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El crimen cambia la mentalidad de un hombre. Es un ser distinto, después del acto, de lo que era antes. Puede ser eso lo que ha hecho caer a muchos criminales: no pueden prever en qué clase de personas van a convertirse.

Todhunter no consideraba haber cometido un crimen: en realidad, en lo íntimo de su pensamiento, sabía muy bien que no lo había cometido. Nadie llama asesino al verdugo. Sin embargo, aunque durante semanas Todhunter había estado familiarizándose con la idea, aunque había dado vueltas en su mente a todos los detalles, no una sino cien veces, hasta pensar que la contemplación efectiva de la sangre verdadera no podía haber añadido nada a lo que su imaginación ya se había representado, no obstante, ahora que la acción era un hecho pasado, se encontraba casi más trastornado que antes.

La seguridad de que había dado pruebas en el piso de la señora Farroway, y hasta el júbilo con que se había marchado después del cambio de revólveres, desaparecieron rápidamente. La mente de Todhunter se hallaba confusa. Sin cesar se preocupaba intensamente. El hecho de la muerte y la visión de la mujer muerta, incluso el conocimiento de que él había resuelto quitarle la vida, habían alterado el orden de sus pensamientos.

Empero, según todas las apariencias, Todhunter no tenía necesidad de preocuparse. La policía nunca se le acercó. Todhunter no se atrevió a leer los periódicos, ni siquiera el relato del caso en su propio y sobrio Times: todo lo que a ello se refiriera le hacía sentirse enfermo físicamente; no obstante, era evidente que la policía estaba perpleja. Aunque no hizo más que echar una mirada escrupulosa a los encabezamientos, Todhunter pudo deducirlo. No había señales de arresto de ninguna clase, y menos del suyo. Todhunter comenzó a estar seguro de que todavía iba a morir en la cama.

También le parecía que eso iba a ocurrir muy pronto. La tensión y el insomnio de que ahora padecía constantemente, le estaba aniquilando. Una semana después del crimen, Todhunter parecía tener quince años más.

No era la conciencia. La conciencia de Todhunter estaba perfectamente clara. Era simplemente la total preocupación. Todhunter siempre se había inclinado a preocuparse por fruslerías; ahora, tenía algo que merecía preocupación. Día a día aumentaba en él una especie de inquietud semihistérica. Quería hacer algo. Le parecía que tenía que hacer algo. Pero, ¿qué? Eso no lo sabía.

Jugó con la idea de confesar. ¿Pero para qué? No se ganaría nada con ello. Además, ahora y muy vehementemente, Todhunter no quería ir a la cárcel. Anteriormente no le había importado mucho si le cogían o no. La idea de que le encarcelaran le había parecido sardónicamente divertida, ya que mucho antes de que llegara la fecha de la ejecución, estaría muerto. Podría observar su propio juicio por asesinato con el más completo despego: una situación probablemente única. Se había pronunciado contra ella sólo en interés de su familia.

Pero ahora todo aquello había cambiado. No quería ir a la cárcel; no quería ser interrogado; no quería que le molestaran en absoluto. Si algo quería era escapar. La vida todavía le tenía aferrado, y quería disfrutar de la que le quedaba. Y lo cierto era que no estaba disfrutándola en aquellos momentos.

No podía leer, no podía jugar, hasta Bach había perdido su encanto. Se sentía con una especie de vicio espiritual, que estaba arrancándole la vitalidad. No podía recordar ninguna sensación parecida, desde sus pocos primeros días desdichados en una escuela preparatoria, cuando por primera vez se enteró cómo podía ser una vida fría. Todhunter deseaba escapar de todo aquello. Le parecía que no debía irse, pero le parecía también que no podría soportar por más tiempo la tensión.

Un día tomó repentinamente un taxi hacia el West End y sacó un pasaje en un vapor que iba a hacer un crucero por medio mundo. El folleto decía que el crucero duraría cerca de cuatro meses, y Todhunter sabía que no podría regresar de él con vida. Se sentía bastante contento. Le parecía agradable morir entre lujo y comodidades y ser arrojado a las cálidas aguas de algún mar tropical.

El dueño de la muerte
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