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Decir que el veredicto de Todhunter causó sensación en el país, sería quedarse corto.

Todos habían dicho siempre a los británicos (y los británicos se lo habían dicho a todo el mundo) que su sistema judicial era el mejor de la tierra; sin embargo, había allí dos personas sentenciadas a muerte por el mismo crimen, y una de ellas tenía que ser inocente. ¿Entonces el incomparable sistema judicial británico contenía tantas trampas que podía atrapar a un inocente y dejar que escapara el culpable?

The Times publicó una mesurada editorial en que demostraba que el sistema no tenía nada de malo, y se inclinaba a deplorar el hecho de que, a pesar de la cautelosa actitud del Juez, Todhunter hubiera logrado que lo declarasen culpable, a la vez que desaprobaba igualmente el hecho de que Vincent Palmer no se las hubiera arreglado de alguna manera para que lo absolvieran. El Daily Telegraph publicó una editorial igualmente mesurada, en la que, con cierta extensión, no decía exactamente nada en absoluto, hasta que pudiera tener la oportunidad de apreciar la tendencia de la opinión de la clase media; entonces, por supuesto, apoyaría con todo su peso esa tendencia. El Morning Post se inclinaba a creer que había actuado alguna sutil propaganda comunista. News Chronicle estaba más seguro que nunca de que la guerra civil en España era el resultado indirecto de todo el desdichado asunto, y parecía defender la desalentadora opinión de que la declaración de culpabilidad de Todhunter se debía a la política de no intervención, apoyada (por alguna razón maliciosa y secreta, sospechada únicamente por News Chronicle) por el gobierno británico (perversamente) y por el gobierno francés (engañado involuntariamente por los execrables ingleses), y que de ese modo se profetizaba claramente un desagradable revés para las fuerzas del gobierno español. La prensa popular, abiertamente y a voz en cuello, se regocijó y dedicó al Jurado todos los superlativos encomiosos que pudo extraer de su vocabulario. Por alguna razón por él ignorada, la prensa popular había sido desde el principio, la campeona de Todhunter.

 

 

 

El público, como siempre, aguardaba una orientación. Y el gobierno, a su vez aguardaba una orientación del público.

En realidad, el público fluctuó durante cuarenta y ocho horas exactamente. En ese período, la opinión estuvo igualmente dividida entre la culpabilidad de Todhunter y su altruista inocencia, quizá con alguna débil inclinación a favor de esta última, por ser la más románticamente sentimental. En las columnas de correspondencia, por consiguiente, fueron un poco más numerosas las cartas que pedían la liberación inmediata de Todhunter, la concesión de un indulto generoso para él, un título de par, y un regalo de varios miles de libras, junto con la libertad del verdadero criminal, Palmer, como amable gesto de apreciación del héroe del momento, que aquellas que pedían su inmediata ejecución como el peor villano de la historia criminal de Inglaterra, por temor de que su aneurisma defraudara a la horca.

El momento del cambio fue característico. En alguna forma, desde algún punto, y de alguna fuente desconocida, circuló el susurro: ¡Fascismo! Todhunter había resuelto, por su cuenta, que había que matar a alguien y había puesto manos a la obra matando a la Norwood. Si eso no era fascismo, ¿qué era? No interesaba si, efectivamente, había cometido la acción él mismo o no: había tenido la intención y eso era lo que importaba. De todos modos, un Jurado había dicho que sí la había cometido, ¿verdad? Y lo que era suficiente para un Jurado, era suficiente para ellos. ¡Antibritánico! ¡Fascismo!

El Daily Telegraph, en una inspirada editorial, hizo un paralelismo muy interesante entre las costumbres de los dictadores fascistas de desembarazarse de las personas que les molestaban y la acción de Todhunter.

Ante tanta indignación, el menosprecio del sistema judicial británico fue enteramente olvidado; y una Comisión Real, designada por el gobierno, en un primer momento de pánico, para averiguar cómo podía haber ocurrido todo aquello, funcionó durante tres años enteros (a la vertiginosa marcha de una reunión cada tres semanas), completamente ignorada por el público, en conspiración con el silencio de los periódicos. Ya que, al fin y al cabo, el sistema judicial británico, como todos saben, es el mejor del mundo; y es una verdadera lástima retocar lo que es prácticamente perfecto.

El gobierno ahora, con el pueblo respaldándolo sólidamente, podía proceder con comodidad a la ejecución de Todhunter en la horca, con tranquila conciencia política.

El dueño de la muerte
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