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Todhunter se hallaba solo en la biblioteca. Las dos primas ancianas habían ido a acostarse, después de mucho mover de un lado a otro sus viejas cabezas rizadas y de preguntarse si, después de todo, el viaje le habría hecho bien al querido Lawrence, ¡parecía tan preocupado y caviloso!, y, por fin, Todhunter tuvo la casa a su disposición. Su cabeza semejaba una especie de huevo de avestruz viejo, manchado por el tiempo, sobresaliendo de los hombros, cuando se puso a estudiar la situación.
En verdad, Todhunter se sentía muy perturbado. Sabía, desde luego, cuál era el problema. Sus lecturas le habían enseñado que, después de haberse cometido un crimen especialmente notorio, la policía se ve asediada por personas desequilibradas que se presentan tratando de confesar. Simplemente, le habían confundido con uno de esos lunáticos. Era, en realidad, excesivamente amargo.
Desde el punto de vista del joven Palmer, era trágico. Era inocente. Resultaba casi inconcebible que pudieran declararle culpable. Y sin embargo..., la policía debía de tener alguna prueba, si no, no le habrían arrestado. ¿Qué prueba podría ser?
Los pensamientos de Todhunter vagaban desesperados desde el proceso imaginario contra el joven Palmer hasta el proceso efectivo contra él y hasta la apariencia pésimamente mala de este último. ¿Habría sido un error aducir celos como motivo del crimen? ¿Pero qué otra cosa podía haber aducido? Quizás no fuera de vital importancia mantener apartado a Farroway, especialmente desde que la relación con él debía ya ser conocida por la policía; pero no había esperanzas de demostrar el motivo verdadero. Todhunter sabía, ya que todos los volúmenes de criminología que había leído así se lo habían enseñado, que la policía carece de imaginación. Por tanto, hacía mucho que había llegado a la conclusión de que no serviría de nada decirles la verdad sobre el motivo que le había impulsado. Jamás creerían que un hombre pudiera cometer un crimen totalmente académico, altruista, a favor de un hombre y su familia, a los que apenas conocía. No tenía escapatoria; así planteada, la cosa parecía fantástica. Y sin embargo, no le había parecido en modo alguno fantástica durante su gradual desarrollo. Pero el tema de los celos... Todhunter se daba cuenta de que no había representado bien su papel. No parecía un amante apasionadamente celoso. Ni siquiera sabía lo que siente un amante apasionadamente celoso. Los celos pasionales le parecían a Todhunter simplemente tontos. No, no había sido una buena elección.
Pero, sea como fuere, ¿qué hacer ahora?
Todhunter experimentó un súbito espasmo de alarma. ¡Supongamos que su aneurisma se rompiera antes de haber persuadido a la policía de que Palmer era inocente! ¡Supongamos que Palmer fuera declarado culpable..., ahorcado por un crimen que no había cometido, ni soñado cometer! La suposición era demasiado espantosa. Todhunter tenía que mantenerse vivo a toda costa, hasta que se estableciera la verdad. Y, para mantenerse vivo, tenía que despreocuparse. ¿Pero cómo diablos iba a apartarse de las preocupaciones?
Tuvo una súbita inspiración. Un problema compartido, es la mitad de un problema. Tomaría un confidente lego, ya que Benson había demostrado ser inútil..., buscaría un ayudante. ¿Quién? Instantáneamente Todhunter pensó en la única persona: ¡Furze! Vería a Furze al día siguiente y le plantearía todo el asunto. Además, Furze tenía influencia. Furze arreglaría todo aquel ridículo lío.
Muy confortado, Todhunter subió lentamente las escaleras para irse a acostar, deteniéndose en cada peldaño a fin de mantenerse vivo para bien del joven Palmer.