ernest—, ¿eh, sargento? ¿Vale la pena probar también en Persimmon Road?
—Si lo cree usted conveniente, señor —convino el sargento, sin entusiasmo.
En el tercer jardín a partir de la esquina hallaron el reloj, bajo las hojas invernales, muy sucio y deformado, y con la tapa cubierta de moho. No cabía duda de que era el reloj que buscaban, pues en la tapa de delante había una inscripción débilmente grabada: «a V. de J.» El propio sargento fue quien lo encontró, y Chitterwick se mostró vehemente en las alabanzas de tan brillante rastreo.
Las manecillas del reloj señalaban las nueve menos dos minutos.
—Tenía usted razón, señor —dijo el sargento a Chitterwick—. Esto deja casi a salvo al señor Palmer y ésa es la verdad. Lástima que no hubiera aparecido antes.
—Le habría ahorrado a mucha gente numerosos trastornos, gastos y desdichas —pronunció sir Ernest.
Chitterwick no dijo nada. No estaba seguro de que sir Ernest tuviese razón.